Si para nuestro Nobel Mario Vargas Llosa el socialismo ha sido el más grande fraude intelectual del siglo XX, el marxismo cultural vendría siendo prácticamente una rama igualmente conspirativa de este en materia cultural, artística, social, inclusiva, migratoria, abierto a la diversidad, progresista y global desde la óptica ideológica y su lenguaje propio, escenarios a los que enfrenta con fervor libertario la batalla cultural y más que esta, la derecha cultural, caracterizada por la gestación de un arte puro, promotor de los valores universales de Occidente, crítica de la inmigración manipulada y defensora de la familia tradicional.
En este sentido, la cultura en general como creación en la región en general y en los países donde regímenes socialistas guerrilleros asaltaron el poder, como Cuba, Nicaragua o Venezuela, y otros donde el Partido Comunista soviético ha infiltrado cuadros prácticamente desde su instalación al frente de la nueva Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y luego a través de la Cuba de Fidel Castro, para desestabilizar el naciente capitalismo, ha vivido un proceso de subversión socialista, del cual pocos logran no caer en dicho juego. Estamos hablando entonces, de la implantación del realismo socialista, también conocido como arte comprometido, que no fue más que una pócima de la propaganda comunista filtrada a través de la cultura en sus diversas manifestaciones, pero también extendida a todas las disciplinas del saber y el conocimiento.
En efecto, el realismo socialista penetró todos los cimientos del arte a partir de la toma del poder de los bolcheviques en la URSS en 1917, tras la salida de los zares y el abrupto asalto marxista-leninista. La lectura posterior en el mundo entero es la misma con distintos nombres en todos los países inoculados y avasallados por el virus socialista, de la que no se salvan, artística e intelectualmente, muchísimos seguidores de este sistema hasta el día de hoy.
Este fenómeno se propagó por España y toda Hispanoamérica, en Estados Unidos, Europa y en el mundo entero, ante la pasiva actitud de un empresariado regional y gobiernos de derecha diletantes, que no percibieron como un peligro la gran manipulación en ciernes. Desarrollándose así, desde entonces, una cultura que en general fue lastimosamente degradada, en términos estéticos, para convertirla en una propaganda abierta y sin máscaras a favor del compromiso político, lo que venía en los manuales establecidos por los camaradas del Kremlin y los ideólogos de izquierda que supieron colocar el discurso político, el mensaje, la propaganda anticapitalista y el resentimiento social hacia la empresa privada y Estados Unidos, enalteciendo la lucha por los pobres y todo el enjambre de argumentaciones sociales expuestas como una reivindicación necesaria. Todo desde el faro de la pomposa Revolución cubana, tercermundista y antiimperialista.
Poetas, narradores, pintores, teatristas y hasta cineastas apoyados por el marxismo cultural hollywoodense y europeo desde entonces, han mordido y siguen mordiendo el anzuelo de un utópico mundo sin hambre y en condiciones favorable para todos, embobada y fanáticamente atraídos por la fanfarria de las revoluciones a estallar en todo el mundo, dedicaron sus neuronas culturales a proyectar esa euforia social a través de la cultura, capaz de haberle tomado el pelo al mundo entero con las epopeyas guerreras y sus redenciones en pro de un mundo nuevo, de un hombre nuevo y de un sistema único, estatista, de gobierno, lo que ha resultado en un rotundo fracaso como señala Vargas Llosa, pero que sigue manteniéndose en la esfera de la política, con sus banderas por los pobres, desde la propia Cuba sumida en la más infernal de las pobrezas, hasta Nicaragua y Venezuela pasando por el “Gobierno de España” en manos del Partido Socialista Obrero Español (PSOE).
En otras palabras, cayó la URSS, cayó el comunismo en la vieja Rusia pero sus tentáculos siguen vivos como si todo el tormento vivido bajo la esclavitud comunista no hubiese sido letal y abominable. Contra esa innoble gesta es que avanza la batalla cultural, cada vez desdibujando nuevos escenarios de lucha, pues la vitalización del sistema, habitualmente se sostiene, no por sus derruidas economías, sino por sus manipulaciones culturales y por todo lo deleznable que se mueva alrededor del marxismo cultural.
En un siglo como el actual, que pretende y debe ser el gran desmitificador de la falsa y aberrante historia, a pesar de sus amenazas, es importante y crucial avivar estos temas ante tanta tergiversación aún presente, en muchos utópicos aún perplejos y adormilados llevados de la mano por el tétrico sistema ideológico socialista, tanto por sus economistas, partidos, ideólogos y artistas, quienes logran acabar con la pobreza y propiciar bienestar económico, pero para ellos mismos y sus castas, como perfectamente los delata Javier Milei.
El reto pues de la batalla cultural y de la derecha cultural es sobreponerse a ellos, para aspirar a un legítimo mundo de oportunidades y dignidad para el vacilante y aún enceguecido mundo que nos toca vivir y en el cual el arte como tal sea sin compromisos, más que con su propia belleza, su propia estética y su propia identidad en Hispanoamérica entera. Solo así se pondrá fin a la mayor estafa intelectual de la vida y de la historia.
El autor es escritor y periodista nicaragüense exiliado en Estados Unidos. Columnista internacional.