Es sabido ya que el Papa León XIV se inspiró en León XIII para elegir su nombre. Lo llamaba la inquietud por la cuestión social, pues ese es el tema de la encíclica Rerum novarum, cuyo autor es León XIII.
Esta encíclica nace en un contexto difícil, de turbulencia por el auge de la revolución industrial y el conflicto entre las clases sociales, en virtud de la contraposición entre el socialismo y el liberalismo. Nace, como se puede ver, con la intención de calmar las aguas entre las luchas de ricos contra pobres o proletarios.
El afán de cambiarlo todo, dice el Papa, de clamar “por las cosas nuevas” (Rerum novarum), se derramó desde el campo de la política al de la economía. La industrialización, dice, ha afectado las relaciones entre patronos y obreros, pues la acumulación de la riqueza en manos de unos pocos ha aumentado la pobreza de la mayoría.
León XIII, sin embargo, habla de los deberes y derechos de ambas clases, pues unos aportan el capital y otros el trabajo. Es cierto, no obstante, que al haberse disuelto el gremio de los artesanos se ha generado un vacío que ha entregado a los obreros a patronos a veces inhumanos. Para solucionar este mal, los socialistas han atizado el odio de los pobres contra los ricos, tratando de acabar con la propiedad privada. Y esto, lejos de mejorar la situación de los proletarios, la ha agravado, pues los socialistas no consideran que los pobres tienen derecho, tanto como los ricos, de tener una propiedad que puedan llamar “propia”.
El obrero tiene derecho a invertir su dinero como quiera, pues este es un derecho que tiene por naturaleza. Este derecho, junto al de velar por su vida, son anteriores a la existencia del Estado, pues son naturales. Nadie puede venir a violar ese derecho y los socialistas, con su violencia y agresividad, lo pretenden. Generan turbulencia; son perturbadores. El respeto a la propiedad privada, tanto de ricos como de pobres, genera una pacífica convivencia. Hay que advertir que la ley divina sanciona el intento por contrariarla: “no desearás la mujer de tu prójimo, ni la casa, ni el campo….ni nada que sea suyo”. Este derecho, tanto como el de casarse y de tener hijos, no puede negarse, pues son independientes de la sociedad civil: les son anteriores. El padre de familia tiene el deber y el derecho de proveer el sustento a su familia. Tiene el derecho de dejar, también, una herencia. Nadie, por lo mismo, puede obstaculizar esto. La sociedad civil, por tanto, no puede penetrar hasta la intimidad del hogar, como pretenden los socialistas, pues es de derecho natural el formar una familia.
Ahora bien, si la familia estuviera en una situación desesperada, es justo que el Estado la socorra, pues ella es parte de la sociedad. Estas intervenciones son puntuales, pues se trata de auxiliar a unos ciudadanos necesitados. Los socialistas obran injustamente, en cambio, cuando pretenden suplir la providencia de los padres.
Hay algo interesante en esta encíclica: no sólo se defienden los derechos de los proletarios a demandar el justo salario, sino que se defiende igualmente a los patronos y a su propiedad privada. También se insiste en eliminar la fantasía socialista de que apropiándose de los bienes de los patronos, los obreros serán más felices y prósperos, pues la vida no es puro placer. Hay que mostrar la realidad como es, dice León XIII: la vida está llena de dificultades y tristezas. De aquí que prometer una felicidad absoluta en esta tierra sea una mentira con la que los socialistas engañan. Atentar, además, contra los empresarios, hará a los obreros más infelices, pues atentan, sin advertirlo, contra su fuente de trabajo y se hacen daño a ellos mismos.
El socialismo, en definitiva, daña a aquellos a los que promete ayudar. Debe rechazarse, por eso, la fantasía de reducir lo privado a lo común. Todos, además, no somos iguales: no son iguales nuestros talentos ni nuestras fuerzas y esto se hará sentir en nuestra fortuna. Hay que procurar, sin embargo, alivio a los males. De aquí que los ricos deban entender que hay que ayudar a los pobres, una vez que han satisfecho todas sus necesidades. Los ricos no son enemigos de los pobres: deben reunirse armoniosamente con ellos y entender que son como las partes del cuerpo: todas se necesitan mutuamente, pues no hay capital sin trabajo ni trabajo sin capital.
León XIII insiste, además, en que las riquezas no determinan lo que somos. La virtud es lo esencial. Dice, asimismo, que los ricos deberán dar cuenta a Dios de lo que tienen y de cómo lo usan. Al mismo tiempo llama a ambas clases, ricos y pobres, a cumplir con sus deberes para complementarse. Y si ambas clases siguen los preceptos de Cristo, comprenderán ambos que fueron creados por el mismo Dios.
A la Iglesia no le preocupan solo las almas y su salvación. Le preocupan los cuerpos y su felicidad terrena. De aquí que le ocupa la cuestión social y la justicia.
La Rerum novarum, en definitiva, es una encíclica que llama tanto al rico como al proletario a cumplir con sus deberes y a hacer valer sus derechos. Los llama a ambos por igual, defendiendo para ambos la propiedad privada y el justo salario, pues no obtenerlo clama al cielo. Interesa, pues, que León XIII no defienda solo al pobre, sino al rico también, defendiendo para ambos, sus justos derechos. Llama igualmente la atención que diga que hay que mostrar la vida como es: un camino donde hay dificultades y no puro placer, como la fantasía socialista hace ver, al prometer lo irrealizable.