Los ahora llamados juegos de mesa son, tal vez, las primigenias formas de entretenimiento del hombre. Es fácil imaginar que al comienzo se llevaban a cabo en cualquier lugar donde pudieran irse colocando las piezas que se utilizaban a ese fin. Entre los más antiguos de que se tenga noticia es del Senet –que no el Seniat–, al que dan más de 5.000 años de existencia. Se han encontrado tableros de dicha diversión en tumbas faraónicas, del período predinástico, en las de Hesy-Ra y la de Tutankamón. Hay quienes afirman que era una representación lúdica del viaje del alma al más allá.
En este tiempo, cuando en los teléfonos móviles, las computadoras, tablets y demás zarandajos de similar tenor hay toda clase de esparcimiento, puede resultar difícil imaginar cómo eran esas diversiones.
En Venezuela, tierra de gracia, desgracia y apuesta, estas manifestaciones del ocio han estado presente per saecula saeculorum. Tal vez por ser hijos del azar estamos como nos encontramos. Lo cierto es que en nuestros parajes el dominó y la baraja española han sido reyes indiscutibles de tales menesteres. Sin dejar de lado bingo, ludo, monopolio, damas, ajedrez, ha habido y hay para todos.
El dominó es tal vez el más reciente de ellos dos. Sus raíces se han ubicado en China casi mil años atrás y en el siglo XVIII aparece en Italia, para luego pasar a Francia y España, y terminar desembocando en América. No hay rincón del país donde no veamos a las parejas de jugadores sentados en cualquier ambiente colocando las “piedras” blanquinegras sobre alguna superficie.
En cuanto a las cartas o naipes, como también se les conoce, sobra tela que cortar. Hay los que afirman que se inventaron en China por las mujeres de los harenes para distraer su aburrimiento. Hay noticias de que, en el año 969, el emperador Mu-Tsung, de la dinastía Liao, los denunció en público, y les achacó las desgracias acaecidas a la familia del duque Ch’ien. De allí paso, a través de la llamada Ruta de la Seda a la India y al mundo islámico, por medio del cual llegó a la península ibérica.
En aquellos lares su impacto fue tal que Alfonso XI de Castilla le prohibió en 1331 a los caballeros jugar naipes. Algunas fuentes hablan de su aparición en las Ordenanzas de Alcalá, donde establece: “Que ninguno juegue dados, ni naypes, ni otros juegos de deshonra, so pena de perder cuanto tuviere, y que se le corte la mano”. El efecto no parece haber sido mayor, ya que en 1387 Juan I de Castilla también les condenó.
Soldados, funcionarios y clérigos le trajeron al nuevo continente y aparecieron versiones de distinto tipo. En Venezuela surgieron adaptaciones de todo calibre, pero los que más se extendieron fueron: Pilón, Carga la burra, 31 y Solitario. Sin embargo, hubo dos que también se arraigaron de manera particular: Ajiley y Truco. Ambos empleados a menudo para realizar apuestas.
Confieso que las veces que traté de aprender las reglas de estas variaciones de la baraja me resultó abrumador. Hay una serie de normas que han ido estableciendo los jugadores que se necesita tener una memoria anormal para poder entender y aplicarlas. Sobre todo, en lo que al Truco refiere. Este es un laberinto insondable en los que las voces truco, retruco, envido, flor, perico, perica, van saltando de las gargantas de los jugadores. Es un verdadero pandemonio el que se vive en esos lances. No les quiero contra si es en tierra orientales, margariteñas o cumanesas, donde se llevan a cabo tales torneos.
Por todo esto es que se oye con insistencia en las filas del gobierno y entre algunos dignos “dirigentes” de la oposición, decretar esta modalidad el juego oficial venezolano. ¿Qué mejor truco que el de un árbitro como Elvis Amoroso para repartir las cartas?
No podemos dudar, dada su vasta experiencia en el juego de gallos, del genial desempeño del hijo ilustre de El Furrial, quien mazo en mano reparte mandobles a troche y moche a quien ose tratar de ganarle el envite.
¿Cómo puede alguien poner en duda la capacidad camaleónica de ciertos alacranes que llaman, con gesto compungido y voz trémula, a participar en las elecciones más pulcras del planeta?
Ni hablar de los que hacen el coro al sainete que en pocas semanas el marido de doña Cilia, junto a todos sus compinches, pondrá en escena. Mientras tanto el mazo anda boqueando, tartamudo y sudando como loco encamisado, sin saber decir cómo fue que la gente se les escapó de la Embajada de Argentina. Y no es para menos, cualquiera estaría igual.
© Alfredo Cedeño
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