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Censura, sí

La moción de censura no es un gesto retórico, sino un mecanismo legítimo del Estado de derecho, que permite al Congreso de los Diputados retirar su confianza al presidente del Gobierno, forzando su dimisión y el cese del Ejecutivo en pleno. El grupo parlamentario que promueve una moción de censura constructiva debe proponer, a su […]
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Pedro Sánchez ventas armas a Israel Gaza
Foto: EFE

La moción de censura no es un gesto retórico, sino un mecanismo legítimo del Estado de derecho, que permite al Congreso de los Diputados retirar su confianza al presidente del Gobierno, forzando su dimisión y el cese del Ejecutivo en pleno.

El grupo parlamentario que promueve una moción de censura constructiva debe proponer, a su vez, un nuevo presidente del Gobierno, con un programa político propio.

Sin los apoyos necesarios, está condenada al fracaso, lo que puede debilitar la posición del proponente. Sin embargo, cuando el deterioro institucional se convierte en amenaza democrática, la oposición no solo puede, sino que debe actuar.

La exigencia de una respuesta —impetuosa— activa la moción de censura: un mecanismo legítimo y regulado para exigir responsabilidad política al Gobierno y preservar la salud democrática. 

Motivos

Hay señales inequívocas de una deriva autoritaria: indultos a quienes desafiaron la ley; derogación ad hoc del delito de sedición; rebajas exprés de la malversación; amnistía a medida; hostigamiento a jueces; utilización política de la Fiscalía; pactos con fuerzas que niegan la legalidad constitucional, uso clientelar del BOE; guerra contra los medios incómodos…

Quienes afirman que la moción es un teatro inútil —por no sumar los votos necesarios y supuestamente fortalecer al Gobierno— olvidan que también cumple una función política y pedagógica: obliga a los partidos a retratarse y ofrece una alternativa frente al deterioro institucional.

El desgaste del Gobierno es palpable, más por su inestabilidad parlamentaria que por la acumulación de causas judiciales, de las que se defiende alegando la inexistencia de indicios penales, mientras las instrucciones judiciales agitan el debate público día tras día.

Sin apoyos parlamentarios

En paralelo, la oposición retoma la estrategia de la calle, como respuesta simbólica ante la falta de apoyos parlamentarios, ya que ni la derecha vasca ni la catalana respaldarían la moción.

La falta de respaldo responde, en parte, a los agravios de posibles aliados, como la acusación de haber maniobrado en Bruselas para frenar la oficialidad del catalán, el gallego y el vasco en la UE.

Vivimos en el imperio de la exageración y la mentira. Y cabe preguntarse: ¿es una manifestación el lugar adecuado para demostrar capacidad de gobierno? ¿Es ese el único recurso de la derecha para reemplazar al Ejecutivo?

A un Gobierno se le sustituye en las urnas o mediante una moción de censura, con argumentos sólidos, propuestas claras y apoyos suficientes.

Ni hipérbole ni tacticismo

La oposición debe moverse, sin instalarse en la hipérbole ni vivir en el tacticismo. De lo contrario, poco queda para las políticas que realmente afectan a los ciudadanos y al futuro.

Si el líder de la oposición presentara una moción, debería acompañarla de un programa explícito y un equipo visible. Hoy se enfrenta a dos obstáculos: la definición de objetivos, pendiente y las dudas sobre su capacidad de gobierno. Gobernar exige carisma, proyecto, respaldo interno y liderazgo.

Ha logrado convertir la oposición al sanchismo en una causa robusta y autosuficiente, que le exime de presentar propuestas o tomar postura en cuestiones esenciales ¿ha perdido la compostura que se le presumía? 

Cálculo vs dignidad

Hoy, presentar una moción puede parecer una herejía moderna. Pero incluso si no prospera, es el momento de hacerlo: por principios, por memoria democrática y por respeto a los ciudadanos. También para exhibir el coste del silencio, al obligar a cada diputado a elegir entre el cálculo y la dignidad.

Más allá de estrategias, la moción debe ser un gesto de integridad política. Cada día sin actuar es un día más en el que la resignación sustituye al Estado de derecho.

En estos tiempos, hasta la dignidad necesita escaños que la defiendan. La alternativa no es la prudencia: es la claudicación. 

Una obligación irremediable

Aunque solo sirva para retratar a quienes prefieren eludir el retrato, la moción no es una ocurrencia, es una obligación irremediable. Porque si algo deja, es una fotografía: la de los diputados votando entre la decencia y la docilidad.

Se trata de recordar que un presidente no puede hacerlo todo: ni atacar la independencia judicial, ni moldear la ley a su antojo, ni abrir las instituciones a quienes desprecian la legalidad constitucional.

Será solo un gesto, pero, a veces, un gesto vale más que una legislatura entera. El momento de hacerlo: inmediatamente después del congreso diferido, con la presentación de un gobierno en la sombra. Ese sería el marco para ejercer una responsabilidad ineludible.

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