
Por Antonio Pou¹
El 5 de junio se celebra el Día Mundial del Ambiente, o del medio ambiente, como dicen los países que ya se han comido su otra mitad. Parece que con el paso de los años el ambiente ha perdido lustre, ahora lo que se lleva es la Inteligencia Artificial, que consultarla consume diez veces más de energía que una búsqueda tradicional y tropecientas toneladas más de contaminantes. Por otra parte, los países que tienen algo que ver con el Ártico están encantados con el deshielo, porque abre ese océano a la navegación y al comercio. El cambio climático ya no se ve exclusivamente como una amenaza sino también como una magnífica oportunidad… Se me viene a la memoria el siguiente recuerdo de años atrás:
Me llevaba un amigo mío en su destartalado cochecito por las calles de una gran ciudad, cuando otro vehículo irrumpió delante nuestro tras saltarse su STOP. No íbamos rápidos, pero a pesar de pisar el freno a fondo no había distancia suficiente para evitar el accidente. En el último instante mi amigo dijo “¡Ay que le doy!, ¡que le doy! ¡¡¡Pues le doy!!!” y le dio un buen empujón al volante mientras chocábamos, como para darle más ánimos al cochecito para que se comiera al intruso. Quizá eso mismo sea lo que estamos haciendo con el ambiente: si no podemos arreglarlo, ¡pues acabamos con él y ya está!
Se impone cambiar el discurso: dejémonos ya de personajes secundarios, porque el ambiente es solo una consecuencia de acciones humanas desafortunadas, y conectemos con la actriz principal y dueña del teatro que es la Biosfera. Si preguntamos a ese Mago de Oz que es la IA, nos dice algo así como que “la biosfera abarca a todos los seres vivos de la Tierra y los medios que ocupan, incluyendo la litosfera (tierra), la hidrosfera (agua) y la atmósfera”. La inteligencia artificial es lista y aplicada y cuenta lo que habitualmente contamos los humanos urbanitas que hablamos de la naturaleza como si fuese un jardín zoológico, pero más grande.
Uno se imagina el planeta, con su relieve, océanos y atmósfera y un montón de bichillos y bichejos de distinto tamaño pululando por él, como el mundo de Lego, pero más grande. Con nuestra tecnología hacemos cosas y la naturaleza hace las suyas, y ya está. Sin embargo, cuando te fijas en los detalles, al mismo tiempo que en el esquema general, comienza a vislumbrarse algo, que no sabemos bien qué es, pero que pone boca abajo los esquemas habituales que hacemos de la naturaleza.
Lo primero es que los seres vivos más abundantes de la biosfera son los vegetales, seguidos de las bacterias y otros bichillos insignificantes. Es muy difícil saber cuán grande es el mundo vegetal pero aún es más difícil saber cuántas bacterias hay. Los indicios sugieren que, si se agruparan todas formando una escultura, darían lugar a un rollito de primavera de varios kilómetros de grueso y una docena de kilómetros de largo. Tras las bacterias, los bichos más importantes somos los humanos y el ganado vacuno. La escultura del humano actual tiene 3.200 metros de altura, y sigue creciendo.
No está nada claro qué somos los humanos en el universo biosférico, sobre todo cuando piensas que cada uno de nosotros lleva dentro un kilo de bacterias vivas, que comen de lo que comemos nosotros, pero nos hacen la digestión y preparan la comida de nuestras células. Hay quien piensa que somos sus casas y sus transportes, y que, tras miles de millones de años de estar presentes en el planeta, se han fabricado unos hábitats vivos cada vez más cómodos y versátiles, siendo los humanos los que están ahora de moda.
Se encuentran bacterias por todos lados. Cuando se las busca aparecen en los sondeos de perforación, viviendo tranquilamente en minúsculas grietecitas de las rocas. Por ahora se las ha detectado a más de cinco kilómetros de profundidad. No se tiene ni idea de cuántas bacterias trogloditas hay, pero quizá otras tantas como el rollito de primavera de la superficie. También se encuentran bacterias viajando por el aire e incluso bacterias astronautas a ochenta kilómetros de altitud.
