
En poco más de un mes en Venezuela tendrá lugar un nuevo proceso electoral. Aún están abiertas las heridas del fraude cometido hace un año. Pero el régimen no sangra, huye hacia adelante.
Todo en el país está controlado por instancias favorables al poder establecido. En ese guion, el Consejo Nacional Electoral anunció un resultado el 28 de julio del año 2024 claramente favorable a la reelección de Nicolás Maduro. Nunca se mostraron pruebas de tal supuesta victoria. La página online del órgano electoral dejó de funcionar, no porque se atiborró de votos a su cuenta, sino todo lo contrario.
La oposición liderada por María Corina Machado y el candidato Edmundo González Urrutia desplegaron una potente y eficiente red de testigos en las mesas de votación, que pudieron recoger las copias oficiales emitidas por las máquinas y luego transmitirlas en un tiempo récord, en las condiciones impuestas por el bloqueo oficial, y el resultado fue una escandalosa derrota del oficialismo como nunca antes se había producido en la historia de elecciones en el país. El presidente electo, por tanto, fue Edmundo González; el juramentado, Nicolás Maduro, rodeado a su derecha y a su izquierda por Daniel Ortega y Miguel Díaz-Canel.
Dictadores que presumen de demócratas. Otra democracia, dicen. Una donde no es necesario que el pueblo se exprese realmente. No vaya a ser que voten contra la “revolución”, que tanto bien les reporta.
Al fraude del 28J siguió una ola represiva que no se ha detenido hasta la fecha. En un contexto en el que Maduro y su combo trabajan para liquidar “la mejor Constitución del mundo”. Junto al salto de agua más alto del mundo, Venezuela también tiene el mejor sistema electoral del mundo. Lo pregonan sin que se les caiga la cara de vergüenza. Los que mandan son también los más desvergonzados del mundo.
Mientras se reprime, se convoca a procesos electorales: hubo uno el 25 de mayo para elegir parlamentarios nacionales y regionales y gobernadores. Ganó la deserción, centros electorales sin votantes, con sus máquinas allí solitarias y, si acaso, un miembro del Plan República, a la sombra, velando por la pulcritud de la ausencia. El CNE concedió la victoria a quien estaba obligado a concederla. Tampoco se conocen escrutinios, actas. Incluso, se asignaron curules parlamentarias sin guardar proporción con los votos que dicen que se emitieron. En fin, mojiganga electoral.
Ahora, apenas dos meses después, convocan un tercer proceso para el domingo 27 de julio, un día antes del primer aniversario del fraude. Se eligen, es un decir, alcaldes y concejos municipales. El régimen tiene tras las rejas a un selecto grupo de jefes de ayuntamientos, por cualquier motivo en una gama que va de traidores a terroristas.
Las elecciones son el lubricante de un sistema democrático. Deben realizarse en un marco de garantías, que protejan la imparcialidad y el libre derecho de los ciudadanos a expresarse sin temor a perder su trabajo, o la bolsa de alimentos que el régimen distribuye. Si votas mal, no comes. Los procesos electorales en Venezuela convalidan que sigan mandando los que suman el mayor desprecio popular, antipatía entronizada que se deriva de dos décadas y media de destrucción de empresas públicas y privadas, de malversación y robo, de asfixia de la respiración institucional, de persecución de la disidencia política, mediática, cultural y hasta deportiva, porque, repetimos, el régimen de Maduro es dueño de todo: de las canchas de fútbol y beisbol y de las cárceles, esto último su mayor activo.