El 28 de junio se conmemora mundialmente el Día del Orgullo, en honor a los disturbios de Stonewall de 1969, cuando la comunidad LGBTIQ+ en un bar gay de Nueva York resistió, por primera vez, la represión policial. Este hito marcó un antes y un después en la lucha por los derechos de la comunidad LGBTIQ+ a nivel global. En las últimas décadas, América y Europa han registrado avances significativos: el matrimonio igualitario es una realidad en muchos países, y el reconocimiento de la identidad trans ha ganado terreno. Estos logros han sido posibles gracias a una mayor comprensión de la diversidad sexual humana, que ha permitido reconocer a las personas LGBTIQ+ como sujetos de plenos derechos y deberes, iguales a cualquier otra persona.
Sin embargo, Venezuela permanece al margen de estos avances. Las familias homoparentales carecen de reconocimiento legal, el matrimonio igualitario no existe, y las personas trans enfrentan obstáculos insalvables para cambiar su nombre. A esto se suma la violencia institucionalizada y las restricciones en el acceso a derechos fundamentales como la educación, la salud y el empleo. La responsabilidad recae en quienes han detentado el poder en el país, cegados por prejuicios religiosos e ideológicos, incapaces de dialogar con la sociedad civil y reacios al debate público fundamentado.
Peor aún, en sintonía con una ola global antiderechos amplificada en medios digitales, estos mismos actores han encontrado un discurso retrógrado, pero efectivo, para disfrazar su intolerancia y falta de visión como una supuesta “defensa de la familia tradicional”. Sus argumentos, aunque rudimentarios, refuerzan la exclusión y perpetúan la discriminación.
No obstante, el amor y la justicia terminarán prevaleciendo. Algún día, en Venezuela, dos hombres o dos mujeres podrán casarse, formar familias y criar hijos con plenos derechos. Las personas trans podrán cambiar su nombre y ser tratadas con respeto en las instituciones públicas. Incluso, algunos de los descendientes de quienes hoy se oponen saldrán del armario, desafiando los prejuicios de sus mayores. Ese día, el odio y la intolerancia descenderán, de manera tranquila o no, al sepulcro, sin pena ni gloria. Y nosotros lo veremos.
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