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Tribulaciones y esperanzas en tiempos de Francisco

Cientos de miles de personas desfilaron en homenaje a Jorge Bergoglio –Francisco desde el 13 de marzo de 2013– ante su cuerpo colocado bajo la gran cúpula de San Pedro. Otros tantos esperaron en las calles de Roma para despedirlo. Eran mujeres y hombres de todas las edades, de muchas naciones de diversos lugares, pertenecientes […]
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Ilustración: Juan Diego Avendaño

Cientos de miles de personas desfilaron en homenaje a Jorge Bergoglio –Francisco desde el 13 de marzo de 2013– ante su cuerpo colocado bajo la gran cúpula de San Pedro. Otros tantos esperaron en las calles de Roma para despedirlo. Eran mujeres y hombres de todas las edades, de muchas naciones de diversos lugares, pertenecientes a todos los grupos sociales. Eran sobre todo gentes del pueblo que se sentían cercanas, más que al pontífice, al guía que, compasivo, había tratado de mostrarles el camino para enfrentar con alegría, los problemas del día y sus necesidades más apremiantes y acercarlos a Dios.

Como casi todos los últimos papas (después de Pío XII), Francisco provenía de una familia de trabajadores. En su caso, inmigrantes en una gran ciudad: ya lo era Buenos Aires (2,42 millones de habitantes) cuando nació (como Jorge Mario Bergoglio Sivori) en 1937 en uno de los barrios (Flores) donde se instalaron muchos de los llegados en la diáspora de los italianos. Sus padres (Regina y Mario) eran católicos del Piamonte (ella activista de Acción Católica). Habían conocido éxitos y dificultades, pero estaban bien integrados a la ciudad (fanáticos del fútbol, amantes del tango). Sabían la importancia del trabajo y la educación, lo que explica los estudios formales en Escuela Pública del hijo mayor para el título de Técnico Químico. Este al terminar sintió el llamado (“lo miró con misericordia y lo eligió”) que lo llevó al Seminario de la Compañía de Jesús. Larga la preparación; y duras las pruebas posteriores.

Tras la formación en Chile, cumplió trabajos en varios colegios. Entonces conoció jóvenes de distintos grupos, como peronistas opuestos a las dictaduras militares. Tiempo atrás la jerarquía había mantenido buenas relaciones con el justicialismo (lo que más tarde cambió). Ordenado sacerdote en 1969, hizo en Alcalá de Henares, la tercera probación. Al retorno, fue nombrado Provincial de la Compañía (1973-79) y luego rector de un colegio y párroco en barrio popular. Allí se vinculó con sacerdotes de las villas-miseria. En 1986 viajó a Alemania. Destinado a Córdoba (1990-1992), vivió lo que calificó de “noche, con alguna oscuridad” (de “purificación interior”). Conocido por su labor y escritos fue designado obispo auxiliar de Buenos Aires (1992) y en 1998 elevado a arzobispo. Creado cardenal (2001), se convirtió en figura internacional por su participación en el Celam y el Sínodo de Obispos, en el que señaló la “misión” de “ser profeta de justicia”.

Desde sus años en la Compañía –algunos dedicados a largas meditaciones– Jorge Bergoglio reflexionó sobre el papel de la Iglesia en nuestros días, fundado en las enseñanzas del Concilio Vaticano II y las Conferencias del Episcopado Latinoamericano, sobre todo las de Medellín (1968) y Aparecida (2007). Entonces recibió influencias de quienes desarrollaban la llamada “teología del pueblo” (especialmente, los padres Lucio Gera y Juan Carlos Scannone), derivada de “la opción preferencial por los pobres”. También observó la riqueza de las prácticas y la “piedad popular”. Tales aportes lo orientaron en Buenos Aires y en Roma. Unos días después de su elección confió a los medios de comunicación que, como el santo de Asís, quería “una Iglesia pobre y para los pobres”. La de América Latina había afirmado en Aparecida ser “casa de los pobres”. Emprendería con entusiasmo –y no sin oposición– aquella aspiración. Marcaría su pontificado; pero ¿será un legado permanente?

Al iniciarse el último año del pontificado de Francisco, la Iglesia Católica era, sin duda, la entidad no estatal (la Ciudad del Vaticano es el estado más pequeño) con mayor presencia e influencia en el mundo. Extendida por los cinco continentes, tenía 1.406 millones de adherentes (17,8% de la población mundial). Sobre todo, poseía la más completa estructura: en 3.041 circunscripciones contaba con 406.996 sacerdotes, 589.423 religiosas y 48.748 religiosos profesos y 51.443 diáconos. Además, servía a millones de personas, pobres en su mayoría. Atendía: 7.622.480 infantes en 74.322 centros, 56.286.813 alumnos en 153.040 escuelas (primarias y secundarias) y 6.386.386 alumnos en colegios superiores o universidades. Y contaba con 102.400 institutos de salud (como 5.420 hospitales) o asistencia (como 15.476 casas para ancianos o discapacitados). Gran parte de esa acción se desarrollaba en África y Asia. Con resultados notables, funcionaban, entre otros, el Servicio Jesuita a Migrantes y Caritas International (160 organizaciones).

