Apóyanos

El 68 venezolano

“El historiador Manuel Caballero apuntaba sobre la victoria de Caldera, parafraseando a Maquiavelo: ‘La fortuna comanda la mitad de nuestras acciones, pero de la otra mitad somos responsables’. Después de diez días de tensiones, en los que emergieron diversos rumores sobre la reversibilidad de los resultados, el Consejo Supremo Electoral proclamó al nuevo presidente electo” […]
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El historiador Manuel Caballero apuntaba sobre la victoria de Caldera, parafraseando a Maquiavelo: ‘La fortuna comanda la mitad de nuestras acciones, pero de la otra mitad somos responsables’. Después de diez días de tensiones, en los que emergieron diversos rumores sobre la reversibilidad de los resultados, el Consejo Supremo Electoral proclamó al nuevo presidente electo”

Por GUILLERMO RAMOS FLAMERICH

Los veinticuatro meses que conformaron los años 1968-69 fueron de ruptura en todas partes del mundo. Su intensidad inaudita prefiguró la sociedad política y cultural que nos sigue influenciando. Praga con su primavera convertida en invierno por los tanques soviéticos. En China la Revolución Cultural cobró nuevas víctimas, mientras en Francia los estudiantes, enarbolando imágenes de Mao y el Che Guevara en los pasillos de La Sorbona fracasaron en la revolución proletaria, aunque contribuyeron a la salida del histórico Charles de Gaulle de la presidencia. En Ciudad de México también salieron los estudiantes, pero cayeron asesinados. En los Estados Unidos, las protestas antiguerra en Vietnam y en favor de los derechos civiles se estremecieron con la noticia de los asesinatos de Martin Luther King y Robert Kennedy. Y si en lo cultural la crisis global se expresó en rock psicodélico, festivales y el mundo hippie, la llegada de la tripulación del Apolo 11 a la Luna en 1969 abrió las puertas para que, probablemente, los próximos conflictos ocurrieran en el espacio.

En Venezuela de igual modo se dio la ruptura con lo que había sido parte de su tradición en siglo y medio de vida republicana. Si en el pasado los odios políticos habían interrumpido la alternancia de partidos y la construcción institucional, la democracia nacida en 1958 estaba demostrando lo contrario. Al cumplirse una década de dos gobiernos de Acción Democrática (AD), se abría el paso a un cambio de signo ideológico en la silla presidencial del Palacio de Miraflores. Raúl Leoni, como presidente en ejercicio, había continuado la obra iniciada por Betancourt, dándole sus propios matices en un período que buena parte de la memoria colectiva ha retenido como de optimismo mesurado y tranquilidad, si bien existe el debate sobre los excesos que trajo consigo la lucha antiguerrillera.

El 1 de diciembre de 1968 se realizaron las terceras elecciones consecutivas en democracia y las segundas bajo la Constitución de 1961. Rafael Caldera, candidato de COPEI, ganó por una diferencia de poco más de 33.000 votos, un 1% sobre el candidato oficialista, Gonzalo Barrios. Este estrecho resultado ha sido interpretado no como un triunfo socialcristiano, sino como una derrota de AD debido a sus conflictos internos y la candidatura alterna de Luis Beltrán Prieto Figueroa. Como en otros episodios de la historia venezolana, se ha intentado dar una única explicación a un momento fértil en debate político e ideológico.

El triunfo opositor en 1968 no se debió solo a la magnanimidad de un presidente dispuesto a entregar el poder, desafiando la tradición de que «gobierno no pierde elecciones», no obstante, hubo algo de ello. Tampoco fue un simple reparto de poder para evitar un sistema único, como en el México de los «revolucionarios institucionales». La mejora en la calidad democrática se sostuvo en la voluntad de continuidad institucional, el deseo de transformación y el dinamismo, ¿quizás desde el optimismo de la modernidad?

El camino hacia el 68: la construcción del cambio

Antes de la campaña del 68 estuvo el 15 de abril de 1967, día en el que Caldera presentó nuevamente su candidatura en el Nuevo Circo de Caracas y acuñó la frase de «hay que echarle pichón» y «liquidar el mito de la invencibilidad de Acción Democrática». En el periodo constitucional de Rómulo Betancourt (1959-64), los copeyanos acompañaron al gobierno y fueron un pilar en la construcción de la estabilidad de aquellos días feroces. A partir del gobierno de Leoni y la «autonomía de acción», la oposición se basó en propuestas concretas que se precisaron en «El Programa», el plan de acción que fue construyendo COPEI con miras a conquistar el poder en los siguientes comicios. De esta forma lo sintetiza el propio Caldera en un artículo publicado por El Nacional el 9 de diciembre de 1966: «La explosión de un sentimiento anti-adeco, son factores potenciales que deben canalizarse hacia una meta constructiva, la de darle a los venezolanos un gobierno mejor».

