
“Cervantes presenta en rápidas pinceladas lo que era la religiosidad de la gente común de entonces. En cuanto a las supersticiones, asombra ver cuánta semejanza tienen muchas de las descritas en la novela con las que actualmente todavía campean. La fe católica no se pone en discusión. Otras confesiones religiosas, en particular la mahometana y la judía, se da por supuesto que son falsas”
Por FRANCISCO JAVIER DUPLÁ, S.J.
Desde el punto de vista religioso, que es el que se adopta para acercarse a la obra cervantina en este trabajo, la sociedad española vive tiempos de tensión. Los monarcas españoles se han puesto decididamente al servicio de la Contrarreforma, en franca oposición a la Reforma de Lutero. Todo lo que huela a luteranismo es perseguido con rigor por la Santa Inquisición. Ignacio de Loyola y la Compañía de Jesús, aprobada por Paulo III en 1540, juegan un papel importante en el mantenimiento y renovación de la fe católica en el sur de Europa y en la recuperación parcial de territorios ganados por la reforma protestante en Francia y Alemania. Huellas de esta situación serán advertidas en El Quijote. La acción eclesiástica también desalentaba y ponía en aprietos a verdaderos místicos como Juan de la Cruz y Teresa de Ávila. Los «alumbrados», como se les decía entonces a estos místicos o pseudomísticos, son duramente perseguidos por la Inquisición. También se aprecia alguna huella incidental de esta controversia en la obra cervantina.
Autor y obra, ¿tocados por Dios?
No se sabe qué formación religiosa tuvo, pero la que exhibe en El Quijote es muy sólida. Más bien nos parece que Cervantes hizo una pintura bastante realista del panorama religioso de su tiempo, en el que, aparte de las controversias teológicas que aparecen de pasada en su obra, se nos presenta una piedad campesina ingenua y pícara a veces, bastante ignorante de temas religiosos, dócil al estamento eclesiástico y colindante a veces con la superstición. Esta es la forma en que se puede interpretar en resumen el aspecto religioso de la obra cervantina, como una muestra de la «rancia», antigua y tradicional religiosidad de la España de aquellos siglos.
La religión y la caballería son los ámbitos que respeta don Quijote, ésta última más que aquella, si hubiera de elegirse entre las dos. Solamente en ese caso quedarían los valores religiosos subordinados a los caballeriles en la mente enferma del hidalgo. Se trata más bien de un artificio literario, que pretende llevar a su máximo despropósito la locura que significa el mundo de la caballería. No es que el autor desarrolle temas teológicos referentes al concepto de Dios. Los menciona de pasada, como cosa sabida y aceptada, y siempre en boca de diversos personajes. Dios permite que pasen las cosas malas para castigo de los que infringen las leyes de la caballería, le dice el Quijote a Sancho después de haber sido apaleados por los yangüeses (I, 15), en donde se puede apreciar cómo, en el imaginario del ilustre loco, las leyes de la caballería estaban por encima de las mismas normas cristianas. Sancho le dice con gracia y atrevimiento a su amo: “Dios está en el cielo, que ve las trampas, y será juez de quién hace más mal” (I, 30). A Dios se le debe respeto y temor. Varios de los personajes lo dicen de pasada, expresando el sentir común. Don Quijote jura “por el omnipotente Dios” que don Fernando tiene razón en juzgar benignamente al Sancho deslenguado, y refrena su ira desatada, que ha llegado poco antes al extremo de endilgar al escudero una serie de epítetos ofensivos como no se encuentran en otra parte de las aventuras (I, 46). En un sentido más propio y escatológico aparece nombrado el cielo como lugar de la máxima dicha, que es el final más dichoso de la historia de Cardenio y Luscinda: “Habían llegado a aquella venta que para él era haber llegado al cielo, donde se rematan y tienen fin todas las desventuras de la tierra” (I, 36).
Lo cierto e invariable: Dios responde “¡Presente!”.
La persuasión del ilustre hidalgo era doctrina común de la Iglesia en aquellos tiempos: para salvarse, para ir al cielo era necesario ser buen cristiano; los que no recibían la gracia del bautismo estaban destinados a las penas eternas. Esta doctrina fue proclamada solemnemente por el Papa Inocencio III y el Cuarto Concilio de Letrán en 1215, y abandonada después como doctrina oficial en el Concilio Vaticano II, no sin fuertes discusiones de los padres conciliares. No menos de 101 veces aparece la palabra «Dios» en la primera parte de El Quijote y 240 en la segunda parte. Es llamativa esta diferencia; el aumento en la segunda parte no es fácil atribuirlo a alguna causa en especial. En algunas ocasiones Cervantes sustituye la palabra Dios por «cielo». Los usos más relevantes de estas palabras (Dios y cielo) son los siguientes: Como exclamación (¡Válame Dios!, ¡par Dios!, ¡andad con Dios!, ¡Vive Dios!, ¡Santo Dios!, ¡Bendito sea Dios!, ¡Oh Santo Dios!, ¡A la mano de Dios!). Como ponderación y refuerzo de lo que se dice (Doy palabra delante de Dios, Dios me entiende, Por el Dios que me sustenta, Como lo sabe Dios y todo el mundo, Por quien Dios es, Por el Dios que me crió). Como deseo e imprecación (Dios lo haga; Si Dios quisiera; Cuando Dios fuere servido; Que Dios quede con vos y os haga un santo; Plega a Dios todopoderoso; Agora me libre Dios del diablo; Encomendémosle todo a Dios; Dios nos la dé buena; Ruego yo a Dios me saque de pecado; Dios ayude a la razón y a la verdad; Buena ventura os dé Dios; Dios queriendo; Si Dios fuere servido; Así Dios le dé buen manderecha; Dios te guíe y la peña de Francia; Dios os lo perdone, amigos; Lléveme Dios (que iba a decir el diablo); Ya que Dios le haga merced; Ni Dios lo permita o quiera; Dios lo remedie; Con el favor de Dios; Dios te la dé, como puede; Dios sea contigo; Dios te guíe, Sancho; Te juro en Dios y en mi ánima; Dios me la guarde; Váyase a la paz de Dios). Como acción de gracias: (Y dio con él gracias a Dios; Levantados los manteles y dado gracias a Dios; Y dad gracias a Dios, Sancho; Yo doy infinitas gracias al cielo). Como bendición: (Andará la bendición de Dios entre todos nosotros).
Cervantes presenta en rápidas pinceladas lo que era la religiosidad de la gente común de entonces. En cuanto a las supersticiones, asombra ver cuánta semejanza tienen muchas de las descritas en la novela con las que actualmente todavía campean. La fe católica no se pone en discusión. Otras confesiones religiosas, en particular la mahometana y la judía, se da por supuesto que son falsas. En una España que ha expulsado hace poco más de un siglo a los judíos y que acaba de presentarse como campeona de la fe católica frente a los luteranos, es imposible pensar en acercamientos ecuménicos. En cuanto a los musulmanes, Cervantes los tiene muy próximos por experiencia personal, pero su estancia en Argel no le ha servido para acercarse ni siquiera un poco al Corán o la fe de Mahoma.
*Este trabajo es un compendio del artículo publicado por el padre Francisco Javier Duplá, S.J, titulado “La rancia religiosidad del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha”, en Lecturas venezolanas del Quijote, Universidad Católica Andrés Bello, Caracas, 2006, pp. 55-94. Se publica con autorización del autor.