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Flechazos de humor

Cervantes y la ternura humorística es el más reciente libro del escritor y periodista Eduardo Aguirre Romero, dedicado a Cervantes y al Quijote. Delicioso, entrañable y sonriente a lo largo de sus 27 capítulos, reproducimos aquí el número 13, titulado “Flechazos de humor” Por EDUARDO AGUIRRE ROMERO Si hay un libro que contenga más enamoramientos […]
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Cervantes y la ternura humorística es el más reciente libro del escritor y periodista Eduardo Aguirre Romero, dedicado a Cervantes y al Quijote. Delicioso, entrañable y sonriente a lo largo de sus 27 capítulos, reproducimos aquí el número 13, titulado “Flechazos de humor”

Por EDUARDO AGUIRRE ROMERO

Si hay un libro que contenga más enamoramientos que el Quijote no lo conozco, empezando por ese "amor de oídas" que el caballero andante siente por Dulcinea. Cuando le pregunta a un galeote el motivo por el que ha sido condenado le contesta "por enamorado", lo que provoca su perplejidad e indignación: "¿Por eso no más? —replicó don Quijote— Pues si por enamorados echan a galeras, días ha que pudiera yo estar bogando en ellas" (QI, XXII).

La crítica ha dedicado páginas y páginas a analizar las relaciones amorosas que aparecen en las dos entregas, pues aportan valiosa información sociocultural sobre la época; sin embargo, al lacayo Tosilos (Q II, LVI) apenas se le ha prestado interés, pese a que el suyo es uno de los grandes flechazos del libro y —me atrevo a afirmar— que de la historia de la literatura, aunque sui generis; pero de esta condición cúlpese a Cupido y no a Tosilos, quien ni siquiera sabía el nombre de la amada, como tampoco lo sabemos los lectores, pues no se menciona.

El pasaje del desafío entre don Quijote y Tosilos nos permite oír la risa de Cervantes: el desparpajo del lacayo, en su ahora o nunca; la curiosidad del numeroso público congregado al duelo, la expresión furibunda de doña Rodríguez, el titubeo inicial de la ya exdoncella, la estupefacción del duque, las alegres banderolas acariciadas por el viento, la frustración final del respetable, la clarividencia de don Quijote... y sí, la risa omnisciente de Cervantes, que comienza ya desde el socarrón epígrafe: "De la descomunal y nunca vista batalla que pasó entre don Quijote de la Mancha y el lacayo losilos en defensa de la hija de la dueña doña Rodríguez". ¿Nunca vista? Y tanto lo de "nunca vista", no llega a tener lugar.

Sí, Cervantes podía reír y escribir a la vez, y este episodio —todo él un gran gag personalidad — nos lo de-muestra. Recordemos el episodio: la acción transcurre durante la primera estancia de don Quijote y Sancho en el palacio de los duques; Doña Rodríguez y su hija se personan enlutadas y circunspectas ante el caballero andante, mientras este almuerza con los duques; la dueña se echa a los pies de don Quijote y le suplica que enderece "el tuerto" que les ha hecho un joven, pues tras haber gozado de su hija ya no quiere casarse con ella, aunque para gozarla antes le prometió matrimonio; no se especifica, pero puede deducirse que ha quedado embarazada; nos cuenta Cide Hamete, que el seductor había partido para Flandes, no tanto por huir de la hija como de la suegra, chispeante ocurrencia del de alegres ojos, y aún quedan muchas más. Doña Rodríguez es escuchada con atención por don Quijote, quien se muestra "compasivo" y dispuesto a ayudarla; allí mismo, el duque idea una nueva burla a su invitado, —hay que señalar que el joven fugado es hijo del prestamista del noble, es decir, este vive y se aburre por encima de sus posibilidades— propone que don Quijote y el informal joven se enfrenten en desafío, con el siguiente acuerdo: habrá boda si el caballero andante gana (algo que el duque cree imposible), pero en caso de ser este derrotado se dará por roto el compromiso. Entre pucheros, madre e hija aceptan las condiciones y, dado que la tercera pata del banco ha tomado las de Flandes, el duque idea que sea su lacayo Tosilos quien, sin que nadie más lo sepa, suplante al fugado; a propuesta también del organizador, será con armas preparadas para no dañarse con ellas, pues los duelos estaban prohibidos por el Concilio de Trento y los duelistas condenados a la excomunión.

