Apóyanos

Estados Unidos en la batalla cultural

El marxismo cultural sigue en pie de guerra. No va a descansar hasta que empiecen a desfallecer cuando Occidente entero con sus hombres y mujeres estén dispuestos a acallarlos. Hasta aplastarlos. Los incidentes ocurridos en las últimas semanas en  ciudades como Los Ángeles, Chicago o Nueva York demuestran que en materia de civismo no han […]
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El marxismo cultural sigue en pie de guerra. No va a descansar hasta que empiecen a desfallecer cuando Occidente entero con sus hombres y mujeres estén dispuestos a acallarlos. Hasta aplastarlos. Los incidentes ocurridos en las últimas semanas en  ciudades como Los Ángeles, Chicago o Nueva York demuestran que en materia de civismo no han avanzado ni un miligramo, pues la violencia no resuelve las contradicciones sociales ni la implementación de políticas cuando estas emanan desde el poder democrático.

Tampoco los resentidos sociales se apaciguan. Estos aparecen en los disturbios, en las asonadas, en los enfrentamientos y provocaciones a las autoridades que están ahí precisamente para poner orden. Los actos de vandalismo y saqueos a negocios privados no son espontáneos, son provocados desde la noche negra de la conspiración contra el Estado de Derecho. Merecen la expulsión, la deportación, sin tantos preámbulos.

De la misma manera en que el socialismo y el marxismo nunca debieron haber existido, pues su presencia sigue siendo una estafa ideológica, doctrinaria e intelectual a través de todo el siglo XX y lo que va del XXI, incapaz de corregir los últimos vicios del feudalismo y los errores del capitalismo, los desaciertos cometidos o no por la actual administración del presidente Donald Trump, no van a ser regulados ni corregidos por la violencia de esta secta política, sino por la propia regulación del sistema, así como por la propia actitud política del mandatario al saber jugar e interferir sus cartas con base en la percepción ciudadana sobre sus determinaciones.

Prueba de este hecho vienen a ser los juicios de representantes del sector privado y agrícola, quienes le hicieron ver al mandatario que las políticas migratorias aplicadas sobre todo a hispanos están causando problemas con la productividad, a lo que Trump ya respondió con la propuesta de una iniciativa regulatoria para aquellos trabajadores que, sobre todo del campo y la construcción, legalicen sus estatus de permanencia en Estados Unidos y no posean actos delictivos en sus trayectorias de vida.

En este caso dichos productores, agrícolas y de la industria de la construcción vienen a ser parte de esa regulación propia del Estado o mejor dicho del sistema, al verse este en aprietos, como es en el caso de la producción y la economía nacional. Ellos le están diciendo al mandatario que esa no es la fórmula precisa en la administración actual, y éste, al día de hoy, ha dado señales de rediseñar dichas políticas, pues de lo contrario podrían avecinarse consecuencias graves.

Son muchos los actores en esta película migratoria. Y aunque no se trata de defender o acusar a Trump por hacerlo, es importante en todo juicio alrededor de este tema evalúe todas las aristas del caso, siendo la principal esa migración manipulada, chivata, expiatoria e influenciada por grupos, movimientos y partidos de izquierda, socialistas y comunistas, con un agrio resentimiento social hacia Estados Unidos, que terminan siendo los principales culpables.

Las caminatas de multitudes desde países como Honduras en Centroamérica no son necesariamente producto de sus necesidades históricas, las cuales evidentemente merecen atención de sus gobiernos, sino impulsadas alevosamente por esos sectores socialistas que a través de sus estructuras públicas y privadas los instan a ser parte de esa migración que, una vez establecida en Estados Unidos, rechaza al sistema aunque goce de sus beneficios.

Toda esa tropelía de resentidos sociales, entre quienes no solo figuran sectores de esa izquierda socialista hija de Fidel Castro, sino hasta empresarios, intelectuales y grupos descontentos, por diversas  causas, europeos y estadounidenses, poseen genes neurocerebrales ambivalentes, contradictorios e inseguros para vivir y fecundar en el capitalismo. Rechazan al sistema, pero aman sus lujos, extravagancias, modas y atinadas libertades creativas, siendo incapaces de poder desarrollarse en sus sistemas obtusos y represivos, y esto va para las cúpulas —castas, como etimológicamente las señala Javier Milei—, hasta los pobres desgraciados que se conforman con las migajas que el estatismo socialista les provee. Borregos, en otras palabras.

Siguen leyendo la Biblia confusa y perversa de Eduardo Galeano, Las venas abiertas de América Latina, oyendo a los Guaraguao y viendo las recetas de cocina de Rafael Correa, el prófugo y  delincuente exmandatario de Ecuador.  Siguen diciendo que Estados Unidos se robó casi a todo México, pero no conocen la historia y los difíciles procesos legales, belicistas y sociales en los que se dieron las demarcaciones territoriales y las propias decisiones de quienes asumieron determinadas políticas en sus momentos. O lo que es peor, para esta decadencia resentida y marxista cultural, como la actitud de la presidente de México, Claudia Sheinbaum, dictando cátedras matutinas sobre lo mala que es la derecha y lo buena que es la izquierda.

Contra toda esa adversidad debe plantarse la batalla cultural, la derecha cultural, tanto  en Estados Unidos como también en casi toda Latinoamérica y gran parte del mundo actual.

Contra ese autoritarismo y esa barbarie en pie, debe Estados Unidos hacerle frente, obviamente, desde un Estado republicano como el actual, en el que la capacidad estadista y visionaria de enmendar errores para seguir adelante, ampliando y enriqueciendo la cultura occidental, impere para fortalecerse. También para hacer eficaz la toma de decisiones y rectificaciones en el andar, en el proceso, en la alquimia fecunda que solo las democracias -aun con sus imperfecciones- garantizan para avanzar en la vida y bienestar de los pueblos.


El autor es periodista y escritor nicaragüense exiliado en Estados Unidos. Columnista internacional.  

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