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Un lector desocupado para leer el Quijote

“Cervantes usaba los prólogos para facilitar la comprensión de asuntos que le interesaban, sobre la vida y la sociedad. En el prólogo de la primera parte del Quijote, luce su sentido del humor y su sarcasmo. Esto se evidencia, no solo en relación con la frase inicial de ‘desocupado lector’ (…) sino también en la […]
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Cervantes usaba los prólogos para facilitar la comprensión de asuntos que le interesaban, sobre la vida y la sociedad. En el prólogo de la primera parte del Quijote, luce su sentido del humor y su sarcasmo. Esto se evidencia, no solo en relación con la frase inicial de ‘desocupado lector’ (…) sino también en la ironía con la que se refiere a la prosa pedante de la época”

Por RAMÓN ESCOVAR LEÓN

“Desocupado lector” es la frase con la que se inicia el prólogo de la primera parte del Quijote de Miguel de Cervantes. Se dirige a alguien que debe darle prioridad a la lectura del libro que presenta y dejar de lado las otras distracciones, porque esta novela requiere del lector suficiente tiempo y serenidad para poder seguir el hilo de las aventuras y narradores que Cervantes explana. Es una lectura creativa para interpretar y disfrutar estas historias, algunas divertidas y otras tristes.

En las breves dimensiones de este artículo presentaré, en primer lugar, unos comentarios a manera de introducción. En segundo lugar, me referiré a los prólogos. En tercer lugar, consignaré unas reflexiones sobre las dos partes del Quijote para proyectar los personajes y marcar las diferencias de estilo. Finalmente, concluiré con una reflexión general.

Introducción

Muchos tienen una idea del Quijote y saben más o menos de qué tratan sus aventuras, pero son muchos menos quienes en realidad lo han leído. Lo que se conoce sin vacilar es el episodio del combate con los molinos de viento, que se desarrolla en el capítulo ocho de la primera parte. También se sabe que don Quijote es un hombre alto, enjuto y avellanado de miembros, que tiene un caballo esmirriado que, al mismo tiempo, es capaz de aguantar violentas golpizas. Pero ninguna figura literaria puede arrebatarle el primer lugar en reconocimiento literario. Ni Hamlet ni Odiseo pueden desplazar al Caballero de la Triste Figura como el personaje más conocido de la literatura universal, tal como lo reconoce, entre otros, el cervantista francés recientemente fallecido, Jean Canavaggio.

Leer el Quijote es una experiencia entrañable que nos conecta con la esperanza que surge de la ficción y de la imaginación. Para ello, Miguel de Cervantes se apoya en los geniales diálogos entre sus dos personajes icónicos: don Quijote y Sancho Panza. Ambos talantes opuestos: el gordo y el flaco, el asceta y el glotón, el que razona a partir de sus ideales caballerescos y el que razona a partir de la realidad, uno que anda a caballo y el otro en burro. Por encima de todo, Sancho representa la voz del hombre de pueblo, la bondad y el sentido de las posibilidades reales. Don Quijote se guía por sus ideales, por el sentido de justicia y por el compromiso del deber cumplido, pero siempre estaremos ante lo ideal y lo real.

Don Quijote ha perdido la cabeza como consecuencia de sus lecturas de las novelas de caballería. Decide, entonces, aplicar los códigos morales que internalizó producto de lo que ha leído. Sancho Panza, al contrario, es la representación de la realidad, de la vida a partir de la experiencia, de lo que se siente y observa. Se trata de dos personajes que existen literariamente, el uno indisolublemente del otro, cada uno con sus ilusiones y esperanzas. El caballero andante busca enderezar entuertos, aplicar la justicia, defender a los débiles, luchar contra la corrupción, defender la idea de libertad, pronunciar discursos ingeniosos —pero a veces fuera de contexto— y, al pretender buscarle sentido a la vida, se topa con la realidad. Al contrario, Sancho aspira a contraprestaciones materiales, tiene una visión realista de la vida,  razona a partir de su experiencia y es de lealtad inapelable.

