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Los nuevos cantos de Sirena

La Sirena pertenece a una mitología bien amplia del cine, derivada de visiones arquetipales de la historia. Las películas Splash y Little Mermaid aportaron lecturas de la cultura popular, para el entretenimiento de las masas. Ambas cintas reforzaron esquemas femeninos de la década conservadora, según una perspectiva masculina, dominada por la cosificación, la proyección de […]
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La Sirena pertenece a una mitología bien amplia del cine, derivada de visiones arquetipales de la historia.

Las películas Splash y Little Mermaid aportaron lecturas de la cultura popular, para el entretenimiento de las masas.

Ambas cintas reforzaron esquemas femeninos de la década conservadora, según una perspectiva masculina, dominada por la cosificación, la proyección de un deseo erótico y la clásica narrativa de la búsqueda del príncipe azul, cuya presencia desencadena el proceso de liberación y humanización de las protagonistas, fuera del cascarón bajo el mar.

Corrían tiempos de emancipación y del ascenso del fenómeno de la tercera mujer, analizado por autores como Lipovetsky.

Por tanto, el cine adoptó el fenómeno como un filón comercial, tendiente a la domesticación.

Hoy vemos resurgir el tema en el polémico remake de La Sirenita, pero sobre todo en la confección de la serie de Netflix Sirenas, un contenido de cinco capítulos y una producción estándar de calidad en alta definición.

Un reparto de estrellas viene a legitimar el desarrollo de la puesta en escena, bajo el liderazgo de actrices de renombre y carácter como Julianne Moore, una garantía de eficiencia y curaduría en el filtro del guion.

Aparte figura la chica rubia de La Casa del Dragón, Milly Alcock, quien sorprende por la evolución de su registro dramático, hacia los episodios culminantes de la saga.

Kevin Bacon y Meghann Fahy complementan el reparto principal, logrando convencer en papeles secundarios de tres dimensiones.

El arquetipo de la sirena suele entenderse como la síntesis de una mujer híbrida, mitad pez y mitad carnada de erotismo al borde del agua, cuya imagen deslumbra y acaba por hechizar a los marinos, algunas veces hasta llevarlos por los abismos surreales de la pasión.

La serie de Netflix plantea un diálogo contemporáneo con la mitología tradicional, para hablar de ciertas problemáticas que aquejan a las mujeres en pos de su ascenso y reconocimiento social.

La Sirena mayor ha conquistado un trono en una isla, como la esposa de un magnate que parece sustituir y cambiar de pareja cada cierto tiempo, manteniendo un bajo perfil.

La veterana ejemplifica el dilema del privilegio blanco, tras una fachada de pureza sectaria, una vida frívola de lujos y una carrera filantrópica en defensa de las aves salvajes.

La serie adopta un costado negrísimo, de sátira, al imbuirse del clima y de la atmósfera de suspenso de un Alfred Hitchcock en The Birds.

De hecho, una escena conclusiva rinde tributo a Los pájaros y su terror psicológico, que expone la tragedia de una sociedad encapsulada, que vive apartada en una isla.

Nada es lo que se aparenta y todas las sirenas esconden un pasado traumático, bajo la sombra de paternidades tóxicas y complejas.

En tal sentido, la sirena más joven trabaja como asistente, como una especie de pasante de modas, al servicio de la abeja reina.

La muchacha procede de un contexto modesto, que oculta con complejo, y que desea superar a toda costa.

Ha sufrido de abandono por parte de padre y carga con la cruz de sobrevivir a la muerte de su madre, en unas extrañas circunstancias que la trastornan.

Por último, hay una sirena que atraviesa por su crisis de los treinta, cuidando a su padre con demencia senil. Ella es la hermana mayor de la sirena joven y será un detonante para que las tres protagonistas crucen sus destinos sentimentales.

Plagada de giros y plot twists, la serie propone una revisión de la mitología, en la que los hombres ocupan un rol secundario.

Sin embargo, la tesis del contenido resume un libreto ambivalente, que retrata las luchas intestinas por el poder, a través de una típica guerra de sexos.

Tal parece que estamos obsesionados con el código de Juego de Tronos y Succession, al engancharnos con las miserias de las clases altas y bajas, cuando pugnan por tener el control de un feudo, de un espacio, de una isla.

Por eso la serie Sirenas nos atrapa y nos conecta, amén de sus convenciones y de sus rupturas de comedia oscura.

La mujer captura el foco y nos revela su lado humano en la conquista de un territorio.

Así que los guiños a la rueda de La Casa del Dragón no son casuales. Tendremos segunda temporada, porque muchos hilos y argumentos quedaron abiertos.

Las nuevas sirenas tienen existencias distintas, unidas por una sororidad que se diluye en momentos clave.

De modo que se apela al sentido de la solidaridad ante la adversidad, sin obviar que también existe conflicto generacional y una movilidad social de trepadoras con agenda propia.

Individualismo o fraternidad de sirenas.

He ahí un dilema.

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