
“Ha escrito más de 10 libros, entre los que destacan Comer en Venezuela (ganador del premio Tenedor de Oro en 2013), El Libro del Pan de Jamón y Manual del Vino. Su obra más reciente, Leer para comer (2023), desmonta mitos sobre la gastronomía venezolana y combate la desinformación en redes sociales, rescatando figuras olvidadas como el recopilador Chento Cuervo”
Por OSCAR HERNÁNDEZ BERNALETTE
Si usted quiere saber quién es Miroslav Zvonimir Popić Pastene solo tiene que escudriñar en un buscador con inteligencia artificial (IA) y un resumen detallado sobre el famoso personaje aparece en cuestión de segundos. Deepseek indica que “Miro Popić es un referente de la gastronomía y la cultura venezolana, es un periodista, escritor, investigador gastronómico y divulgador cultural venezolano de origen croata, cuya trayectoria abarca décadas de trabajo dedicado a la preservación y estudio de la identidad culinaria de Venezuela. Los aspectos más relevantes de su vida y obra: origen multicultural: nació en Chile en 1943, hijo de padre croata (Roko Popić) y madre chilena. Posteriormente emigró a Venezuela, país que adoptó como su hogar y al que ha dedicado gran parte de su trabajo. Significado de su nombre "Miroslav" significa "el que trae la paz" en eslavo, un nombre elegido por su padre en un contexto histórico marcado por la Segunda Guerra Mundial. Trayectoria profesional: periodismo y gastronomía. Es columnista de gastronomía y vino en medios como El Nacional y Tal Cual. Ha colaborado con publicaciones internacionales en Italia, España, Panamá y Chile, destacándose como experto en cocina venezolana. Ha escrito más de 10 libros, entre los que destacan Comer en Venezuela (ganador del premio Tenedor de Oro en 2013), El Libro del Pan de Jamón y Manual del Vino. Su obra más reciente, Leer para comer (2023), desmonta mitos sobre la gastronomía venezolana y combate la desinformación en redes sociales, rescatando figuras olvidadas como el recopilador Chento Cuervo. Como profesor y conferencista, ha explorado la relación entre territorio, religión, idioma y comida como pilares de la identidad cultural.
Más o menos esto y bastante más dicen estos sorprendentes buscadores, tan agudos que no tienen en mi opinión otro objetivo que quitarle al que escribe las ganas de narrar. Como no puedes y quieres competir con su “sapiencia”, los derrotamos, ¿cómo?, comiendo, diría Miro pero la verdad es que lo que no nos enseñara la IA es sobre la esencia del personaje. El protagonista es mucho más que lo descrito por la sobre inteligencia tan usada y de moda. No nos cuenta algo tan importante como que es nacionalizado venezolano toda vez un golpe de estado en su país natal para suerte de Venezuela y que por ejemplo, nace en Chile porque el destino separó a dos hermanos en un puerto de Croacia y que debían zarpar juntos al sueño americano. Uno efectivamente zarpó a Estados Unidos y el otro a Chile. Le faltó a Deepseek (por cierto promocionado por Trump), la verdadera dimensión del gran amigo que nos ocupa. Pienso, y para mi ego, que la sola exclusión de la amistad y afecto que le tiene este humilde acumulador de palabras descalifica la biografía de la inteligencia artificial. Allí no se lee sobre el verdadero Popić, el gruñón, el de la carcajada pegajosa, el padre amoroso, el enamorado de su mujer y del honesto narizón que hace que las copas de vino tiemblen ante su grito de guerra, evaluando aroma, acidez, cuerpo, sabor, corcho, tallo y pare Ud. de contar de cuántas calificaciones su olfato educado le permite. Con Miro, el compadre, nos une una historia que nace en Caracas , fui adoptado por este hatillano hace varias décadas y gracias también a los puentes creadores de Pablo Antillano.
Miro se convirtió en un venezolano necesario. Una simbiosis croata-chilena parió un criollo caribeño que nos ha enseñado más sobre cocina venezolana que muchos de los eruditos y cocineros de estas tierras. Miro, sin duda, le puso el pecho a la gastronomía venezolana y le debemos mucho por ello. Sus libros, su guía gastronómica de Caracas, su pasión y su promoción de las bebidas espirituosas y la culinaria venezolana le han dado un sitial en esta tribu tan atropellada desde hace un par de décadas.
