Apóyanos

Pésele a quien le pese

Ahora que sobran instintos parricidas, más bien matricidas, en todo lo que tiene que ver con nuestros orígenes, hay una condición filial que es imposible dejar de lado. No son cáscaras de huevos que se pueden triturar y lanzar a la basura como quien se cambia de ropa interior. Más de uno así lo pretende. […]
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Ahora que sobran instintos parricidas, más bien matricidas, en todo lo que tiene que ver con nuestros orígenes, hay una condición filial que es imposible dejar de lado. No son cáscaras de huevos que se pueden triturar y lanzar a la basura como quien se cambia de ropa interior. Más de uno así lo pretende. Son los representantes de esa plaga que, con redoblantes y chirimías, proclaman que son progresistas. Son esos que hablan de reescribir la historia, los mismos que se erigen, mentón en alto y gesto adusto, como los que desnudan el poder heteropatriarcal y demás pendejadas de similar tenor. 

España nos hizo, y también nos salvó de nuestra autodestrucción.  ¿Acaso no amparó Cortés a las naciones indígenas vecinas de la esclavitud y tiranía que los sometía a sangre y fuego? Por algo fueron los propios nativos quienes le ayudaron a terminar con el infierno de Moctezuma. Pésele a quien le pese. 

Ocurrieron infinidad de locuras a manos de un enjambre de curas fanáticos e ignorantes, como las mulas en las que se desplazaban, pero también hubo los que se dedicaron a documentar las culturas originarias. 

Isabel la Católica emitió no escasas ordenanzas para su cuido y protección. En su testamento, dictado en Medina del Campo el 12 de octubre de 1504 y confirmado poco antes de su muerte, mes y medio después, asentó: “Y no consientan ni den lugar que los indios reciban agravio alguno en sus personas y bienes; más manden que sean bien y justamente tratados, y si algún agravio han recibido, lo remedien.” Su preocupación por los nuevos súbditos estuvo siempre presentes. Duélale a quien le duela. 

Venimos de una España generosa y díscola, rencorosa y magnánima, gloriosa y ruin, pundonorosa y lasciva, única como solo ella ha sabido ser. Un reino marcado a hierro y fuego por los moros, quienes por casi ocho centurias dejaron una indestructible impronta en sus genes. 

Esos mismos que ya en el siglo VI había dado poetas como Antara Ibn Shaddad. Transcribo de él: “Te recordé cuando las lanzas se hundían en mi cuerpo, / bebiendo profundamente; espadas afiladas y brillantes goteando mi sangre./ ¡Cuánto deseé entonces besar las espadas, porque brillaban como tu boca sonriente!” Eros y Tánatos fundidos en tres líneas.

Otro poeta que no se puede leer sin conmoción es Ka'b bin Zuhayr, de esa misma época, de quien les copio: “Su’ad se ha ido, y mi corazón hoy está consumido, / cautivado por sus huellas, no rescatado, encadenado, / Pues ella, la mañana de la separación, cuando partieron, / no era más que un antílope, de mirada esquiva, alcoholada. / Esbelta al acercarse, de amplias nalgas al girar, / no puede reprochársele que sea alta o baja.” Alborótese quién guste de agitarse.

De ellos bebieron siglos más tarde, ya asentados en la península ibérica, bardos como Ibn Hazm, nacido en Córdoba en el año 994: “No quiero de ti otra cosa que amor; / fuera de él no te pido nada. / Si lo consigo, la Tierra entera y la Humanidad / serán para mí como motas de polvo y los habitantes del país, insectos.”  ¿Qué decir de su paisano Ibn Zaydun, quien escribió: “Me bastará de ti una mirada furtiva / Me conformaré con tu saludo breve; / Y yo nunca osare consumar el deseo / Ni iré más allá de robarte una mirada; / Te preservaré de toda concupiscencia, / Te pondré por encima de las sospechas / Me guardaré bien de las miradas del espía / El amor se puede perpetuar con tal recato.”

Fue una cultura musulmana envidiable. No tienen nada que ver con estos días de embatolados preñados de fanatismo e ignorancia consumada que maltratan, con la complicidad alcahueta de la “progresía” occidental, a sus mujeres.  

Tal vez es simple envidia, porque ver a menesterosas como “Chiqui” Montero, Francina Armegol o Yolanda Díaz soltando regüeldos a favor de la turba ignara, indecente e irresponsable que asola España, lo menos que produce son escalofríos. ¿Y qué decir de sus versiones criollas de estos lados de la mar océano? Ver a Iris Varela, Cilia Flores o Delcy Eloína es algo que escala más allá de lo revulsivo. Son unos reales impétigos. Moléstele a quien le moleste.

Mirar el actual escenario español, colombiano, chileno, nicaragüense, cubano y venezolano es triste, es un trago doloroso ver este desfile de trasgos acabando con todo lo que se mueve. Somos uno con la bendita Madre Patria

Con verbo profético, en el siglo X, el ya citado Ibn Hazm escribió: “Cuando mis ojos ven a alguien vestido de rojo, / mi corazón se rompe y desgarra de pena. / ¡Es que ella con su mirada hiere y desangra a los hombres / y pienso que el vestido está empapado y empurpurado con esa sangre!”

© Alfredo Cedeño  

http://textosyfotos.blogspot.com/

alfredorcs@gmail.com

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