
Por Janina Pérez Arias
Una comparsa carnavalesca precedía la caminata del equipo de Agente secreto hacia las escalinatas del Grand Auditorium Lumière, donde se celebraría el estreno mundial de la nueva película de Kleber Mendonça Filho. En la alfombra roja del Festival de Cannes de repente estalló una algarabía. La llegada de los brasileños fue toda una fiesta.
En ese momento no sospechábamos que la historia de la única película latinoamericana en la competición por la Palma de Oro estaba insertada precisamente en el tiempo de carnaval, “de pirraça” (travesura, bochinche), como se anunciaría luego en la pantalla, pero en plena dictadura militar, concretamente en 1977.
Dos horas y media más tarde, y en plena ovación que se prolongó durante casi 10 minutos, una incógnita se había despejado: O Agente Secreto (título original), con el pase dorado, se alza como una clarísima aspirante a la Palma de Oro.
Esta es la tercera vez que el director de Recife, donde suele rodar sus filmes, incluyendo este, compite por el máximo galardón del Festival de Cannes. En 2016 lo hizo con la inmensa Aquarius, pero sorpresivamente se fue con las manos vacías; tres años más tarde retornaría con la aguerrida Bacurau, con la que consiguió el Premio del Jurado (ex-aequo). O Agente Secreto, con Wagner Moura como productor y al frente de un maravilloso y nutrido elenco, toma ventaja. Méritos le sobran.
La historia va de Marcelo (Moura), un profesor de universidad que huye de Sao Paulo hacia Recife para reunirse con su hijo. El deseo de emprender una nueva vida, ya que la anterior con su esposa se la destrozaron, se ve truncado cuando se entera de que unos matones le pisan los talones.
Esta mezcla de drama, policiaco, thriller, bordado con humor y referencias del cine sementero de Martin Scorsese, Brian De Palma o John Carpenter, está insertado en la época de la dictadura militar, cuando la violencia y la represión parecen un ente al acecho. Están, pero no se ven del todo.
Kleber Mendonça Filho aporta a la competición del Festival de Cannes un filme político en esencia, que cuenta la época de represión desde un lugar diferente, retratando la resistencia con las redes clandestinas de apoyo a los perseguidos como Marcelo, así como la corrupción y criminalidad que atraviesan a sectores adeptos al régimen dictatorial, tal como la policía, empresarios y clases pudientes.
Aunque estemos metidos en una burbuja de cine y (falso) glamour, el escenario del Festival de Cannes es político. Aquí se abren debates y se cuestiona el mundo real, el de las guerras, el de los presidentes autoritarios, el de los tecnócratas con ansias de poder, el de las luchas feministas...
El cine, y hacer cine, es un acto político que viene alimentado de nuestras realidades. Convertido en arte, siembra la semilla de la reflexión, por lo que negar este efecto,es desechar la posibilidad de un pensamiento crítico.
Una película alimentada de temas políticos, sociales y culturales actuales como lo es la oscura y explosiva sátira Eddington, también en la competición oficial, que lleva a que su director Ari Aster y el elenco encabezado por Joaquin Phoenix y Pedro Pascal estén dispuestos a hablar sobre lo que toca la película: desde la supremacía blanca a las teorías conspiratorias, desde los conflictos raciales hasta la apropiación de tierras ancestrales, desde los efectos de la pandemia hasta la salud mental de los estadounidenses gobernados actualmente por Donald Trump.
Negarse a una conversación al respecto significa darle la espaldas a la obra y, por ende, dejarla morir el mismo día que se ha lanzado al mundo. El cine es arte, pero también es política y economía, como también constituye uno de los mejores medios para vernos retratados como sociedad.
Esa misma del O Agente Secreto, que enaltece la resistencia ante una dictadura militar, como también Eddington, que enciende todas las alarmas y las deja aullando, como espantando las atrocidades de los extremismos.