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Soy un ser inferior

El día que la mataron Rosita estaba de suerte, de los tiros que le dieron solo uno era de muerte y una bala rozó la oreja de Donald Trump, lo que permite suponer, sin ánimo de caer problemas, que en algún lugar de Estados Unidos con 340 millones de habitantes debe haber una bala esperando […]
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El día que la mataron Rosita estaba de suerte, de los tiros que le dieron solo uno era de muerte y una bala rozó la oreja de Donald Trump, lo que permite suponer, sin ánimo de caer problemas, que en algún lugar de Estados Unidos con 340 millones de habitantes debe haber una bala esperando su oportunidad; sobre todo, sabiendo que se trata de un país que vio caer asesinados a Lincoln, Garfield, McKinley, Kennedy y a Robert, su hermano y a  Martin Luther King, porque Truman y Reagan estuvieron a punto y otros nueve se salvaron de milagro. Entre nosotros, Sucre y mucho más tarde Delgado Chalbaud la pasaron mal. En Colombia, asesinar a los políticos es fácil moneda de uso en manos de jóvenes sicarios y la ley en Estados Unidos ampara al padre de familia, atolondrado o no, para que la defienda no con un revólver sino con todo un arsenal que mantiene en el sótano de su casa.

Se dice que el siglo XXI está marcado por la violencia, pero el anterior, el que estuvo antes y el de más allá también estuvieron señalados por estragos y cataclismos políticos. La dificultad estriba en que no es fácil establecer comparaciones porque la violencia que nos acompaña hoy es mucho más intensa y devastadora de la que padecieron las edades anteriores. Hubo un momento en que los practicantes y divulgadores de la Biblia vaticinaron que un monstruo más grande que nosotros nos iba a dominar. Estoy por creer que llegó entre las redes sociales que surgen y se multiplican constantemente y las maravillas tecnológicas que nos invaden el alma hasta convertirse en edificios inteligentes, vidas robotizadas y una inteligencia artificial de doble filo que sirve para avanzar o para retroceder si cae en manos inadecuadas. Recuerdo a ARS, aquella exitosa firma publicitaria que reunió a figuras radiantes como Uslar o Alejo Carpentier bajo el lema "Permítanos pensar por usted", lo que no dejaba de ser una falta de respeto. Además, nuestras vidas tienden a reiterarse. Lo expresó Mariano Picón Salas en Regreso de tres mundos, acaso el libro más bellamente escrito de la literatura venezolana: "Mañana -si no hay una catástrofe, cae una bomba atómica o invaden los marcianos- las gentes harán las mismas cosas; pasarán los mismos barcos por el río Hudson, vendrán los mismos trenes atestados de trigo y acero, morirá un millonario o un presidente de la Corte Suprema, y caerá más niebla y espuma, un poco de más oxidada vejez, en la Estatua de la Libertad. Y el estupor tremendo, la prisa sin pausa de los hombres, la altura de los edificios, el acoso de los avisos, la quiebra del mercader y el suicidio de la muchacha engañada habrán de seguir hasta que no quede memoria de nosotros."

Es cierto que hoy, como nunca, el mal anda suelto por el mundo, pero no solo él sino la legión de demonios que  forman su apellido. Se agitan y se enfurecen en todos los continentes. Las víctimas de las atrocidades nazis actúan hoy contra sus vecinos con más perversidad y escalofriante crueldad que la que se enseñoreó en Auschwitz, pero se defienden echándole la culpa al impresentable Netanyahu. En el Oriente del mundo y en toda América tiende a imperar el pensamiento único, la perversa llamarada del populismo que está sepultando a la democracia. Me refiero a la corrupción y el desequilibrio del poder político, el oprobio militar y la degradación humana, es decir, el fascismo que se sirve de una supuesta y heroica revolución cubana o la instauración de la democracia para adueñarse en Venezuela del poder, estableciendo el miedo, la tortura física y mental y traicionarla luego vil y despiadadamente. Se ha llegado a lo que nunca imaginamos que se llegaría: un país como El Salvador, que trata de avanzar superando enormes dificultades, es hoy sinónimo de cárcel que recibe delincuentes o seres inocentes, pero migrantes que Donald Trump remite a un sonriente Bukele, mientras el propio Trump, a su vez, revive con furor el fascismo que ha permanecido silencioso o semioculto en el país norteamericano dominado salvajemente por poderosos grupos racistas que se consideran de blanca supremacía.

Y lo que más me ofende y humilla es que los "bolivarianos" me traten no solo de traidor a la patria y los millonarios en la Casa Blanca de delincuente, de presunto integrante de un temible tren aragüeño. Que se me considere como ser inferior no solo en mi propio país, sino en el que se supone que está dejando de ser el más poderoso del mundo.

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