Apóyanos

Alejandro Varderi, a contracorriente

“El autor observa, duela, en toda la dimensión de lo que implica hacerlo. Se percata de que el mundo vivido ya no es, y no será, si lo que se vive ya no es con quienes se amó, se compartió. El telón se cierra y hay otro acto, otra ciudad, otros personajes. Ahí está toda […]
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“El autor observa, duela, en toda la dimensión de lo que implica hacerlo. Se percata de que el mundo vivido ya no es, y no será, si lo que se vive ya no es con quienes se amó, se compartió. El telón se cierra y hay otro acto, otra ciudad, otros personajes. Ahí está toda la dimensión de lo irremplazable. Y será, justamente, a través de su oficio como escritor, que Varderi asuma la dimensión ética de reelaborar su posición como sujeto deseante”

Por JOHNNY GAVLOVSKI E.

Asumir una lectura crítica de Desde Manhattan: Visiones a contracorriente de Alejandro Varderi, publicado recientemente en Nueva York por la editorial Five Points, no es tarea fácil. Requiere tomar la distancia necesaria del placer que implica su lectura. Con un estilo inteligente y ameno, el autor va llevando las entrevistas y reflexiones personales sobre autores y artistas, en esta tomografía literaria de un paseante por las calles de Manhattan; y como tal, nos invita a caminar con él, conocer cada rincón, cada sala de cine o teatro, cada rostro que a su lado camina. Nos enseña a ver Manhattan.

En esto, Varderi nos recuerda el concepto del flâneur de Walter Benjamin y Charles Baudelaire. Un concepto que cien años después, con sus “visiones a contracorriente”, lo lleva a asumir la responsabilidad de redimensionarlo en el siglo XXI. En Alejandro Varderi lo inútil del consumismo asume la dimensión de planteamiento existencial, entendido como la vivencia de lo improductivo, y su impacto en el malestar de la cultura y el deterioro de la calidad de vida, ya no solo en Manhattan, sino en la dimensión dasein del ser humano. La nostalgia por la vida-vivida, inicia el texto de Varderi: “Cuando desando las calles y avenidas de la Isla donde hago casa desde hace 36 años, muchas veces no veo ni me veo en los anodinos y masificados comercios de hoy, sino en los que existían cuando llegué en mis veintes a Manhattan”. Las vivencias que explora están ligadas al duelo; en “la reverberación de vernissages en las galerías y estudios de artistas en SoHo, a donde llegaba acompañado por quienes ya han desaparecido o, como las galerías mismas, se han mudado de allí, me asaltan al pasar frente a las cadenas comerciales, las boutiques de lujo y los nuevos dispensarios de marihuana dispersos por la metrópolis”.

El autor observa, duela, en toda la dimensión de lo que implica hacerlo. Se percata de que el mundo vivido ya no es, y no será, si lo que se vive ya no es con quienes se amó, se compartió. El telón se cierra y hay otro acto, otra ciudad, otros personajes. Ahí está toda la dimensión de lo irremplazable. Y será, justamente, a través de su oficio como escritor, que Varderi asuma la dimensión ética de reelaborar su posición como sujeto deseante. Esto, desde la pérdida del Manhattan al que un día llegó y apostó como su nuevo hogar; y la toma, no desde la sustitución del lugar perdido, sino reorientando el deseo, y con ello la forma de reestablecer los vínculos con lo que “ya no es”. Ahí se teje el puente entre literatura y psicoanálisis a partir del abordaje del duelo, tal como lo describe el psicoanalista francés Jean Allouch en su Erótica del duelo en tiempos de la muerte seca (2011). Asimismo Jorge Luis Borges, siguiendo a Marcel Proust, afirmaba que cuando uno extraña un lugar, lo que realmente extraña es la época que corresponde a ese lugar; en consecuencia, no se extrañan los sitios, sino el tiempo vivido en ellos.

En ese proceso encontramos, entre las líneas de estas “visiones”, a un hombre, un intelectual, un escritor caminando a contracorriente de nuestros tiempos, buscando testimonios de quienes habitan un imaginario llamado Manhattan. Sin embargo, si bien esta postura pudiera quedarse en la nostalgia, en sostener que todo tiempo pasado fue mejor, nuestro flâneur adopta una visión crítica para enfrentar la banalidad del progreso. Es desde allí como observa: “Y todo ello sumergido hoy en cientos de kilómetros de andamios, inútiles en su mayoría, ya que ninguna construcción pareciera estarse realizando en fachadas y tejados. Un descorazonador signo de la degradación de la ciudad de la ostentación suburbana, ocurrida durante los últimos 10 años, cual producto de las escasas iniciativas urbanas con visión de futuro de quienes gobiernan”.

La crítica no recae solo sobre los factores de gobierno, sino en la misma actitud de la gente ante la ciudad, con respecto a sí misma y a su vínculo con el otro. En tal sentido, el impacto dejado por las pandemias del VIH a finales del siglo XX y el reciente Covid 19, la tragedia del 11 de septiembre de 2001 en las Torres Gemelas del World Trade Center, ciertos factores sociopolíticos como la inmigración descontrolada, llevan a un cuestionamiento de la condición humana en los tiempos que vivimos, tal cual abordó André Malraux en su seminal novela.

Varderi camina, observa, construye, se reconstruye. Intenta entender el sentido de las metamorfosis que observa. Ve lo bueno, lo no-tan bueno, los esfuerzos de sostener el pasado a través de las fusiones del progreso. Podemos ejemplificar esto en sus notas sobre Edward Hopper: “El número 3 de Washington Square North, por ejemplo, integrado hoy a New York University donde me doctoré, y hogar en el pasado del mismo Hopper (…). Algo que Rear Window (1954) de Alfred Hitchcock trajo a la pantalla, en el travelling de cámara llevando al protagonista a curiosear la intimidad de sus vecinos, en el Greenwich Village de Hopper y también mío pues, pese a las constantes metamorfosis, conserva aún el estilo arquitectónico inscrito en las obras del artista”.