El escritor ya empieza a frotarse las manos, con su propia ocurrencia. Llega el día y todo ha sido montado con gran despliegue de atrezo medieval. Los anfitriones querían superarse a sí mismos, pues el listón con Clavileño había quedado muy alto; pero subestimaron a Tosilos, o a Cervantes; minutos previos a la señal de arremetida, el lacayo —se nos dice— estaba enfrascado en "diferentes pensamientos". Sonó la trompeta. Don Quijote azuza a Rocinante y se dirige presto, lanza en mano, contra el que cree incumplidor de una promesa de matrimonio a una doncella tras gozarse ambos; pero Tosilos permanece quieto en su cabalgadura y llama a voces al maese de campo, quien acude presto y sorprendido. Don Quijote frena en seco su carrera. El lacayo le pregunta al maese de campo: "Señor, ¿esta batalla no se hace porque yo me case o no me case con aquella señora?".

Este —perplejo-— asiente; entonces, el travieso Cervantes le hace proclamar: "Digo que yo me doy por vencido y que quiero casarme luego con aquella señora". El enamorado apócrifo se acaba de enamorar de verdad, o eso dice. Sorprendente situación, prodigio de humor cervantino. Unas líneas más arriba el narrador nos había adelantado: "Parece ser que cuando estuvo mirando a su enemiga le pareció la más hermosa mujer que había visto en su vida a quien suelen llamar de ordinario ‘Amor ‘ por esas calles no quiso perder la ocasión que se le ofreció de triunfar en una alma lacayuna y ponerla en la lista de trofeos". Una variante traviesa de aquel "Venciste, hermosa, Dorotea, venciste", de la primera parte. ¿Alguien puede dudar que Cervantes se carcajease al escribirlo?

Pero su risa fue mucho más que autocomplacencia, contiene alegría de vivir y la armadura no había sido suficiente para frenar el flechazo, que más tuvo de lanzazo... Cervantes disfruta con la ocurrencia del lacayo, como si él mismo estuviese allí, y de hecho está; pero también porque la situación le permite mostrarnos que al duque le haya salido la burla por la culata; por su parte, doña Rodríguez advierte que ha habido trampa y airada exige justicia, incluso del mismísimo monarca; don Quijote tercia a favor del recién enamorado y lo achaca todo a encantamientos; la joven protesta, pero enseguida dice que sí, que vale, que acepta casarse con él —otro gran prueba de que Cervantes puede escribir y reír a la vez—; tras su enfado inicial, al duque le hace gracia —aparentemente— la inesperada situación, pero como en su teatro manda él, ordena que se lleven al lacayo preso 15 días, hasta que quede comprobado si hubo encantamiento de amor o no. ¿Y todo aquel público que había sido allí congregado a admirar un espectáculo a la antigua?:

"(...) aclamaron todos la vitoria por don Quijote, y los más quedaron tristes y melancólicos de ver que no se habían hecho pedazos los tan esperados combatientes, bien así como los muchachos quedan tristes cuando no sale el ahorcado que esperan porque le ha perdonado o la parte o la justicia". (Q II, LVI)

Cervantes disfruta con ese agarrarse de Tosilos al clavo ardiendo y ardiente, pues casi le chafa al duque su risa de la superioridad. Capítulos más adelante, don Quijote y Sancho se toparán con el lacayo, quien les contará el final de su historia: el duque ordenó que le dieran 200 palos y le echasen del castillo, despidieron a doña Rodríguez —quien retornaría al pueblo— y su hija ingresó en un convento. Aquí ya no hay nada que nos recuerde los finales felices en las historias de amor secundarias del Quijote de 1605; sin embargo, a poco que peguemos el oído a la página podemos escuchar la risa del viejo escritor, ya sabiéndose con el pie en estribo; risa sin cinismo ni amargura, pero también de quien ya no pide cotufas en el Golfo.

