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¿Un régimen débil o impune?

María Corina Machado insiste, con un fervor que ya roza la letanía, en que el chavismo está débil. Lo repite en mítines, entrevistas y redes: “Están acabados, se les acabó el miedo”. A primera vista, suena a diagnóstico alentador. Pero más que una descripción de la realidad, parece un eslogan. Y como todo eslogan, simplifica […]
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María Corina Machado insiste, con un fervor que ya roza la letanía, en que el chavismo está débil. Lo repite en mítines, entrevistas y redes: “Están acabados, se les acabó el miedo”. A primera vista, suena a diagnóstico alentador. Pero más que una descripción de la realidad, parece un eslogan. Y como todo eslogan, simplifica hasta deformar.

Conviene detenerse: ¿debilidad en qué términos? ¿Según qué criterio? ¿Se trata de una supuesta pérdida de respaldo popular? ¿De una crisis económica prolongada? ¿O del hecho –incontestable, pero insuficiente– de que no pueden competir en elecciones limpias?

Porque si el parámetro es la transparencia electoral, todo régimen autoritario está “débil” desde su origen. Pero esa es una debilidad aparente, no efectiva. Un poder que no necesita ganar elecciones, porque controla los votos, las armas y los tribunales, no está débil: está blindado.

La afirmación de Machado resulta tan imprecisa como engañosa. ¿Es débil un régimen que secuestra a militares en el exilio, desaparece a activistas, expulsa a funcionarios internacionales y mantiene a los opositores bajo amenaza? ¿Es eso miedo o poder sin límites?

El chavismo no actúa como quien se siente débil. Actúa como quien sabe que puede hacer lo que quiera y salirse con la suya. Lo suyo no es un colapso inminente, sino una impunidad sostenida. No se trata de una fuerza ideológica, sino de una estructura de poder corrupta, militarizada y eficaz para perpetuarse. La suya es una solidez criminal, no democrática.

Machado, que durante años denunció con lucidez esa estructura, ahora parece haber optado por una narrativa más digerible, más útil para agitar multitudes: la del derrumbe inminente. Como si bastara una elección bajo condiciones amañadas para precipitar el final.

Pero el problema de ese discurso no es solo su falsedad. Es que anestesia. Si el régimen ya está débil, ¿para qué cambiar de estrategia? ¿Para qué confrontar con claridad las limitaciones del camino electoral? ¿Para qué pensar en otra cosa que no sea esperar la victoria?

Es una forma de repetir el error que ha marcado a buena parte de la oposición: subestimar al adversario, creer que basta con tener la razón para ganar. En Venezuela, eso ha costado demasiado.

Lo que hace falta no es consuelo, sino lucidez. No edulcorar el diagnóstico, sino asumirlo con precisión. Este régimen sigue de pie, no por respaldo popular –que no tiene–, sino por su control de lo esencial: las armas, el dinero, la ley a su servicio. Y ese control no se debilita con frases.

Que el chavismo no gane elecciones limpias no lo hace débil. Lo hace ilegítimo. La diferencia es crucial. Porque un régimen ilegítimo puede mantenerse décadas si nadie logra enfrentarlo con eficacia. Y hasta ahora, no hay señales de que algo haya cambiado.

@humbertotweets

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