
Huellas, Ashiato, Paulkhuna. La impronta asiática en la ciencia y la tecnología en Venezuela durante el siglo XX, del físico José Álvarez Cornett, ha sido publicado por el Centro de Estudios de África, Asia y Diásporas Latinoamericanas y Caribeñas Dr. José Manuel Briceño Monzillo, de la Universidad de Los Andes
Por GREGORY ZAMBRANO
Desde mares lejanos a nuestro mar Caribe
Venezuela es un país privilegiado, leemos o escuchamos con frecuencia. A las razones se suman su ubicación geográfica, las bondades climáticas, su exuberante naturaleza, la biodiversidad y, principalmente, las cualidades que caracterizan a su población, su carácter afable, generoso y receptivo. Esto se ha reconocido de múltiples maneras en distintos momentos, pero más amplias aún son las condiciones especiales para vivir y trabajar que el país tuvo en distintos momentos de su historia contemporánea.
Las aportaciones de científicos, académicos, tecnólogos, planificadores y profesionales de múltiples campos, procedentes de diversas partes del planeta, explican en parte esa condición seductora que justifica la llegada a Venezuela de personal altamente calificado desde lugares remotos, sobre todo, en la segunda mitad del siglo XX. Procedentes de Japón, China, India, Corea del Sur, Pakistán, Taiwán, Hong Kong y Malasia, entre otros lugares, estos científicos se integraron a la sociedad venezolana e hicieron innumerables aportes. Pero, desafortunadamente, estos se conocen poco, algunos nombres se han borrado y aún no se ha documentado suficientemente el trabajo de aquellos migrantes excepcionales.
Huellas, Ashiato, Paulkhuna. La impronta asiática en la ciencia y la tecnología en Venezuela durante el siglo XX viene a llenar un vacío y a develar un importante legado que, visto en el tiempo, demuestra que en la segunda mitad del siglo XX, en Venezuela hubo un importante crecimiento desde el punto de vista cualitativo en la producción de saberes científicos. El profesor José G. Álvarez Cornett los resume con precisión: biomedicina, botánica, física, matemática, geofísica, ingeniería, química, microscopía electrónica, industrias petrolera y siderúrgica, y también áreas de las ciencias sociales como la economía, la estadística y la demografía, necesarias para comprender la dinámica comercial, industria y poblacional, entre otras.
El profesor José G. Álvarez Cornett, académico y físico de profesión, a lo largo de varios años, ha seguido las huellas de estos científicos en Venezuela, ha extendido sus pesquisas en los entornos académicos y familiares de los investigadores estudiados y ha utilizado diversas estrategias digitales de rastreo para organizar una cartografía que explica los detalles del fenómeno inmigratorio de científicos en Venezuela y sus ramificaciones. Sus contribuciones a partir de esas indagatorias las hemos podido conocer a través de distintos medios impresos y digitales. En lo personal, comencé a seguir sus publicaciones luego de conocer uno de sus trabajos sobre la impronta de científicos japoneses en Venezuela.
Del Oriente vinieron a sembrar ciencia
El trabajo del profesor Álvarez Cornett es, sin duda alguna, un aporte fundamental y una generosa manera de reconocer el legado de aquellos hombres y mujeres que llegaron a Venezuela en distintos momentos y dejaron un importante legado en la docencia, la formación de personal, la dirección de trabajos de investigación conducentes a grados académicos, así como en la búsqueda y consecución de recursos para la creación y dotación de laboratorios y centros de investigación, entre otras contribuciones. En la praxis profesional son importantes los hallazgos de esta oleada científica, que junto a profesionales venezolanos en el área clínica, permitieron diagnosticar y tratar padecimientos no solo endémicos, sino hacer importantes descubrimientos para tratar enfermedades como la lepra y la tuberculosis.
El libro se estructura de manera ordenada, siguiendo una especie de cartografía que inicia con los navegantes japoneses que llegaron en el barco de investigación Bosomaru, enviado a Venezuela por la Prefectura de Chiba, en la década de 1950, que dio un inusitado impulso a la exploración del mar Caribe, así como al desarrollo de la industria pesquera nacional. Desde las costas de Venezuela salieron las primeras exportaciones de atún, y al interior del país se empezó a estimular el consumo del atún fresco, que entonces circulaba de manera limitada en forma de conserva. En esos primeros años este rubro pasó a ser un producto de gran potencial económico y comercial.