Lo segundo es que los seres vivos han transformado —y siguen haciéndolo, las aguas y el aire del planeta. Si el planeta no tuviese vida, la atmósfera tendría una proporción de gases diferente, que no sería respirable para la mayoría de los seres biosféricos de hoy. La composición actual está siendo elaborada por la biosfera día a día, segundo a segundo. Si cesara esa actividad bioindustrial que nos resulta invisible, la atmósfera se degradaría. Algo similar ocurre con las aguas y ambas, en su composición actual, son también biosfera.
Los humanos hemos implantado nuestras industrias desconociendo que existen las Bioindustrias Biosféricas del Aire y del Agua (BBAA), aparte de otras más. Afortunadamente, los volúmenes de materiales que manejan las bioindustrias son enormemente superiores a los que manejamos nosotros, y tamponan una gran parte de los desequilibrios y distorsiones que ocasionamos, pero no pueden con todos ni muchísimo menos. En el aire y en las aguas, cada vez se notan más cambios en las proporciones de algunas substancias y aparecen otras que eran desconocidas en la biosfera y que, por tanto, no pueden ser tratadas por las bioindustrias.
En tercer lugar, los fluidos biosféricos, fundamentalmente el agua y el aire, más otros muchos, envuelven al planeta como una gasa vital. De esos fluidos estamos hechos todos los seres vivos y somos muy diferentes a los objetos que nosotros fabricamos. Los hacemos con flujos inmovilizados, mientras que nosotros seguimos siendo fluidos. El asunto no es nada intuitivo y requiere alguna explicación (muchas no porque yo no soy capaz de darlas).
Empezaré por lo más obvio: “yo no sé lo que es la realidad”. A mí, como a todos los humanos, me han dotado de unos sentidos para percibir lo que me rodea y con ellos me puedo hacer una idea de cómo es el mundo y relacionarme con él. Pero es solo una idea, basada en lo que me cuentan mis sensores (la vista, el oído, etc.). Además, cada modelo de ser vivo está dotado de sensores adecuados a sus necesidades: ni se instalan sensores más sofisticados de lo que se necesita, ni menos.
Además, hay que tener en cuenta que la información que proporcionan los sensores debe ser procesada por algún tipo de inteligencia. La de un gusano le permite procesar muy poquita información, la nuestra mucha. La cantidad de cosas o asuntos que potencialmente podríamos observar los seres vivos es infinita, pero solo una pequeñísima parte nos es realmente de interés. ¿Para qué quieres sensores mejores si no tienes cerebro para procesar la información que te proporcionan, o si esa información te importa un pito?
En el caso de los humanos la naturaleza nos ha instalado unos sensores estándar, sin embargo, por alguna razón, nos ha dotado de un cerebro sobredimensionado respecto a la capacidad de los sensores. A cualquiera que pretenda protestar a la naturaleza de por qué no se ha esmerado más con los sensores, es de imaginar que se le contestaría: “Mira rico, ya te he puesto un cerebro que sirve para algo más que para hacer sudokus, si quieres un sensor mejor, te lo fabricas”.
Así, para la vista el aire es transparente, lo cual nos permite ver lejos, pero el aire está lleno de cosas, y además no para de moverse y retorcerse. Si, por ejemplo, pudiésemos ponernos unas gafas con sensores para ver el vapor de agua que hay en el aire², cuando vamos por la calle caminaríamos entre remolinos de niebla y bocanadas de humo. Todo el mundo parecería ir fumando e iríamos empujando, revolviendo y cortando el aire.
Muy curioso para un ratito, pero enseguida resultaría nada placentero. Sería un tanto asqueroso ver que el vecino se traga la bocanada de aire que acabas de expulsar y viceversa; que te tragas los vapores que emana la deposición de un perrito en el alcorque y que tu cuerpo recicla lo que expulsan los coches.
