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Carol Prunhuber en el corazón de las montañas kurdas

Era no más que una veinteañera, cuando Carol Prunhuber (1956), emprendió un riesgoso desafío: viajar al Kurdistán, en los años ochenta, a conocer a Abdul Rahmán Ghasumlú (1930-1989), el histórico líder político y militar de la lucha del pueblo kurdo por sus derechos. De Venezuela al Kurdistán: Crónica de un destino (Kálathos ediciones, 2025) cuenta […]
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Era no más que una veinteañera, cuando Carol Prunhuber (1956), emprendió un riesgoso desafío: viajar al Kurdistán, en los años ochenta, a conocer a Abdul Rahmán Ghasumlú (1930-1989), el histórico líder político y militar de la lucha del pueblo kurdo por sus derechos. De Venezuela al Kurdistán: Crónica de un destino (Kálathos ediciones, 2025) cuenta los avatares de una etapa que se prolongó por varios años y cambió la trayectoria vital de la periodista y escritora para siempre

Por ABEL IBARRA

Carol Prunhuber estuvo a punto de perder la vida, dos veces, en el viaje hacia la escritura de este libro. Una pasantía en la revista cultural de la UNESCO y otra en el departamento de videos de la misma institución sacrosanta eran requisito indispensable para darle gusto al gusto de vivir en busca de nuevos resplandores. Una vida sin sobresaltos, atada a su cotidianidad de obligaciones académicas, amén de los exámenes obligatorios y su sentido del deber, la mantenían inerme en un sopor muelle; como el velero varado en una calma chicha. Hasta que el azar encendió su maquinaria impredecible y la puso en el primer peldaño de su ascenso hacia un nuevo destino, desafío del cual no ha logrado recuperarse. Ascenso porque del París sensual y sugerente, al voluptuoso y excitante Cannes, era eso, un salto hacia lo imposible. Una amiga, Etna Mijares, la hizo cómplice de un proyecto cinematográfico que no queda develado en el libro (excepto por unas fotos en las que aparecen ambas gozando el viento marino del Mediterráneo y los amigos cineastas recién adquiridos al borde de unos tragos), pero que puso a las dos amigas sedientas de aventura en los fastos del Festival de Cine con nombre de ciudad donde se encienden y apagan las estrellas. “Presagios” titula la autora este primer capítulo sorprendente, justamente porque la vida se le llenó de señales de origen desconocido, pero que la fueron conduciendo por la tinta que baña cada página como el río que vive buscando el mar.

Cannes es más que Cannes

“Le comenté a mi jefe que andaba buscando apartamento en Cannes”, cuenta Carol, y, como una premonición de no se sabe qué, un pálpito, como una corazonada inconclusa, su jefe le dijo que tenía un apartamento en el célebre balneario y ya, sin más ni más, se lo alquiló. Carol y Etna comenzaron su aventura con espíritu ligero y cada una fabuló sus propias pistas para continuar viviendo sin perder el asombro: Etna encontró marido y Carol la razón para seguir existiendo con el espíritu libre conque lograba saltar en sus caballos de niña bien, cuando vivía en Venezuela. Un amigo de infaltable recordación por todos los que lo conocimos, Gustavo Morales, corresponsal de Radio France International, ayudó a Carol a ponerle ruedas a sus instintos y continuó el infaltable impulso de un amigo, “a la rueda rueda de pan y canela”, como en la infancia de los Prunhuber, que la hicieron una mujer dulce y recia a la vez. Saludos Gustavo hasta el más allá. Y apareció el azar con su disfraz de casualidad, cuando, luego de muchos avatares, Carol, con su melena de catira absoluta, de cabellos casi blancos, se encontró frente a frente con la estrella cinematográfica del momento: Yilmaz Güney, cineasta turco de origen kurdo, homenajeado en el festival. El conjunto de su obra había sido premiada en el Festival de Berlín y estaba nominado a la Palma de Oro del Festival de Cannes, “no se lo pierdan”, recomendó Gustavo Morales, años antes de irse a descansar en paz.

Nombres

Carol se llenó de nombres sonoros nacidos en otro meridiano del planeta. Yilmaz, Kendal, Krulich, Nezan, Cegerxwin, Fatosh, Kerem, Zana, Ghaderi y muchos otros concernidos y afectados por el problema kurdo, un pueblo sometido al asedio de turcos, iraquíes, sirios, iraníes, cuyo único interés era el exterminio de ese pueblo que según Carol conforman “… una raza de señores hermosos, de estampa elegante, delicados en su trato, generosos, con una mirada que traspasa toda barrera que uno pueda crear”. Pero Carol se dedicó a hurgar en el misterio de aquellos hombres entregados a la defensa de su territorio incierto y de una identidad que sus enemigos se empeñaban en aniquilar. Fue en la ciudad del Sena donde se cumplió un principio que los surrealistas practicaban como un credo: “La omnipotencia del deseo”, cuando a Carol la asaltaron los recuerdos ¿dónde están los héroes? Y, otra vez el azar, la confrontó con su destino, cuando la figura de Abdul Rahmán Ghasemlú entró en su vida como un torbellino libertario y amoroso. Era el jefe de los peshmergas, guerrilleros kurdos que bajo ese nombre como aleteo de mariposas, significa “aquellos que se enfrentan a la muerte”. Carol se convirtió en una más y se le puede ver en las fotos con uniforme de peshmerga dulce, cuando terminó metida en una guerra donde ha podido perder la vida en las montañas del Kurdistán. Fueron varias las oportunidades en que las balas del enemigo iraní o cualquiera (en una guerra no importa cuál es la bala que te mata), cuando estuvo a punto de morir sin darse cuenta. La explosión de una mina en un terreno baldío fue la última oportunidad que tuvo la parca para llevársela descalza.

La retirada

Carol salió indemne de esa guerra excepto por su corazón lastimado. Abdul Rahmán Ghasemlú fue asesinado por agentes del servicio secreto iraní cuando lo invitaron a negociar la paz en un apartamento de Viena y no tomó ninguna previsión. ¿Por qué tal descuido?: “Es que estaba cansado, veinte años en la clandestinidad minan el espíritu de cualquiera”, responde nuestra guerrillera en tránsito con la mirada perdida en Austria. Y Carol, que se salvó de la muerte física después de andar quince horas a lomo de mula, también se salvó de la literaria en varias páginas escritas con el fulgor de quien vive y ama. En uno de esos escarceos que sellaban el término de escaramuzas guerrilleras donde ella también se jugó el todo por el todo, escribe con letras laminadas, flotando en el sueño que tuvo cuando comenzó su aventura: “Partimos entre dos luces hacia una aldea donde dormiríamos el sueño de los victoriosos”. Amén, dice uno, porque Carol se volvió a salvar entre las páginas de este libro riesgoso y excitante.

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