Conviene empezar con algún revisionismo para respetar el juego de palabras soterrado del título de esta extraña pero imprescindible película de HBO. La novelista Ayn Rand publicó en 1943 una novela llamada The Fountainhead (El manantial), llevada al cine en 1948 con Gary Cooper en el papel principal. En ella Rand daba rienda suelta a su obsesión por la independencia de criterio, la preeminencia de la razón, el individualismo extremo y su odio al colectivismo, lo cual le dio un éxito editorial de proporciones y la transformó en una referencia filosófica del Partido Republicano. Ahora bien, Joaquín Sabina nos advierte aquello de que la “suerte es la muerte con una letra cambiada”. Mountainhead es acaso el opuesto del manantial de los años cuarenta, es literalmente el pico de la montaña, al cual llegan cuatro megaplutócratas digitales para admirar la mansión de uno de ellos y decidir qué hacer con el mundo que, allá abajo, muestra signos de crisis terminal porque otro del grupo ha sacado al mercado un software capaz de recrear una realidad indistinta del mundo real. Los cuatro amigos se conocen desde sus comienzos, y si bien son compinches de años y se reiteran su cariño a cada momento, pilotean una rivalidad existencial que deriva de la competencia entre sus empresas. En realidad, se odian.
La sátira es dirigida por alguien que sabe de magnates, Jesse Armstrong, el creador de la excelente Succession, una serie que superpone las rencillas familiares a la megafortuna de un patriarca comunicacional en sus presumibles últimos años. En la película el desafío es utilizar la rivalidad de los “technobros” para adentrarse en el mundo de una nueva especie de personajes que ha empezado a aparecer en los últimos años al calor de las megafortunas y los imperios digitales. Los cuatro villanitos ocupan 95% de la acción y el espacio de la película (lo cual no deja de traer una nota de tedio) porque en su mundo no hay espacio para el otro. Pero la originalidad de la empresa es la inmersión en un mundo que quisiéramos fuera imaginario. Los magnates son desde el principio unos niñitos malcriados y caprichosos que, sin embargo, tienen el poder de jugar con el mundo y repartírselo para después gobernarlo a su mejor entender. Es decir, como una empresa. Así como Elon Musk jugaba con el famoso DOGE, ese tren eléctrico que su pana Trump le prestó por unos meses, los cuatro piensan que pueden comprar, por ejemplo, Argentina y luego manejarla tal vez desde Buenos Aires, pero mejor desde una oficina en Miami. También piensan en el futuro, uno de ellos padece una enfermedad terminal. Pero es terminal para los demás mortales, porque ellos ya piensan en la inmortalidad digital, liberada de algo tan cotidiano y despreciable como el soporte biológico. Y si de rivalidades hablamos, podemos invocar a algún filósofo, (Kant para el caso) para justificar el asesinato de uno de ellos que se niega a dejar entrar su empresa en el objetivo propuesto. El razonamiento es disparatado, claro, pero es que la razón no tiene cabida en un mundo hecho de caprichos, donde la única lógica es la del poder. Y en todo caso, como dice uno, “yo llamo a la Casa Blanca y consigo un perdón anticipado”.
La ironía con el cambio de una letra en el título es de largo alcance. Uno podría (con dificultad, es cierto) suscribir o por lo menos entender el pensamiento individualista de Ayn Rand, pero la novelista estaba convencida de que la felicidad colectiva pasaba por los seres heroicos y ferozmente independientes que surgían del cuerpo social. Sus herederos, ochenta años más tarde, carecen de esta estatura. Son unos jóvenes tontuelos, caprichosos, sin ataduras morales con el mundo en que habitan y les importa muy poco las catástrofes que sus invenciones puedan desencadenar. Lo que importa es el poder, la vorágine de la adrenalina y la extensión de sus dominios digitales. Su última frontera es la vida (digital) eterna, lo cual preocupa solamente al que puede perder la que tiene ahora. Los demás viven en un mundo que, si no tuviera la consistencia digital que tiene, sería una fantasía. Este doblez es el que los alimenta. El mundo exclusivamente masculino, en el cual viven es una fantasía, pero una fantasía que ellos, en principio, controlan y –creen ellos– manejan. Porque si las cosas se van de madre, bueno, tampoco es que importe mucho. Porque no los afecta a ellos. El único peligro que los acecha es una caída en la eficacia de sus empresas, el resto es ocioso.
Mountainhead es una película difícil y antipática. No hay personajes con los cuales el espectador pueda empatizar. Sin embargo, salvo mejor opinión, es la primera protagonizada por los amos del mundo digital, de los cuales sabemos todos los días por los medios. Y la verdad es que no es una sátira. Es un filme de horror.
Mountainhead. EE UU, 2025. Director Jesse Armstrong. Con Steve Carrell, Corey Michael Smith, Ramy Youssef, Jason Schwartzmann