Esto también impulsó el ámbito de la ictiología, como una ciencia que se dedica al estudio de los peces. Antes de ir a Venezuela el oceanógrafo químico Kenji Kato había observado en Hokkaido junto con el investigador Noboru Suzuki la caída de cúmulos de partículas hacia el lecho abisal, que llamaron “nieve marina”, proceso reconocido como una especie de metabolismo del mar. También es digno de reseñar que, probablemente, fue el profesor Kato quien estimuló a Taizo Okuda, su antiguo discípulo, para que fuera a Venezuela y se dedicara a la investigación. Su estadía en la Universidad de Oriente fue muy productiva y su identificación con el país fue tal, que se hizo venezolano y trabajó en el país hasta su jubilación. Esta trayectoria está profusamente documentada en este libro.
Un viaje en la historia
Luego de estudiar los antecedentes y estos primeros pasos en la explotación comercial de la pesca en el golfo de Paria y Cariaco, la línea evolutiva de los investigadores se centró en el estudio oceanográfico impulsado desde la Universidad de Oriente. De igual manera, según las indagaciones realizadas por el PROYECTO VES, que dirige el profesor Álvarez Cornett, sitúa la presencia de por lo menos veinticuatro investigadores japoneses, vinculados a diversas instituciones de investigación, de educación superior y dependencias gubernamentales.
Una parte considerable del libro está dedicada principalmente a los aportes de los investigadores japoneses y entre ellos se destaca el papel de científicos especializados en el área biomédica: Genyō Mitarai, Tamoutsu Imaeda y Mitsuo Ogura, cuyos perfiles biográficos y profesionales revelan un curioso interés en nuestro país y que esta investigación revela en detalle.
De igual manera, Makie Kodaira Sugawara, quien llegó al país con su familia a los diez años de edad, procedente de Nagano, la única mujer entre los científicos japoneses que se formó en el país, se especializó en Japón y volvió a Venezuela para dedicarse a la docencia y la investigación en la Facultad de Ciencias de la Universidad Central de Venezuela, en la que hizo contribuciones fundamentales en el desarrollo de tecnologías de productos pesqueros.
Así también se menciona la labor docente y la investigación en el área de la química, en la que sobresalen Tatsuhiko Nakano y Masahisa Hasegawa. En la botánica logró descollar el doctor Shingo Nozawa, adscrito a la Fundación Instituto Botánico de Venezuela, quien se especializó en el área de taxonomía de las plantas y forma parte de la primera generación de japoneses que se arraigaron en el país.
De igual manera, este trabajo reconoce la labor de un grupo de japoneses que vino a trabajar en estudios de prevención de desastres naturales, área en la que el gobierno japonés tiene importantes programas de cooperación internacional. Otro tanto dedica este trabajo al despliegue de la industria del hierro y el acero, así como otros rubros de la industria siderúrgica. Un espacio importante ocupa la explicación de cómo la Orimulsión, fue del interés, tanto de Japón como de Corea del Sur, como un producto de alta tecnología que ingresó al mercado de combustibles para ser utilizados en plantas de generación de energía eléctrica.
Un apartado especial ocupa la labor de la investigadora japonesa Aki Sakaguchi, vinculada con el ámbito de los estudios socioeconómicos y políticos, investigadora visitante en el Centro de Estudios del Desarrollo (CENDES) y en el Instituto de Estudios Superiores de Administración (IESA). Su labor, traducida en múltiples publicaciones, es altamente apreciada, tanto en Japón como en Venezuela.
El libro luego se dedica estudiar el caso de China, y los antecedentes que arrancan en el siglo XIX y se consolidan en el siglo XX, con aportes que si bien se comenzaron a fomentar con el comercio, se expandieron luego en las áreas científicas y tecnológicas. También en este aspecto se resalta al economista chino-venezolano Chi-Yi Chen en los estudios demográficos y de las ciencias socioeconómicas. En el área académica el profesor Valerio Wong impulsó la creación del Núcleo de Ingeniería, en la Universidad Nacional Experimental del Táchira (UNET).
También se recalca la participación de científicos de origen chino en el área de las ingenierías. Sobresalen cuatro científicos que comparten el mismo apellido: Chang. Dos hermanos, Oscar, quien se destacó en el área de la ingeniería eléctrica y Víctor, en el área de mecánica, y dos sin relación de parentesco, Roberto Chang Mota, ingeniero eléctrico y Carolina Chang, ingeniera en computación, especializada en el área de robótica.
El libro estudia por una parte a los científicos procedentes de China continental y luego se centra en aquellos formados en Taiwán y Hong Kong. De contribuciones recientes, se subraya la presencia de descendientes de chinos que dieron un apoyo invaluable a las ciencias aplicadas, como la ingeniera Carolina Chang, de la Universidad Simón Bolívar, experta en Inteligencia Artificial y Robótica, o el trabajo que lleva adelante Melin Josefina Nava Hung, arquitecta graduada en la UCV, quien se dedica a los estudios del patrimonio cultural, identidad, memoria colectiva, gestión y conservación del patrimonio.