Se dio la licencia de emigrar a Venezuela después de que cayó el gobierno de Salvador Allende en donde el personaje era un periodista comprometido con la causa, quien no en la efervescencia de sus veinte primaveras. Escribía en la avenida Alameda, en “Puro Chile”, como la primera estrofa del himno, dirigido por José Gómez López hasta el golpe del 11 de septiembre. El tabloide, con Miroslav entre sus principales periodistas, circuló entre abril de 1970 y septiembre de 1973. Al igual que Reventón en Venezuela creado por Carlos Ramírez Farías y dirigido por Pablo Antillano, se caracterizaba por su lenguaje informal, anti establishment, irreverente y sus desenfadadas críticas a todos los sectores políticos no comprometidos con Allende. Estaba más a la izquierda que el Partido Comunista.
Miro llegó a estas tierras procedente de un exilio previo en Panamá, de la humedad a la primavera, expediente que le permitió calentar motores para aterrizar en Caracas y posesionarse de Venezuela. Ya había pagado su cuota en una cocina parisina en donde no solo aprendió gastronomía francesa sino suficiente francés para seducir la belleza criolla que se la atravesaba en el camino. Cuando lo conocí, de la mano de Pablo, me daba la impresión de que era un chileno sobrado, hablaba con poco acento y además tenía el swing del galán que ya estaba conquistando la capital petrolera. Para más colmo, ya se había posesionado en nuestras habituales fiestas como bailarín de salsa hecho que generaba sospecha y preocupación. Chileno socialista y con ritmo caribeño. Además, por esos tiempos si eras intelectual de lentes redondos eso de bailar salsa no era de estilo. Hasta que llegaron Ibsen Martínez y Cesar Miguel Rondón e intelectualizaron el ritmo caribeño y nos dieron licencia para tratar de hacer una revolución al tono de Héctor Lavoe, entre otros. El galán se acabó cuando apareció Yolanda Quintana, quien, también periodista, lo enderezó y hasta lo hace ir a misa.
A pesar de su apariencia de croata bravo y su lenguaje fulminante, el compadre Miro tiene el corazón más lleno de bondad que los panes de jamón que aprendió a hacer con éxito y que hasta un libro escribió. Por cierto, fui testigo de excepción cuando en su casa en el Calvario se convirtió durante varios años en panadería Decembrina y hasta el presidente Herrera Campis lo llamó personalmente para encargarle un par de sus panes, a solo 10 bolívares por aquellos tiempos. Mientras estaba acreditado en San Francisco como cónsul de Venezuela, Miro y Yolanda me visitaron. Entre los objetivos, además de conocer tan bella ciudad, estaba ir a la Universidad de Berkeley. Estaba el personaje en plena investigación sobre la historia del pan de jamón de Venezuela. ¿A quién se le ocurre interesarse en esa historia? Pues al acucioso periodista que ya esparcía sus primeros ingredientes en lo que iba a ser una extraordinaria existencia con la gastronomía venezolana y que después de tantos años sigue siendo su leit motiv de vida. Con sus ocho décadas a cuesta no deja de escribir, conferenciar y educar sobre este fascinante arte.
Cuando Miro llegó a Venezuela traía ya la agudeza del buen periodista, la irreverencia del exiliado y las ganas de dejar huella en esta tribu. Experimentado, hasta dio la primicia cuando informó la aparición de los sobrevivientes del accidente aéreo de los Andes. Tan tozudo es que como no lo dejaban ejercer en Venezuela formalmente, pues se inscribió en la UCV y se graduó con honores. Cuando hacíamos la revista Buen Vivir a mediados de los setenta y que inventó Pablo, como imán que era, atrajo una camada de rebeldía y de buenas plumas, entre ellas estaba la de Miroslav. Pablo repartió tareas, recuerdo que me correspondió la página de cine con Jacobo Penzo y Alfonso Molina, música, César Miguel Rondón, y Gustavo Tambascio, entre otros tantos. Queda para otra historia sobre ese tabloide que fue pionero en la Caracas de los setenta. La asignación que nos dejó a todos en el sitio fue la que le correspondió a Miro, “editor de restaurantes y night clubs”, lo que no solo era una novedad para la cultura urbana caraqueña, sino que el autor firmaba como John Casanova y cuya tarea era además de escribir sobre restaurantes, orientarnos sobre los moteles de alta rotación como se les denomina en estos tiempos. Poco amable era la expresión que usábamos por esas fechas. Sus crónicas eran serias y objetivas, además con la crítica que correspondía a quien aspiraba que los consumidores de esos colchones recibieron calidad por lo que invertían, como bien lo escribió, “… nos interesa servir a la comunidad. Servir a nuestros lectores, hacerles la vida más alegres, menos alienantes, mejor distribuida”. Nunca nos contó si solo los evaluaba o los probaba como buen catador. John, con la carga aún de su humanismo izquierdista, no solo recomendaba los mejores moteles, sino que para los que no tenían los 100 bs que costaba la visita, les narraba las bondades de algunos miradores de la ciudad. Comenzaba así la mutación del futbolista de la Serena al intelectual Bon Vi Van de la gastronomía, más caraqueño que el Ávila y más venezolano que la sumatoria de lectores de esta crónica.