En efecto, el amor es uno de los grandes temas en Cervantes, porque hubo de serlo también en su propia vida. Don Quijote enamorado de oídas, Tosilos de un solo vistazo. Los pastores escriben con sus navajas el nombre de la bella Marcela. Sancho se queja de los celos de su mujer, pero reconoce quererla "más que las pestañas de mis ojos" (Q II, LXX); Maritornes sueña con caballeros andantes; Rocinante aún se siente con fuerzas para un trotico; Doña Rodríguez afirma que todavía tiene las carnes prietas; por amor, don Luis caminó y caminó; por amor y dignidad, anduvo y anduvo Dorotea vestida de mozo; por su corazón roto, Cardenio se echa al monte y decide enloquecer. El censo de enamorados y de enamoradas es muy largo. En el Quijote, los corazones de los duques son los únicos que bostezan. El universo cervantino está recorrido por la belleza física. La tradición literaria marca que las facciones perfectas sean reflejo de la virtud, pero en Cervantes esta va mucho más allá de la guapura y del buen porte, es proclamación de que el Bien existe, alegría visual en quien la contempla. Leemos que el aliento de Maritornes huele a "ensalada fiambre y trasnochada" (Q I, XVI, 142) o que Dulcinea despide "efluvios sobaquiles", pero este humor no es el feísmo de la picaresca, contiene ternura humorística. Y sí, alegría de vivir.

El viejo escritor aún juega y cuando sospecha que se está poniendo muy solemne se saca de la manga un gag travieso: "para lo que yo le quiero, tanta filosofía sabe y más que Aristóteles". (Q I, XXV).

En fin, una de las tareas del caballero andante es resolver los problemas de los enamorados ajenos. Argumenta Sancho, al rememorar el caso Tosilos:

“—Nadie dude de esto, dijo Sancho, porque mi señor tiene muy buena mano para casamentero, pues no ha muchos días que hizo casar a otro que también negaba a otra doncella su palabra; y si no fuera porque los encantadores que le persiguen le mudaron su verdadera figura en la de un lacayo, esta fuera la hora que ya la tal doncella no lo fuera". (Q II, LXII)

Ya en la ancianidad, asegura en el prólogo de Novelas Ejemplares haber sido un joven apuesto y castaño rizoso; sin duda hubo de encandilarlas haciéndolas reír. Pero hasta la vanidad tiene sus límites, antes de precipitarse en el ridículo, y es muy posible que no estuviera pensando en él mismo sino en Lope al poner esto en boca de don Quijote:

"Tomad, señora, esa mano, o, por mejor decir, ese verdugo de los malhechores del mundo: tomad esa mano, digo, a quien no ha tocado otra de mujer alguna, ni aun la de aquella que tiene entera posesión de todo mi cuerpo. No os la doy para que la beséis, sino para que miréis la contextura de sus nervios, la trabazón de sus músculos, la anchura y espaciosidad de sus venas; de donde sacaréis qué tal debe de ser la fuerza del brazo que tal mano tiene". (Q I, XLII).

A lo que Maritornes le contesta un: "Ahora lo veremos", y le hará víctima de una de las bromas más crueles de la novela. El Quijote no es solo un libro repleto de enamorados y enamoradas, sino de amor por la literatura. Y el flechazo que había recibido Cervantes por la historia del caballero andante —a diferencia del de Tosiqlos— no es sospechoso.

"—Advierte, Sancho, dijo don Quijote, que el amor ni mira respetos ni guarda términos de razón en sus discursos (...), y cuando toma posesión de una alma, lo primero que hace es quitarle el temor y la vergüenza (...)"

"—¡Crueldad notoria!, dijo Sancho. (...) que en verdad en verdad que muchas veces me paro a mirar a vuestra merced desde la punta del pie hasta el último cabello de la cabeza, y que veo más cosas para espantar que para enamorar". (Q II, LVIII)

Ah, el humor. Ah, el amor. Ah, el dolor.


*Cervantes y la ternura humorística. Eduardo Aguirre Romero. Prólogo: Luis Gómez Canseco. Marciano Sonoro Ediciones, León, España, 2025.

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