En el campo de la microscopía electrónica se profundiza en la labor de Shu-Wen Tai, una investigadora procedente de Taiwán, que llegó a Venezuela a mediados de los años setenta y consolidó el desarrollo de la ciencia investigativa en microscopía electrónica, promovida principalmente desde la Universidad Oriente, en Cumaná y luego en un núcleo de la Universidad Nacional Experimental Simón Rodríguez, en el estado Miranda.
Al abordar por separado el caso de Hong Kong se menciona también la labor de Dickar Bonyuet Lee, un físico especializado en materia condensada y ciencia de los materiales que, además, combinó su labor científica con los estudios de derecho y también se dedicó a la docencia universitaria en el ámbito del derecho romano y el derecho internacional privado.
La colonia coreana también se instaló en Venezuela desde los años 70, aunque en número menor, también hizo grandes aportes, principalmente en el área del comercio, la industria y disciplinas deportivas, especialmente en la enseñanza del taekwondo. También empresas coreanas se interesaron en el desarrollo de la Orimulsión para ser utilizada en la industria del sector eléctrico en Corea del Sur. De igual manera, el ingeniero químico Hoe-Nyu Chiong Han se destacó en el área de ciencia y tecnología, graduado en Corea del Sur, HoeNyu llegó a Venezuela en 1964, y está considerado como el primer inmigrante surcoreano, y en consecuencia, pionero de la migración de ese país en Venezuela. El libro también destaca la obra de otros dos prominentes científicos surcoreanos: Seung-Am Cho, que descolló en el área de ciencia de materiales y Kyung-Suk Chung, en ecología marina.
De manera anecdótica el autor recupera dos recuerdos caraqueños, unidos a la cultura coreana, el primero a la gastronomía que degustaba en el restaurante “Seoul”, en Sabana Grande, y el otro, evoca al acupunturista Jung Seok Oh, de quien era paciente y tenía su consultorio en la Av. Francisco de Miranda.
En este recuento sucinto quisiera mencionar también al matemático de origen malayo, Soon-Kiong Sim, procedente de la isla de Borneo. Según la pesquisa del profesor Álvarez Cornett, trabajó durante un tiempo en Mérida, en el Departamento de Matemáticas de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Los Andes y luego se radicó en la región capital, como profesor de la Facultad de Ciencias de la Universidad Central de Venezuela y luego en el Instituto Universitario de Tecnología, Región Capital (IUT-RC).
Del sur de Asia (India, Pakistán y Bangladés) el estudio se centra en reconocer la importancia de una veintena de investigadores, que también arribaron a Venezuela en la segunda mitad del siglo XX, en este caso, centrándose principalmente en la provincia venezolana, en instituciones como la Universidad de Los Andes, la Universidad Nacional Experimental del Táchira, la Universidad del Zulia y la Universidad Nacional Experimental de Guayana.
En el caso de India, notorios académicos arribaron a Mérida, acogidos por la Universidad de Los Andes, los físicos Narahari Vishnu Joshi y Syed Mohammad Wasim, y los matemáticos Rajagopalan Markanda y Thiruvaiyaru V. Panchapagesan. También el físico Amar Singh, que se radicó en Cumaná para llevar una importante labor pionera en la Universidad de Oriente.
El autor desarrolla toda una teoría, en función de fijar los ejes que posibilitaron el surgimiento y desarrollo de la Universidad de Oriente y en áreas específicas, vinculadas a su entorno natural, como es el caso del estudio del mar Caribe y reseña las dificultades enfrentadas por aquellos académicos que “vinieron, educaron y sembraron la semilla del conocimiento científico y tecnológico”, y muchas veces debieron sortear los obstáculos burocráticos y la incomprensión del medio ante sus propuestas académicas de vanguardia.
La investigación del profesor Álvarez Cornett también es un recorrido no solo por el mapa geográfico, sino también por el mapa lingüístico y cultural, fundamentalmente explica el tema de las corrientes inmigratorias, el éxodo de distintos países del Oriente lejano hacia una Venezuela que poseía un potencial enorme. Adentrándose en la trayectoria de algunos de los científicos, develando distintas y muy interesantes historias de vida, podemos entender los avatares de esa migración cualificada. En estos últimos años se han acopiado numerosos testimonios y cifras no concluyentes sobre Venezuela como un país receptor de migrantes en muchos campos y en diferentes períodos, incluso antes de la llamada bonanza petrolera. Pero un trabajo tan puntual como el que tenemos en nuestras manos, nos permite comprender, de manera concreta, las circunstancias y las condiciones de una migración especializada y excepcional. Venezuela entonces se daba el lujo de convocar académicos y ofrecer plazas con remuneraciones competitivas, mientras impulsaba la creación de espacios donde se pudieran aprovechar sus potencialidades como investigadores y profesores, y hoy sería visto como un dato curioso el hecho de que Venezuela, en aquellos años, con su potencial económico, podía disputar el interés de académicos de centros metropolitanos distinguidos y consolidados, al ofrecer condiciones laborales a niveles equiparables a las de Estados Unidos y algunos países europeos.
