
Por RUTH CAPRILES
Quienes desataron la bestia de la inteligencia artificial se asustaron después. La inventaron, promovieron o introdujeron en el mercado y ahora advierten sobre sus terribles consecuencias.
No hay mejor mecanismo para vender que soltar la bestia y luego advertir sobre sus peligros.
El uso masivo de la IA provoca las mismas reacciones. La gente está probándola con el entusiasmo ante juguete nuevo y con el temor a los espejos; intuimos que nos sustituye y trae un apocalíptico pronóstico: el dominio de la IA y ulterior extinción de la especie humana.
¿Estamos ante una nueva especie artificial que puede predominar y volver superfluos a los humanos? Fue profética la visión de Nietzsche hace más de un siglo. ¿Se sentiría reivindicado?
“Mi reivindicación: crear seres que estén por encima de la especie “hombre”.
El científico y autor de ciencia ficción Arthur C. Clarke declaró en 1964:
“Los cerebros electrónicos empezarán a pensar y sobrepasarán eventualmente a sus creadores. Yo sospecho que la evolución orgánica o biológica ha llegado a su fin...”.
Hoy esas palabras nos suenan a premonición. Los cerebros electrónicos piensan y sobrepasan a sus creadores. No sólo les ganan al ajedrez sino que les quitan sus puestos de trabajo y han empezado a mostrar comportamientos de auto reprogramación y control de los procesos con autonomía e independencia de los seres humanos.
¿Puede suceder eso? Por lógica y matemáticas, la respuesta es afirmativa. Si las máquinas pueden almacenar y procesar la información en magnitudes y velocidades inalcanzables para el ser humano; si pueden distinguir entre millones de objetos y buscarlos en varios universos a la vez, si pueden cruzar variables, sacar frecuencias, establecer constantes, sacar conclusiones, valorar alternativas; sobre todo si pueden aprender de la experiencia, entonces podrán ser capaces de mejorarse a sí mismas recursivamente.
La IA podría sustituir a Sapiens si desarrolla más que inteligencia, consciencia, esto es la capacidad para auto pensarse, auto controlarse y corregir comportamientos según resultados y valores; en especial, si puede repensarse en lazos continuos de revisión, control, enmienda, recreación.
¿Puede suceder eso? ¿Puede tener consciencia lo inorgánico? ¿Puede haber consciencia sin sentimientos? ¿Existe vida sin biología? ¿Sociedad sin consciencia moral?
La utopía ha sido siempre dar vida a la materia inerte, sueños de creación. Pigmalión soñó que su estatua palpitaba y Afrodita se lo convirtió en realidad.
Los científicos contemporáneos sueñan igual y alguna otra diosa, con mayor perspicacia, lo realiza al revés: convierte a los humanos en seres artificiales. El hombre biónico es un híbrido orgánico y electrónico. Cuando los científicos del cerebro terminen de mapear el cerebro e identificar todos los transmisores de la información, podrán sustituir las proteínas por filamentos de silicona, y partes del cerebro con una tarjeta procesadora o una memoria alternativa, tal como sustituyen coyunturas óseas por placas y tornillos de metal. Ya existe el chip que permite ver a los ciegos y muchas personas ya llevan otro chip que les controla el azúcar, la arritmia o el mal de Parkinson. Y los científicos seguirán inventando órganos artificiales, simulaciones que cumplan las mismas funciones que el corazón, el páncreas o los pulmones.
Todos ya somos avatares y como números podremos alcanzar otros universos.
Entonces, ¿para qué preocuparse?