Con un suplemento de gafas veríamos la aureola de perfume que se extiende hasta los cinco metros de distancia y que no te queda otra que aspirarla. Verías también expulsar y tragar tu propio aire y el indiscreto gasecito dentro del estrecho ascensor (menos mal que esta vez vas solo). Produciría aprensión ver que nos respiramos los gases que expulsan los árboles, la hierba y los insectos. En el campo veríamos cómo nos tragamos lo que emiten algunas rocas; en el medio urbano, las alcantarillas, las fotocopiadoras, las computadoras… y en cualquier lugar el mismísimo universo (no exagero, gran parte del polvo procede del espacio exterior).
Si pudiésemos superponer a las gafas un suplemento con un microscopio potentísimo podríamos ver como nos tragamos bacterias, heces de ácaros y todo tipo de porquerías y seres repugnantes. Toda la materia biosférica recircula entre los seres vivos, sin intimidad, con mucha promiscuidad y con poco respeto entre especies.
Le ponemos a las gafas otro microscopio más potente y además con rayos X, y veríamos átomos y partículas. Enfocamos a las manos y observaríamos cómo un átomo se acerca a una agrupación de otros átomos que forman parte de la pared de una célula. El átomo, con prepotencia, se acerca, empuja a otro fuera de la célula y se sitúa en su lugar. El expulsado, habiendo cumplido su jornada laboral, se larga de la célula, abandona la mano y el cuerpo, no sabemos a dónde va, quizá a otro cuerpo biosférico, o se lo lleva el río, o quizá se tumbe sobre una roca a recibir radiaciones del Sol o de las estrellas.
Si tuviéramos la perseverancia de un investigador abnegado y atento, y nos quedáramos años y años mirándonos la mano y el cuerpo, constataríamos que, en un momento u otro, todos los átomos que forman el cuerpo nuestro se han intercambiado por otros que proceden de fuera de él (a saber dónde han estado y con quién). No queda ninguno de aquellos átomos que teníamos al nacer. Al principio, cuando somos pequeños, son muchos los átomos que se animan a residir un rato, días o años, en el cuerpo joven. Se forman aglomeraciones de átomos y moléculas, algunos intercambian su lugar de residencia y otros se marchan del cuerpo.
Luego, cuando tu cuerpo ya no es novedad, hay un flujo regular de los que llegan y alquilan una posición en una célula y de los que se marchan a otras, o a otros cuerpos. Así se mantienen funcionales tejidos y órganos, porque siempre hay alguien que ocupa las vacantes. Pero al pasar los años aumentan las goteras y fallan los servicios y cada vez son más átomos los que se marchan y menos los que vienen a sustituirlos. Al final se decide que ya no merece la pena estar todo el rato reparando cosas, y los átomos que están en los sitios más sensibles abandonan el puesto de trabajo y los tejidos. Las células se desarman y todo el mundo se busca otro cuerpo, o no, en el que desempeñar alguna función. Los únicos átomos que permanecen son algunos de los que forman los huesos, pero con el tiempo también los desarman.
Si todos nosotros no somos más que un edificio en el que residen bacterias y que los átomos entran y salen formando las células, las neuronas, los tejidos, órganos y huesos, incluso el ADN, y nada permanece, con cuadrillas de átomos que tanto forman parte de nuestra estructura corporal, como de la del vecino, o de una comadreja, de una vaca, insecto o roca, entonces, ¿quién diablos somos nosotros en realidad? Pues si tengo que decir la verdad, no tengo ni idea, aunque quizá, si le prestásemos más atención a ese universo de flujos atómicos y moleculares, algún día sabríamos bastante más de nosotros mismos, de la biosfera y de sus propósitos.
Mejor me quito todos esos suplementos de gafas y me quedo con lo que ven las neuronas de mi retina, mientras me como unas tapas charlando con los amigos, pensando en los seres queridos, en el trabajo, de dónde voy a poder sacar para comer, o qué haría si por fin pudiese tener unas vacaciones.