De aquí y de allá: fundar, experimentar y sembrar saberes
Desde muchos puntos de vista, el trabajo del profesor Álvarez Cornett es una muestra generosa de su interés en el desarrollo de la ciencia en Venezuela, de su historia y su evolución. Este es un detalle fundamental, pues responde a una necesidad genuina de reconocimiento a la labor de los pioneros. Mención aparte merece el detallado registro de publicaciones, comprendidas entre libros, artículos y patentes, que hablan de la fructífera producción científica a la que —en buena medida— se puede acceder por diversos medios en soportes digitales y bases de datos.
En ese contexto es muy importante recalcar el papel desempeñado por las universidades venezolanas, principalmente, en la región capital la Universidad Central de Venezuela (UCV), la Universidad Simón Bolívar (USB) y el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC). De igual manera, en algunos estados, la Universidad de Los Andes (ULA), la Universidad del Zulia (LUZ), la Universidad de Oriente (UDO) y la Universidad Nacional Experimental del Táchira (UNET), todas de carácter público, que respondieron adecuadamente a las necesidades de formación y capacitación para atender la demanda de especialistas en distintas áreas del desarrollo nacional.
Muchos otros nombres seguramente han quedado en el olvido, y por eso, en diversos momentos de su investigación, el profesor Álvarez Cornett anota las tareas pendientes para futuras investigaciones que sería necesario emprender para completar de una manera eficaz este gran mapa, sobre todo pensando en los jóvenes venezolanos, que no han tenido la posibilidad de conocer y comprender los referentes del desarrollo científico nacional, para que estos no se desdibujen y se olviden. Sin duda alguna es necesario recalcar siempre ante nuestros jóvenes, que son el presente y el futuro de Venezuela, pues deben saber que el país ha pasado por momentos estelares y que no siempre algunas coyunturas fueron absolutamente negativas. Sin embargo, eso que pudiéramos llamar rupturas históricas o tragedias sociales, como las que ha atravesado el país en este primer cuarto del siglo XXI, también se transformarán y seguramente vendrán mejores tiempos para nuestro país, propicios para el desarrollo de las ciencias y las artes, que servirán para el aprovechamiento más pleno de sus recursos humanos.
En los años en que me correspondió coordinar el Consejo de Desarrollo Científico, Humanístico y Tecnológico (CDCHT) de la Universidad de Los Andes, tuve el privilegio de recorrer algunos de estos centros e institutos de investigación, impulsados por académicos venezolanos y por varios de los científicos reconocidos en estas páginas. Y he tenido la suerte de tratar a algunos de estos profesores e investigadores extranjeros, no solo los procedentes de Asia, de los que se ocupa especialmente este estudio, sino también de otras latitudes, que llegaron al país persiguiendo sus sueños y encontraron en las universidades venezolanas un lugar en el que fue posible crear, fomentar la ciencia, la tecnología y la investigación médica desarrollando así múltiples potencialidades.
El reconocimiento a estos hombres y mujeres, a su labor formadora, al ímpetu y perseverancia de aquellos maestros, siempre será loable. En lo que corresponde a la Universidad de los Andes, mi alma mater, que tiene el honor de auspiciar la edición de este trabajo del profesor Álvarez Cornett, se impulsó hace un tiempo el proyecto “Íconos”, lamentablemente interrumpido, a través del cual se valoró y se proyectó la obra de muchos de sus investigadores pioneros, cuya labor también se divulgó a través de la revista Investigación. Son campos donde podemos encontrar pasiones y emociones con un sentido de entrega y amor por una causa noble, como lo son la docencia y la investigación. El trabajo perseverante de José G. Álvarez Cornett, que queda demostrado en este libro, es testimonio de su empeño y generosidad. Sin duda, construye una investigación de gran valor intelectual y humano, por lo cual la academia venezolana debe sentirse orgullosa y agradecida.
* Huellas, Ashiato, Paulkhuna. La impronta asiática en la ciencia y la tecnología en Venezuela durante el siglo XX, de José Álvarez Cornett. Presentación: Norbert Medina-Molina. Prólogo: Gregory Zambrano. Publicado por el Centro de Estudios de África, Asia y Diásporas Latinoamericanas y Caribeñas Dr. José Manuel Briceño Monzillo, de la Universidad de Los Andes. Mérida, Venezuela, 2025.