
Por Elena Alemán
Después de dos décadas de ausencia en los circuitos expositivos venezolanos, el aclamado Elías Crespin presenta en Venezuela Continuum, una exposición individual que marca su esperado reencuentro con el público nacional, que inauguró este sábado en la Casa Grande de la Hacienda La Trinidad.
Conocido en el mundo por sus esculturas móviles que danzan con precisión matemática y poética, Crespin, nieto de los artistas Gego y Gerd Leuferd, e hijo de matemáticos, presenta nueve piezas (creadas entre 2016 y 2025) que son el eco de una trayectoria que lo ha llevado a ser el primer artista latinoamericano vivo con una obra permanente en el prestigioso Museo del Louvre.
A través de su trabajo, Elías Crespin invita a la contemplación del tiempo y el movimiento, conceptos que han sido el corazón de su investigación artística desde que, hace más de 20 años, un cubo de Jesús Soto en el Museo de Bellas Artes de Caracas encendiera su curiosidad. Su obra, que fusiona ciencia, tecnología y arte, es un testimonio de cómo la experimentación y la perseverancia pueden transformar una idea en una técnica revolucionaria.
Elías Crespin comparte su visión sobre el impacto de su herencia familiar en su trabajo, los desafíos iniciales en el desarrollo de su técnica y cómo percibe el panorama artístico actual, dominado por los intereses comerciales de las galerías. Asimismo, reflexiona sobre el incipiente papel de la inteligencia artificial en el arte contemporáneo.
—Nieto de artistas, hijo de matemáticos... Podríamos decir que aplica aquello de "de raza le viene al galgo". ¿Cómo cree que esto moldeó su forma de ver el mundo y se expresa en su trabajo?
—Bueno, yo creo que hay un componente educativo en esa influencia tanto matemática como artística, que no se suscribe solo al ámbito familiar. En mis primeros colegios impartían cursos muy artísticos y eso te desarrollaba esa vena. En otro colegio, más adelante, me enamoré de las matemáticas. Tuve un desarrollo de ambas disciplinas desde muy pequeño, aparte de que en casa había una gran influencia. Y creo que a todos nos impacta la relación con los abuelos. A cada quien en su disciplina, en su profesión, esa relación con el abuelo o la abuela le dejó algo.

—Hace poco más de 20 años comenzó a explorar las posibilidades del movimiento. ¿Hubo algún punto de inflexión, algo que lo impulsó a adentrarse en el arte?
—Bueno, hubo dos. Uno fue el disparador de una idea, que fue el cubo de Soto en la entrada de la exposición de Gego en el Museo de Bellas Artes. Un cubo de nylon maravilloso. Me encantaba esa obra y en algún momento la conecté con algoritmos matemáticos que generaran movimiento y que, de alguna manera, le transmitieran ese movimiento a esa pieza. Esa es una primera imagen y un punto de inflexión, digamos que imaginario. Más adelante, durante el paro petrolero, tuve la oportunidad de probar, desarrollar, equivocarme mucho y perseverar en un proceso que me permitió, al final, construir una técnica que, desde un programa en una computadora, me permitiera mover de manera independiente muchos motores. Todo ese proceso fue un segundo punto de inflexión que culmina en mi primera obra, que es la Malla Electrocinética I. Es ese momento lo que me convierte en artista.
—En esa génesis de su carrera, mientras buscaba la manera de mover los motores de manera independiente, ¿cuáles fueron los principales desafíos técnicos y conceptuales?
—El primer desafío fue la incertidumbre. Yo no sabía si iba a funcionar o no. A lo mejor los motores entraban en interferencia unos con otros, o los cables hacían cortocircuito... pero decidí probar. Obtuve información técnica en internet, pero también busqué a ver si ya había iniciativas de arte con múltiples motores. Y solo una obra con muchos motores, que es una obra fascinante, pero muy distinta a lo que yo estaba pensando. Porque si ya había algo parecido a lo que estaba imaginando, no lo iba a hacer. Entonces, me di luz verde.
—Su obra integra ciencia, tecnología y arte, ¿cómo equilibra esos pilares?
—La ciencia es el medio, la base de la tecnología que funciona en mi obra. Es el medio para lograr la danza artística. No es un componente extra, es solo la técnica, así como la pintura usa pigmentos de color que se emplean para plasmar la realidad en un lienzo o las técnicas de realidad virtual que se usan hoy en día para crear mundos inexistentes.
—En un mundo vertiginoso, de inmediatez, en el que no acostumbramos a postergar la satisfacción, su trabajo invita a la pausa, a la contemplación. ¿Es lo que busca transmitir con su obra?
—Yo no busco transmitir algo particular o dar un mensaje. Lo que le he impreso a mi obra es mi espíritu, mi reflexión, mi paz… y eso es lo que ves en ese ritmo, en esa manera, en ese juego geométrico de gestos, un lenguaje abstracto. Pero no hay un mensaje, no hay un deseo de transmitir.