En esta tensión entre la esperanza y la realidad, Cervantes nos adentra en una noción de la libertad que se construye a través de la imaginación literaria. Eso lo hace a través de un personaje que, intoxicado por sus lecturas, presenta reflexiones —hay que insistir— sobre la condición humana, sobre la vida, sobre la justica y sobre la psicología humana, a diferencia de las afirmaciones basadas en la realidad de los hechos que lanza Sancho. A través del diálogo y la ambigüedad se contrastan los asuntos vitales que animan a los dos personajes nucleares de esta novela capital.

Esta obra pertenece a quien la lee y siente y constituye una conexión con las raíces de nuestra cultura y de nuestro idioma. Nos hace reír y, al mismo tiempo, nos hace llorar. Cada cual tiene su propia aproximación e interpretación de la obra. Una primera lectura puede ser difícil, pero, a partir del segundo encuentro, la experiencia resulta más fácil y enriquecedora. Porque, como lo afirma Ítalo Calvino, un clásico es una obra cuya relectura ofrece una experiencia “de descubrimiento como la primera” (Por qué leer los clásicos).

Es claro, entonces, sostener que cada encuentro con el Quijote es una nueva vivencia que depende, tanto del momento de nuestra vida, como de las circunstancias que nos rodean. Quien lo lea en la edad de la madurez o de la vejez lo disfrutará de una manera distinta a como lo hizo en su lectura juvenil.

La lectura de esta obra capital permite desarrollar una buena amistad con Don Quijote y con Sancho Panza. Esta amistad es destacada por Jorge Luis Borges en una entrevista con Joaquín Soler Serrano en 1976 en el programa A fondo de la televisión española. Por eso, cuando muere don Quijote —ya convertido en Alonso Quijano— uno siente que murió un amigo entrañable, lo que nos puede llevar a soltar algunas lágrimas.

Promover su lectura es igualmente una contribución para resaltar el origen de la novela moderna, en cuanto a lo literario se refiere; pero también, porque leer en general, y el Quijote en particular, es una experiencia interior que divierte, entristece y, sobre todo, enseña.

Entonces hay variadas razones que justifican la lectura de esta obra clásica. Para ello, se requiere disponer de tiempo y estar desocupado mientras se lee, como lo sugiere el mismo autor en el comienzo del prólogo de la primera parte, como señalé con anterioridad.

Los prólogos

Cervantes usaba los prólogos para facilitar la comprensión de asuntos que le interesaban, sobre la vida y la sociedad. En el prólogo de la primera parte del Quijote, luce su sentido del humor y su sarcasmo. Esto se evidencia, no solo en relación con la frase inicial de “desocupado lector” —a la que ya me referí en la introducción de este artículo— sino también en la ironía con la que se refiere a la prosa pedante de la época. Aquí afirma que su libro carecerá “de sentencias de Aristóteles, de Platón y de toda caterva de filósofos”; y ello “porque soy por naturaleza poltrón y perezoso para andarme buscando autores que digan lo que yo sé decir sin ellos”. Todo el prólogo de la primera parte es una crítica a la costumbre de los escritores de su tiempo de llenar los textos de erudición, no siempre auténtica, sino conseguida en los florilegios.

Cervantes afirma que “aunque parezco padre, soy padrastro de Don Quijote”; y ello porque el Quijote no tiene —en la ficción cervantina— un solo autor, sino varios. Hay varios autores: del capítulo 1 al 8 es el primer narrador (Cervantes); y, luego, a partir del capítulo 9, aparece otro narrador, Cide Hamete Benengeli, quien sería un autor árabe utilizado como autor ficticio. Entonces, los ocho primeros capítulos son narrados por un narrador distinto al que comienza en el capítulo 9.

El prólogo es burlón y termina pidiéndole al lector que no lo olvide, cuando dice “Y con esto Dios te dé salud y a mí no me olvide”. Profetizó el futuro porque quien lea esta obra no podrá olvidar ni a Don Quijote ni a Sancho Panza, quienes se convierten en referencias a perpetuidad.

El Quijote y sus dos partes

Don Quijote de la Mancha tiene dos partes. La primera consta de cincuenta y dos capítulos, y la segunda, de setenta y cuatro. Las dos partes del Quijote tienen una diferencia de tono. La primera parte es anticlerical, con influencia renacentista, es mucho más abierta. La segunda parte muestra un tono más amargo, más doloroso y barroco. Ahora Don Quijote no es el mismo, pierde vigor y tiene una perspectiva más amarga de las cosas; percibe la frustración en él mismo. Sancho Panza, por su parte, va poco a poco impregnándose del talante de su amo.