No lo he comentado, pero entre los flujos biosféricos que entran y salen de nuestro cuerpo hay ahora partículas y moléculas que son nuevas. Algunas de ellas se hacen residentes permanentes y no hay nadie entre los operarios biosféricos que sepa qué hacer con ellas y cómo degradarlas. Esos materiales proceden de los procesos industriales humanos, son partes que sobran del proceso de fabricación, o que sobran tras la utilización, y que por tanto no se incorporan a los flujos comerciales y vagan por la superficie del planeta, por las aguas y el aire.
Al contrario de los productos de la bioindustria biosférica, que son todos perecederos, que sus interiores se renuevan en un flujo permanente, donde todos los componentes están de paso y son cien por cien reciclables, a los humanos nos interesan objetos perdurables. Para eso desarmamos los productos biosféricos, los reorganizamos y detenemos los flujos de materia cuando tienen las características que deseamos. Lo malo es que nos sobran piezas y no sabemos qué hacer con ellas porque a nadie de los humanos le interesan, ni a la biosfera tampoco.
A la biosfera no le sobran piezas, lo que es residuo para un ser vivo es comida para otro, todo se recicla, y unos nos comemos a otros. Hay personas, sobre todo del mundo urbano, mentalmente aisladas de los flujos naturales, que les parece horroroso que haya seres tan despiadados como para comerse a una hermosa mariposa. En su ceguera, hablan de la “armonía de la naturaleza” como algo de carácter espiritual y perfecto. Pero nosotros, afortunadamente, no hemos diseñado la naturaleza, si lo hubiéramos hecho ya no existiría nadie sobre el planeta.
Todo lo que he contado en este artículo es conocido en muchos sectores de la sociedad, pero poco en los medios. Una parte de la industria lo conoce y sabría hacerlo mejor, pero no estaríamos dispuestos a pagar los incrementos de los costes y los inconvenientes. Queremos mucho y baratito, sin querer saber cómo se consigue eso. Luego se genera un discurso binario de malos y buenos. El asunto es que la realidad es muchísimo más compleja e incierta de lo que estamos dispuestos a aceptar, pero somos biosféricos y la biosfera es la que manda en el planeta. No es ella la que va a cambiar.
“Doctor, tengo un poco de molestia dentro de la cabeza, es como que pienso poco y con dificultad”. A ver, venga por aquí que le paso por el escáner. Ah sí, ya lo veo, no es nada, son un puñado de neuronas que se han hecho amigas de unas partículas de nanoplástico que se instalaron en la vecindad y ellas han decidido plastificarse también. “¿Y eso es grave, doctor?” Qué va, esa situación sólo disminuye un poco la capacidad mental, cosa que en su caso no es un problema especial. Vea anuncios de detergentes, que eso siempre ayuda a limpiar neuronas. “Muy agradecido, doctor, no sabe el peso que me quita de encima”.
Buen Día del Ambiente, y estaría bien ir pensando en celebrar el Día de la Biosfera —todos los días del año.
¹El articulista de hoy, fue miembro de la delegación Española que participó en los tres primeros años del IPCC (el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas), también integró el Comité Directivo y en el Grupo de Respuestas Estratégicas. Actualmente realiza investigaciones sobre análisis automático de la circulación general atmosférica por medio de imágenes satelitales.
²La imagen que aparece en la ilustración que encabeza este artículo es el planeta Tierra, obtenida por el satélite Meteosat a 36.000 km de distancia, a través de un filtro para visualizar el vapor de agua. Cuanto más blanco más vapor de agua. (Yo he añadido las flechas y también las estrellas).
Ambiente: Situación y retos es un espacio de El Nacional, coordinada por: Pablo Kaplún Hirsz
Email: movimientodeseraser@gmail.com, web: www.movimientoser.wordpres.com