Por otra parte, la experiencia del cine es fundamental en los ejes narrativos de este libro. Tal como los personajes de Hopper en el óleo Cine en NY, un Varderi anónimo entra a las salas de cine para ver; ver a los espectadores, ser espectador, ver el mundo, y mirarse. Mira y analiza lo que sucede en la pantalla, para luego exponer(se) a las preguntas de Nora Glickman y ser él mismo el entrevistado. Toda una experiencia pirandelliana que lo ayuda a reconstruir después, de forma aguda, sagaz, inclemente, su disertación, en “Películas postpandemia para una nueva década”. Ahí escribe: “Más allá de la pandemia, los inicios de la segunda década de este milenio han traído una radicalización de las ideologías y el asedio al librepensamiento y las diferencias (…). El cine por su parte ha respondido al incremento del racismo, el sexismo, la homofobia y la xenofobia resultantes, produciendo películas donde se denuncian tales intolerancias, o se satiriza con los miedos de quienes ejercen el control social”. Ello a fin de atrapar “todos” los recursos posibles para la mirada; desde el goce del director, hasta la mirada con que miran los entrevistados, buscando validar las mutaciones constantes del mundo donde vive(n), y que no siempre es fácil de aceptar.

II

Como dijimos al inicio, cien años después de que Walter Benjamin emprendiera el proyecto inacabado de El libro de los pasajes (1927), Varderi asume la figura del flâneur deambulando por la urbe, tomando nota de sus transformaciones; captando los detalles que escapan al ojo del viandante común, del turista que consume una experiencia de panfleto, del inmigrante que anhela estar arropado en el gran sueño americano.

Cabe mencionar la introducción que escribe a una antología bilingüe de la poesía de Edda Armas, publicada el año pasado en Nueva York, donde podríamos afirmar que en tal encuentro esta tesis halla su clímax. Varderi la inicia con esta tremenda descripción: “De la ciudad ‘inhóspita’ a la de los ‘drones’ que la ‘avispan’, los lugares se abren como espacios para la ilusión y la evocación y, como las ciudades invisibles de Italo Calvino, trazan un mapa que le hace ver al ojo, no las cosas, sino las imágenes de cosas que significan otras cosas. Es el ‘ojo’ observando, muchas veces de ‘reojo’, a través de un cristal abovedado puesto a (de)(re)formar el panorama exterior, con la curiosidad de quien lo descubre, y al hacerlo nos lo descubre revelándolo desde el deseo”. Interesante observación, pues en el apartado del texto titulado “Donde se abisma el corazón” converge la mirada de ambos escritores. Varderi se reconoce en Armas mediante el acto de escribir, y quizás inconscientemente, se escribe al decir: “La escritora transita y, con su capacidad de magnificar cada detalle, lo redescubre para el lector”. En las páginas sobre Edda Armas, es donde está más latente esa validación de sentimientos y reflexiones para asumir los duelos, y para enfrentar, cada uno a su manera de ser artistas e intelectuales, su ser-en-el mundo. Varderi lo destaca al afirmar: “Edda Armas se devuelve igualmente a quienes ya no están, pero permanecen a su lado desde los signos que los nombran (…). Ese “árbol plantado en tierra ajena” de “Cestrum nocturnum”, o el acto de contar “los rostros de quien se fue/ de quien no llega,/ de otros que se alistan para partir” de “Desarraigo”, nos remiten consecuentemente al vacío dejado por los afectos al irse”.

En cada una de las entrevistas y artículos Varderi reflexiona, catapulta su pensamiento, asume el desafío de ese “ir todavía más allá de lo que ya ha ido”, lanzado por María Zambrano, y sostenido en “el deseo de ver” de Christian Metz. En cada texto consignado, encontramos una progresión política e histórica del concepto. Varderi como habitante de la hipermodernidad, contempla con preocupación la incesante producción de objetos de consumo, despiadada, voraz, haciéndonos de una u otra manera a “todos-adictos”; adicción que, como tal, es adicción a la nada. Habitantes de un acelerado presente líquido, sin pasado, ni futuro; sin ideales con los que hacer frente a la disolución de tradiciones y estructuras sociales, que como bien define G. Lipovetsky, nos deja frente a un “neoindividualismo obsesivo y sin regulación”.

Frente a esto, quisiera citar una respuesta que le da Arnaldo Cruz-Malavé a propósito de Manuel Ramos Otero: “¿Cómo expresar entonces el duelo, si no hay un espacio externo desde el cual resolver y contener la abrumadora y vertiginosa expansión del luto en la globalización que se ha apoderado del mundo y el cuerpo?, parecería preguntarse la obra de Ramos Otero. Y para ello comienza a proponer prácticas de duelo inmanentes, internas que emerjan del mundo mismo de la devastación, de su misma materialidad y corporalidad”.

Podríamos seguir dilucidando cómo los lineamientos de este trabajo nos llevan a descubrirnos cual habitantes de estos tiempos que vivimos; sin embargo, que sea la experiencia de cada lector la que le lleve a asumir la dimensión ética de su vida, en un mundo “polarizado e intolerante”. Al fin y al cabo, ¿no somos todos flâneurs?

Desde Manhattan: visiones a contracorriente. Alejandro Varderi. Five Points Publishing, New York, 2025.

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