En la segunda parte, don Quijote se topa con unos personajes que habían leído la primera parte y, como ya los conocen, y saben de su desequilibrio mental, van a utilizar esa locura para construir una ficción y entretenerse, a veces, de manera cruel. Por ejemplo, el bachiller Sansón Carrasco se disfraza de Caballero de los Espejos, de Caballero del Bosque, y, al final, por revancha, de Caballero de la Blanca Luna. El otro ejemplo lo tenemos en el palacio de los duques, quienes convierten toda su corte en un gran teatro para divertirse a costa de Don Quijote y Sancho (Segunda parte, capítulo 30).

Esto se debe al ineludible desenlace de Don Quijote en un proceso de evolución. También puede obedecer a la distancia de diez años que media entre la primera y la segunda parte; y tal vez, también, a la burla que sufrió Cervantes con El Quijote de Avellaneda. En efecto, cuando apareció el Quijote apócrifo, Cervantes iba por el capítulo 46 de la segunda parte; y la publicación del libro de Avellaneda aumentó el tono triste de los capítulos siguientes. Ahora bien, esta burla parece que la sufren tanto Cervantes como Don Quijote, lo que es efectivamente así, porque en el prólogo de la segunda parte —y en otros espacios en la novela— tanto los personajes como el autor se quejan dolidos por esta burla.

Es importante insistir en que los personajes de la segunda parte habían leído la primera y conocían detalles de esa publicación. En ese sentido, el bachiller Sansón Carrasco, al llegar de estudiar en Salamanca, le informa a Sancho Panza que se ha publicado un libro que narra sus historias “con el título del Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha” (Segunda parte, capítulo 2).

Igualmente, en esta segunda parte los personajes, como han leído la primera parte, saben que la gente tiene a Don Quijote por loco y a Sancho por idiota. Así comienza la segunda parte en un tono distinto al primero, más barroco y conmovedor. Sancho comienza a mostrar su inteligencia que se pone de manifiesto cuando ejerce como gobernador de la ínsula de Barataria. Deja de ser el personaje secundario que fue en la primera parte y se va convirtiendo en un talante tan poderoso como el de su amo. Don Quijote, por su parte, sigue por un tiempo en su locura, pero no por ello deja de lanzar discursos y proclamas de gran calado.

Reflexión final

No debemos olvidar que Miguel de Cervantes escribe su obra en tiempos de la Inquisición. Para burlar la censura de la época, se apoyó en la ambigüedad del lenguaje, lo que ha permitido que cada cual pueda interpretar el Quijote a su manera, tal como lo señalé al comienzo de este artículo. Es sabido que, en tiempos de persecución, los escritores pueden deslizar sus ideas entre líneas, como lo explica Leo Strauss en su libro la Persecución y el arte de escribir. Se trata de exponer lo que se desea con habilidad lingüística para burlar la censura.

Es esa diversidad de lecturas e interpretaciones parte del encanto de esta obra magistral. No hay duda de que el manco de Lepanto se escuda detrás de sus personajes para presentar sus críticas al sistema de gobierno de la época. Su pensamiento en distintas áreas lo expresa al amparo de sus personajes. Los discursos de la pastora Marcela sobre la libertad de la mujer y de Don Quijote sobre las armas y las letras son ejemplos de ello.

Por otra parte, a lo largo de la novela se va produciendo lo que Salvador de Madariaga llamó la sanchificación de Don Quijote y la quijotización de Sancho. Este proceso concluye en el capítulo 74 de la segunda parte cuando Don Quijote recupera la lucidez y Sancho comienza a tener conductas quijotescas. Así se produce la resurrección de Alonso Quijano, lo que termina con su muerte. De esa manera concluye la historia.

Muere entonces Alonso Quijano, pero Don Quijote perdura en el tiempo por ser un personaje inmortal que proyecta la idea de libertad. Por eso, su lectura necesita del lector desocupado que pueda disfrutar y pensar sobre todos estos aspectos de esta obra magna.

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