Elías Crespin, el primer latinoamericano vivo en el Louvre
Elías Crespin es reconocido como el primer artista latinoamericano vivo cuya obra ha sido integrada de forma permanente en la colección del Museo del Louvre. Su escultura L'Onde du Midi fue inaugurada en el museo en enero de 2020. Esta instalación marcó un hito y puso el nombre del venezolano en la selecta lista de figuras contemporáneas como Anselm Kiefer, François Morellet y Cy Twombly, que han dejado su marca en el icónico museo parisino.
Cuenta que después de participar en una exposición colectiva titulada Artistas y robots, presentada en 2018 en el Grand Palais de París, en la que estuvo presente con la obra Grand Hexanet, fue invitado por el director del Louvre. "Hay una tradición de invitar a artistas contemporáneos a intervenir los espacios del museo con un decorado permanente. De corazón, ese es el único caso en el que permito que le llamen decorado a mi obra", dice entre risas.
—El maestro Cruz-Diez decía que siempre iba a trabajar el color y sus posibilidades. En su caso, ¿existe alguna otra dirección del arte contemporáneo u otro fenómeno que le gustaría explorar?
—Sí, pero siempre ligado con el movimiento. Tengo la inquietud de hacer grabados, por ejemplo. También he hecho obra gráfica. Pero me interesa, me intriga el movimiento… el tiempo que está en el acto del movimiento.
—¿Cómo ve el panorama artístico actual?
—Hay artistas trabajando, haciendo cosas con ciertas dificultades, porque las instituciones están muy mermadas. Hay iniciativas privadas que los están apoyando, que les dan las posibilidades de trabajar, pero efectivamente es poco en el mundo entero. Y más o menos ha sido así siempre. Cruz-Diez decía que hay un palo, como en un potrero, con un bistec en la punta, dando vueltas, y que todos los artistas estamos en el perímetro de ese potrero, tratando de agarrarlo. Eso por el lado de las oportunidades.
En cuanto al arte, creo que hay una dominación excesiva por parte de las galerías y sus intereses comerciales. Están dirigiendo el mundo del arte a escala global de una manera que raya en lo grotesco. Lo que más les importa es que los artistas les produzcan los mejores resultados económicos y que sus obras se vendan como pan caliente.

—¿Ha pensado en el impacto que podría o no tener la inteligencia artificial en la creación artística? Es una tecnología cada vez más refinada y con muchas posibilidades.
—Pues no, no lo había pensado y me acaba de dar un miedo. Pero pienso que es algo como lo que dice Jason Silva, el influencer venezolano-americano, que la inteligencia artificial reduce el tiempo entre la imaginación y la realización. Eso es lo que permite esa tecnología. Y eso es algo que ya vivimos todos, cada uno en su área, solo con usar las herramientas actuales. Imagínate que no va a existir en 5 o 10 años. Sin embargo, he hecho algunos experimentos de delegar en inteligencias artificiales la concepción de las danzas, pero hasta ahora hacen lo que le da la gana y no lo que yo quiero.