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Sin guía para perplejos. Serie de ensayos morales 2

Por RUTH CAPRILES ¡Muerte a la muerte! Fue la respuesta que me dio un conocido a quien había perdido de vista en estos años turbulentos. ¿En qué andas? Fue mi pregunta y esa fue su respuesta. Trabaja por la prolongación de la vida: ¿Sabes? No hay que morir. Entonces, le dije, tampoco habrá que nacer. […]
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Por RUTH CAPRILES

¡Muerte a la muerte!

Fue la respuesta que me dio un conocido a quien había perdido de vista en estos años turbulentos.

¿En qué andas? Fue mi pregunta y esa fue su respuesta.

Trabaja por la prolongación de la vida:

¿Sabes? No hay que morir.

Entonces, le dije, tampoco habrá que nacer.

Luego pensé que al amigo se le había volado un tornillo pero yo estaba equivocada.

Pocos días después lo vi en televisión en un panel de investigadores y directivos de los más prestigiosos laboratorios mundiales que investigan la regeneración celular y la prolongación de la vida.

La vida eterna o cuanto menos tan larga como la de Matusalén y sus contados 969 años por los textos antiguos.

Y eso nos causa alegría ¿o no? Apegados a la vida, nos da esperanza llegar a ver el próximo milenio. Incluso no morir; mantener vida eterna, física, no la espiritual que prometen las religiones salvacionistas.

La vida eterna era el sueño de los antiguos egipcios pero estos sabían morir; para ellos la muerte era un estadio más del tránsito del ser hacia la vida eterna. Religiones posteriores sostienen similar dogma de la vida después de la muerte, y eso reconforta. ¿O no?

Pues no. Tal parece que pretendemos inmortalidad física y con la misma consciencia. La mitología, la literatura, la alquimia, la fantasía futurista han expresado el anhelo humano ¡Quiero vivir! ¡Quiero ser joven! Y han dado también cuenta del lado oscuro de ambos deseos.

La eterna juventud y la vida eterna tienen alguna relación pero son diferentes.

Por transmitir sus profecías, Apolo ofreció a la sibila de Cumas el don que ella más deseara. Ella tomó un puñado de arena y pidió vivir tantos años como granos de arena. Su deseo le fue conferido pero como no pidió eterna juventud envejeció. Se arrugó y se encogió tanto que corría el peligro de ser pisada por la gente. Así, con buena o mala intención, la pusieron en una jaula que guindaron en el templo de Apolo. La leyenda añade que se la oía gemir con disminuida voz ¡Quiero morir! ¡Quiero morir! durante 1080 años.

O puedes ser poco ambiciosa y pedir sólo juventud, como Cleopatra. Pero entonces puedes ser bella hoy y muerta mañana.

La moraleja para ambos deseos es el antiguo proverbio: ten cuidado con lo que desees que se puede convertir en realidad.

No obstante, seguimos deseando. Los científicos contemporáneos han efectuado nueva estimación del asunto de marras. ¿Por qué la disyuntiva? Lo que hay que pedir es ambas: la juventud y la vida eterna, o longeva si quiere una ser prudente y asegurarse contra la posibilidad del cansancio de vivir. La regeneración celular, dicen, alcanza juventud y alarga la vida.

¿Será por eso que algunos países contemporáneos tienen tasas de procreación menos cero?

Porque está claro, por aquello de la sostenibilidad en el globo y los recursos escasos o no renovables, la progresión acumulativa de la población se vuelve problema. Abuelos, tatarabuelos, padres, hijos, nietos y bisnietos, todos contemporáneos.

Quizá, sí, tampoco habrá que nacer.

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