La idea del «cambio» y el «programa» calaron en la discusión colectiva, tanto así que en la canción paródica de Simón Díaz y Hugo Blanco sobre los candidatos presidenciales del 68: «Pablito (sin pistola)», se resaltan estas dos características en Caldera y, claro está, su religiosidad. Las ideas socialcristianas se discuten y aparecen publicaciones como el libro colectivo Venezuela 68. La realidad nacional, en el que se hace un diagnóstico del país desde los ámbitos: político, económico, social y cultural. Algunas de las firmas son: Luis Herrera Campíns, Arístides Calvani, Haydée Castillo, Arnoldo Gabaldón, Ernesto Mayz Vallenilla o la educadora Luisa Elena Vegas. Adicionalmente, Caldera construye su perfil internacional al encabezar la Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA) y luego la Unión Mundial Democristiana.

Las elecciones del 1 de diciembre de 1968 cuentan con cuatro candidatos principales: Barrios, Caldera, Prieto y Miguel Ángel Burelli Rivas, este último acogido por el Frente de la Victoria, que recibe el apoyo de figuras como Arturo Uslar Pietri en la derecha y adecos disidentes como Jorge Dáger en la izquierda. Como candidatos secundarios, se encuentran el empresario Alejandro Hernández y el reaccionario Germán Borregales. Estas terceras elecciones democráticas generan todo tipo de propaganda y declaraciones en los medios. La prensa publica acusaciones anónimas contra los copeyanos, tildándolos de «nazis» que importan sus ideas de Alemania, mientras que la propaganda socialcristiana denuncia la ineficiencia gubernamental y las colas «en el Seguro Social… cola en los hospitales… cola para conseguir empleo… cola para conseguir teléfono». Pero hay mensajes más interesantes, como el de Conny Méndez en una columna de El Universal del 24 de noviembre, quien, en tono jocoso, anima a las mujeres venezolanas a votar por el candidato que represente bien al país en el mundo, que no sea fastidioso y del cual se conozca su pasado. Y finaliza: «Parece que hay siete mujeres por cada hombre, de manera que nuestro voto es mucho más importante que el voto masculino. Siete veces más».

Reconocimiento en las diferencias

Al conocerse el resultado de la elección, el caricaturista Pedro León Zapata dibuja a un hombre golpeado, vendado, con una muleta, no obstante, sonriente y avisando: «Por escaso margen… ¡Pero gané…!». El historiador Manuel Caballero apuntaba sobre la victoria de Caldera, parafraseando a Maquiavelo: «La fortuna comanda la mitad de nuestras acciones, pero de la otra mitad somos responsables». Después de diez días de tensiones, en los que emergieron diversos rumores sobre la reversibilidad de los resultados, el Consejo Supremo Electoral proclamó al nuevo presidente electo. De las palabras de Caldera aquella jornada, resonó lo de «en mis manos no se perderá la república». Se refirió al presidente Leoni como «amigo de muchos años», evocando con esto los tiempos en que encabezaron el Congreso de la República: Leoni como presidente y Caldera en la vicepresidencia. «Supimos mantener el mutuo respeto, la mutua colaboración y el mutuo decoro de nuestros cargos». Además, fueron los firmantes principales de la nueva Constitución.

Caldera recibió en su residencia a los otros candidatos, quienes fueron a felicitarlo. Y no solamente pasaron por allí sus antiguos contendores, también gente de la farándula, de los medios, de la cultura. Zapata, con el ingenio de sus trazos, dibujó una gran cola de camaleón que se mete dentro de un Tinajero ―en alusión al nombre del hogar de los Caldera-Pietri― y la leyenda: «El que madruga coge agua clara». Por su parte, Leoni en su quinto mensaje presidencial el 7 de marzo de 1969, aboga por «la cada día mayor grandeza de Venezuela», y que debe ser «llevada adelante y con el mayor acierto por el nuevo presidente de la República, mi ilustre sucesor doctor Rafael Caldera, hoy depositario de la confianza popular».