Días antes de comenzar el cónclave de 2013 el cardenal Jorge Mario Bergoglio, primado de Argentina, a quien Benedicto XVI había dado muestras de confianza, redactó un documento dirigido a sus pares.  Para entonces, su pensamiento sobre el papel de la Iglesia, más allá de la esencial evangelización, era bien conocido para la mayoría. Había asistido al cónclave anterior y ocupado posición de primer orden en el Celam. Pero, deseaba expresar lo que esperaba del nuevo papa (¿si no era el mismo?). “La Iglesia –escribió– está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no sólo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria”. Elegido papa emprendió esa tarea: con vigor, hacia la periferia. Hacia quienes se sienten o son tenidos en lejanía.

La preocupación de Francisco por acercarse a la periferia se manifestó en los viajes apostólicos (47) que cumplió a 66 naciones. Visitó 10 en América Latina, 15 en Europa Oriental y Cáucaso (además de Turquía), 8 en África, 7 en el Mundo Árabe y 14 en Asía y el Pacifico. Algunos destinos fueron emblemáticos: Irak, EAU, Sudán del Sur, Mongolia, Sarajevo, Lesbos, Córcega, Iqaluit. Se expresó también en las canonizaciones de misioneros (Fray Junípero Serra, José Vaz, los curas José Anchietta y el “gaucho” José Brochero) o de quienes sirvieron en la periferia (como la Madre Teresa de Calcuta o Mons. Arnulfo Romero) o fueron marginados y perseguidos. En fin, dejó testimonio en sus escritos fundamentales: en la encíclica Fratelli Tutti insistió en la “fraternidad” que impone a los hombres el origen común; y en la exhortación Querida Amazonas afirmó que “la Iglesia debe encarnarse en cada lugar del mundo”.

En su celda de Domus Sanctae Marthae, Francisco (de quien S. Malaquías de Armagh anticipó – dicen – que “cuidará de su rebaño entre muchas tribulaciones”) sintió angustia por su tiempo y derramó lágrimas por este mundo. Multiplicó el rebaño y le abrió caminos. Creo espacios al dialogo adentro, con los separados y aún los extraños. Le interesó la suerte de la humanidad, que veía en peligro. Como sus antecesores, promovió la paz entre los pueblos y estados. En los últimos años, llamó a terminar las guerras en Ucrania, Gaza y otros lugares. Sus iniciativas fueron muchas, algunas de grave riesgo, como las visitas a Sudán (donde reunió a los jefes partidarios) e Irak donde consoló a los cristianos perseguidos de Medio Oriente. Horas antes de morir afirmó: “la paz es posible. “El amor venció al odio… El perdón a la venganza”. Y pidió liberar a los prisioneros de guerra y presos políticos.

Lugar especial en su magisterio tuvo el cuidado de la tierra, casa común y única. Con el santo de Asís, autor del “cántico de las creaturas”, alabó a la naturaleza. Dedicó al tema la encíclica Laudato Si’ (2015) y las exhortaciones apostólicas Querida Amazonia (2020) y Laudate Deum (2023). Pidió detener la degradación del medio ambiente (responsabilidad, en parte, del ser humano) y propuso realizar una ecología integral, positiva, cuyas líneas generales esbozó. Manifestó preocupación por el desarrollo de la inteligencia artificial. Los programas deben tener orientación humanista e impulsar la creatividad y el genio humanos para construir un mundo mejor, con atención a la realidad del ecosistema global. Apoyó la firma del “Llamado para una Ética de la AI” (28 de febrero de 2020), iniciativa de la Pontificia Academia para la Vida, que intenta señalar los principios que deben guiar la acción. Los expuso en Cumbre del G7 en Fasano (2024).

Cuando Francisco, electo papa, apareció aquella tarde de 2013 en la logia de la basílica de San Pedro para bendecir y pedir las oraciones a la multitud anunció que los cardenales lo habían ido “a buscar casi al fin del mundo”, para comenzar “un camino de hermandad, amor y confianza” ¿Cumplió el mandato? Puede afirmarse que fue un verdadero Padre de todos. Dirán algunos que el mundo no es mejor que aquel día (?). Él intentó hacerlo: abogó por las buenas causas y trató de preparar la Iglesia para la misión que le encomendó su Fundador en las difíciles condiciones que se vislumbran.

X: @JesusRondonN

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