
“Además, desde el seudónimo o el anonimato, publicaba en la prensa española reseñas elogiosas de sus propios libros falsos. También ponía a dialogar entre sí algunos de sus infundios y, en ocasiones, construía un sistema de referencias entre los propios textos falsos: unos aparecían citados en otros”
Por JUAN PABLO GÓMEZ COVA
La manía falsaria del escritor Rafael Bolívar Coronado (1884-1924) alcanzó niveles exasperantes. La nómina de sus supercherías conocidas asusta: nueve crónicas de Indias; volúmenes endosados a Baralt, Daniel Mendoza y Agustín Codazzi; antologías poéticas; artículos y entradas en enciclopedias; biografías, panfletos, relatos, poemas, ensayos, reseñas, crónicas de guerra. Su estrategia consistía en la alonimia; es decir, atribuía sus propias obras a autores ajenos (consagrados o inventados). Sus indecencias literarias exploraban muchas vertientes de la ficción que hoy llamaríamos “experimentales” o “conceptuales”. Con incontenible audacia, se regodeaba en un sofisticado manejo de los paratextos para hacer de las suyas: engañar a editores, lectores y especialistas. También ejecutaba la parodia, el collage y el pastiche hasta niveles asombrosos; en este sentido, era un creador adelantado a su tiempo.
Además, desde el seudónimo o el anonimato, publicaba en la prensa española reseñas elogiosas de sus propios libros falsos. También ponía a dialogar entre sí algunos de sus infundios y, en ocasiones, construía un sistema de referencias entre los propios textos falsos: unos aparecían citados en otros. Así, dotaba sus falsificaciones de realidad exterior y literaria. Como no le gustaba la zarzuela Alma llanera (la obra más exitosa de las que escribió en Venezuela y que dio a la imprenta bajo su nombre verdadero) entonces se propuso desprenderse —literal y literariamente— de ella. Para lograrlo, publicó en 1918 una antología de poetas americanos en la editorial Sopena, en Cataluña, y agregó en los apéndices los versos del fragmento más famoso de la zarzuela, el joropo que lleva el mismo nombre y que empieza: “Yo nací en una ribera del Arauca vibrador”. Allí la deja sin autor, como si perteneciese a la tradición coplera de los llanos venezolanos.
Alternó el uso de cientos de seudónimos con el anonimato y hasta se atrevió, antes que Pessoa, con el heterónimo: el maestre Juan de Ocampo, autor y traductor de cuatro de sus falsas crónicas de Indias es un personaje con biografía, estilo e ideología. Por si fuese poco, usó nombres de contemporáneos vivos, como Blanco Meaño y Uslar Pietri, para adjudicar algunas de sus falacias literarias, sin atender a riesgos. Todo lo que afirmaba sobre sí mismo había que tomarlo con pinzas, no sólo por su tendencia a ocultar, distorsionar y engañar sobre sí mismo, sino por el efecto literario que quería dejar caer sobre su “obra” a largo plazo, que sabía que acabaría sumida en la irreverencia y el misterio.
En una de sus confesiones (siempre parciales y engañosas), dice que también publicó con “nombre supuesto” una novela: Memorias de una niña rubia. Montefiore Waxman, Oldman Botello y Rafael Ramón Castellanos estaban convencidos de la existencia de ese libro. Nada se ha podido averiguar al respecto; es un arcano muy al estilo de nuestro falsario. Sin embargo, especulo que ese libro sí lo escribió y lo envió al editor, pero, por algún motivo, este no lo publicó. Tengo para mí que esa “novela” es un desahogo literario al despecho más doloroso que sufrió en su vida. A él también se la jugaron.