La transición ocurre en paz el 11 de marzo de 1969. Aunque el propio presidente Caldera, en su discurso de toma de posesión, advierte que la novedad del hecho «ha puesto de relieve la falta de un instrumento legal adecuado para regular el breve pero delicado lapso comprendido entre la elección y la trasmisión de poderes». Dos semanas después, Caldera y su esposa, Alicia Pietri, ofrecen una cena de honor en la residencia oficial de La Casona a Leoni, su esposa, Carmen América Fernández «Menca», y al antiguo gabinete. Durante el brindis, Caldera declara: «Para nosotros, tenerlos aquí esta noche, en esta casa, constituye un motivo de satisfacción, porque con esta reunión estamos contribuyendo a cimentar, a fortalecer las instituciones que son fundamento indispensable para la marcha y el progreso del país», y añade: «Siempre se dirá que La Casona es la casa de los Leoni».

El expresidente responde: «Antagonismos doctrinarios, diferencias pragmáticas y contradicciones tácticas son fenómenos corrientes en el quehacer político de la nación, pero ello no puede impedir el diálogo esclarecedor alrededor de los grandes problemas que afectan al desarrollo del país». En 1970, la primera dama, Alicia Pietri, es invitada por la Unión de Mujeres Americanas a imponer a Menca la condecoración de «Mujer de Venezuela». Los gestos simbólicos apuntan hacia a la importancia de la continuidad administrativa para cimentar el sistema.

Entre la continuidad y el cambio

El ejercicio del gobierno va tomando sus formas socialcristianas, reflejándose en la planificación regional y participación comunitaria. Con una minoría en el Congreso, la nueva oposición de AD se declara implacable y tumba algunos planes de «El programa», como el de vivienda y promoción popular. El «gobierno del cambio» se hace entonces en solitario, con el apoyo de algunos independientes.

Acaso hubo quienes creyeron que el cambio implicaba interrumpir lo que ya se ejecutaba y, sobre todo, lo que estaba en proyecto. Sin embargo, prevaleció la continuidad administrativa. En el primer año se inauguran el aeropuerto de La Chinita en Maracaibo, la Universidad Simón Bolívar, el hospital Miguel Pérez Carreño y la autopista La Araña-Antímano (Caracas). Se construye el Complejo Petroquímico El Tablazo (Zulia), proyectado por Leoni, y la represa José Antonio Páez (Mérida), planificada y contratada en el quinquenio anterior. Avanza el desarrollo de la represa del Guri (Bolívar) y entran en funcionamiento el Conicit ―para la promoción de la ciencia y tecnología― y la Zona Franca de Margarita (Nueva Esparta), ambos decretados por su antecesor.

En política exterior se da un giro importante, se pasa de la «Doctrina Betancourt» ―no reconocimiento de regímenes de facto― a la «Solidaridad Pluralista» ―construcción de bloques estratégicos―, con énfasis en la Justicia Social Internacional. Aunque esta apertura en las relaciones internacionales había tenido una tímida singularidad en la presidencia anterior, con las primeras conversaciones para establecer relaciones con la Unión Soviética. Esto prosigue, al igual que el ingreso de Venezuela al Pacto Andino. Tal vez lo más recordado de estas continuidades fue la manera en que la Fundación Festival del Niño, creada por Menca, creció y se convirtió en los años de Alicia Pietri en una referencia para la infancia venezolana.

No sabemos si Leoni y Caldera fueron realmente amigos. Tal vez la formación anticlerical del primero, su orientación doctrinaria y sus vínculos en el exilio con el Partido Liberal colombiano contribuyeron al prejuicio que impidió una relación más cercana. Pero, a pesar de sus diferencias, coincidieron en una misma lucha y fueron protagonistas del cambio en democracia. A la muerte de Leoni, cuando Caldera llevaba más de la mitad de su mandato, le tocó presidir sus honras fúnebres en el Salón Elíptico del Capitolio el 7 de julio de 1972. Entonces dijo: «…venezolanos de todos los sectores, de todas las maneras de pensar, ubicados en las más variadas posiciones de lucha, se reúnen en torno a su cadáver para testimoniarle su admiración y su respeto. Ojalá que este ejemplo sirva de lección perdurable a las generaciones jóvenes, ante las que debemos siempre demostrar la consideración que se debe a los hombres aun cuando se hallen ubicados en posiciones diferentes». El 68 venezolano marcó pauta para una cultura institucional democrática en un país que había estado históricamente marcado por los odios políticos. Luce lejano ese año y esa gesta. Pero allí está.

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