Los caminos con Miro
Desde ese pelotón de Buen Vivir y las andanzas de la juventud nació una amistad que nos convirtió en compadres dobles. Son demasiadas las historias compartidas, tantas que suman viajes juntos con nuestras esposas, buenos restaurantes, encuentros internacionales y maravillosas tardes en la mesa de su casa, en donde el crítico gastronómico se convierte en cocinero. Hasta en la llamada “guerra de Seattle” estuvimos juntos con Miro y tomamos los mejores martinis de los Estados Unidos en el Olivers Lounge en el Mayflower Park Hotel.
Hay una historia, en mi opinión, con la que puedo resumir la rebeldía y su esencia como rebelde con causa. La víctima, un joven diplomático.
El sostén en Santo Domingo
Ofrezco un cóctel en la capital caribeña. Invitados especiales, los Popić, quienes nos visitaban desde Caracas. Se inicia una velada estupenda, música buenos tragos y habanos imprescindibles en la etiqueta de aquellos tiempos. Sorpresivamente, un sostén en medio de la sala, si, en la primera recepción diplomática como flamante primer secretario y en honor a un respetado senador de dominicano. Cuando están los invitados en el clímax del cóctel que con tanto entusiasmo había organizado y, además, como ensayo para que mi embajador de turno, Abel Clavijo Ostos, comprobará mis dotes como anfitrión, cualidad de un buen diplomático y mi capacidad de convocatoria política en esa capital caribeña en donde usábamos corbatín con guayabera para ocasiones de gala (reemplazo del smoking) o asistimos a la toma de posesión de Joaquín Balaguer, en impecable traje blanco y corbata negra, aparece de repente en medio del salón, el sostén volador. Los invitados lo veían, los caballeros disimuladamente lo pateaban para esconderlos debajo de alguna silla, las invitadas incómodas movían sus torsos garantizando la presencia de sus propios. Para quien escribe la angustia era total. Era un episodio irreverente como escena de aquella película La Grande Bouffe (1973). ¿Qué diría la burguesía local de este episodios en casa de este joven representante venezolano?
Vergüenza para el pobre diplomático en su debut. Desayunando, la mañana siguiente, el gozón se confesó. El “enfant terrible” que le quería pasar factura a la diplomacia acartonada. Por supuesto, carcajadas sin límite, un sostén de Yolanda desenvainado para la ocasión. Yoli lo que tenía de bella lo tenía también de persona distinguida, era incapaz de prestarse para tamaña ocurrencia. Por cierto, termino el viaje en una clínica con un ataque de asma. Siempre dudé si fue asma emocional ante el impacto de la travesura de Miro. A sus ochenta, aún deja espacio para sus diabluras. Un rebelde contra el “status quo”.
En aquel entonces, un colega me decía que si seguía invitando a Miro en mis destinos diplomáticos no llegaría a embajador. Como ironía, en estos tiempos de “avant-garde gastronomique” a donde más lo encuentro es en las recepciones diplomáticas, trofeo de los embajadores acreditados en Caracas que les encanta la buena mesa y rodearse los intelectuales que dan la pauta en cualquier capital. Miro el escritor, periodista, el cocinero para su pequeño entorno, y el que más sabe sobre la historia de la gastronomía venezolana como bien lo demuestra su ultima trilogía, y los más de veinte años en que publicó la Guía gastronómica de Caracas, le dio un Know how a la crítica gastronómica en Venezuela.
Un día, hace unos años a sabiendas del sacrificio que sería lo increpó por su decisión de operarse las rodillas. Me dijo, con la nobleza que lo caracteriza, quiero estar bien para seguir caminando con mis nietas en la playa. Pues sí, la vida le da ese placer.
Sin duda, este hermano melange de nacionalidades y regañón ha sido un regalo de la vida.