
En la sala de emergencias del Hospital II Nuestra Señora del Carmen, en Machiques de Perijá, una mujer yukpa se prepara para dar a luz. Su rostro es un mapa de dolor, pero también de resistencia. Ana María Fernández, facilitadora intercultural bilingüe del Servicio de Atención y Orientación al Indígena (SAOI), interrumpe la rutina clínica con urgencia:
—Doctor, ya va a parir.
El médico de guardia responde con desdén:
—¿Quién es el médico, vos o yo?
Ana María insiste. Ella conoce a su gente, sabe que las mujeres yukpa paren rápido. El doctor, a regañadientes, accede. Ella ya evitó lo peor: que la mujer pariera en la plaza del hospital o en la puerta de la emergencia, como ya ha ocurrido.
Aunque su jornada oficial termina a las 4:00 pm, Ana María no se detiene. Su misión va más allá de un contrato: es puente entre dos mundos que se miran con recelo -el indígena y el occidental-.
Contexto adverso
El 2 de enero de 1952, la Congregación de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana fundó el Centro Misional de Los Ángeles del Tukuko, ubicada a casi 52 kilómetros de Machiques y a casi 188 kilómetros de Maracaibo, capital del estado Zulia, donde se concentran las principales instituciones de atención social. Tukuko ofreció a los nativos de los bosques húmedos montañosos y premontañosos servicios de educación y salud, como temas urgentes bajo la mirada de la doctrina social de la Iglesia.
Cuarenta años después, en 1992, la atención sanitaria llegó a Marewa, estableciéndose el ambulatorio adonde se refieren todos los casos de salud, principalmente, de las mujeres gestantes y parturientas que habitan en Tukuko, Sirapta, Tinacoa y otras comunidades ancestrales.
Violencia obstétrica: una herida que no sangra, pero duele
El parto humanizado es un derecho en la legislación venezolana, pero en la sierra de Perijá es una utopía lejana. La violencia obstétrica, reconocida por la Ley Orgánica sobre el Derecho de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, es un patrón que se repite a diario. Según el informe Mujeres que resisten: el alto precio de la desigualdad (2024), 60% de las mujeres de sectores populares en Venezuela ha sufrido esta forma de violencia.
En el caso de las yukpa, muchas paren montadas en la moto camino al hospital, afuera en la plaza o en la entrada de la emergencia. Además, son forzadas a posiciones ajenas a su cultura: acostadas, sin compañía, sin respeto. El hospital impone el frío metal de la camilla y ellas resisten desde la sabiduría. Pero su cosmovisión habla de dar a luz en cuclillas, en comunión con la Madre Tierra; además de que es una posición más cómoda para el bebé: por gravedad, fluye su tránsito por el canal uterino al mundo exterior.
Para las yukpas según su cosmovisión se debe dar a luz en cuclillas: en conexión con la Madre Tierra.
El precio de parir donde nadie llega
El Consultorio Médico Popular Marewa y el ambulatorio Misión Ángeles del Tukuko apenas funcionan. El hospital Nuestra Señora del Carmen en Machiques es la única opción para muchas, pero llegar allá cuesta hasta 100 dólares en combustible, cuando se consigue. Aun pagando, nada garantiza que las atiendan.
El olor a cloro inunda los pulmones al entrar al ambulatorio Marewa. La higiene está a cargo de una trabajadora que, religiosamente, cumple con su horario que culmina al caer la tarde. La iluminación, durante el día, depende principalmente del Sol. Los rayos que penetran por las ventanas son los que asisten al personal. En la noche, sólo un bombillo brilla en el interior del centro, mientras que un reflector que se recarga con un par de paneles solares alumbra la fachada y los bohíos alrededor.
No hay aire acondicionado ni un ventilador para refrescar la humedad que reina en esta zona media de la sierra de Perijá y que pone pegajosa la piel.
Unas sillas plásticas están dispuestas para los pacientes.
En el consultorio está una mesa con alcohol absoluto y otros insumos, además de un nebulizador listos para alguna emergencia. Tiene una camilla utilizada únicamente para los exámenes, porque las mujeres, por elección propia, paren sobre una esterilla dispuesta en el piso.
Aunque tiene las mínimas condiciones para atenderlas, muchas otras, paren en casa, asistidas por parteras que mezclan conocimiento ancestral con capacitación moderna. Si algo se complica, el desenlace puede ser fatal: ni la madre ni el bebé llegan al hospital. A veces, ni siquiera hay acta de defunción: los cuerpos se entierran en la comunidad, en silencio.

Partería ancestral: entre la urgencia y la dignidad
En respuesta a la debacle sanitaria, el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) ha capacitado en derechos sexuales y reproductivos a 38 parteras y parteros indígenas yukpa y wayuu en la sierra de Perijá, el municipio Guajira y Maracaibo, precisa Marisol Alvarado, oficial del programa de Salud sexual y reproductiva de UNFPA y responsable del proyecto de Mejorar el acceso a salud materna, neonatal y planificación familiar a poblaciones vulnerables del estado Zulia. En 2023, se realizó el Encuentro de saberes entre parteras yukpa y wayuu, puesto que en la Sierra también habitan mujeres wayuu.
UNFPA también ha brindado capacitación al personal de salud del Hospital Nuestra Señora del Carmen en cuanto al Trato materno neonatal respetuoso, basado en prácticas que ya no son recomendadas, enfoque de derechos y con el enfoque diferencial étnico: el parir sentadas tiene su lógica y su parte científica, el respeto y el reconocimiento a las parteras, y la adecuación de los centros de salud para que las embarazadas indígenas se sientan motivadas a asistir a su control.
Desde 2022, se reporta una disminución de embarazos precoces. Antes llegaban niñas de 12 años al hospital; hoy, la mayoría tiene entre 17 y 40. Pero la mejora estadística no resuelve la escasez de equipos ni el abandono institucional. Muchas veces, los partos no llegan a término por falta de monitoreo o asistencia.
Antes de la pandemia, el programa «Salud Indígena» hacía jornadas periódicas en la Sierra. Hoy, son un recuerdo. Adhesivos, yelcos, solución fisiológica: todo falta. Según Provea (2023), la política de salud indígena es precaria y sin articulación real. Más que planificación, hay operativos simbólicos, casi de propaganda.

Cuando la ley es un espejismo
La legislación parece prometer mucho: el Decreto Constituyente para la Promoción del Parto Humanizado (2018), el Plan Parto Humanizado del Ministerio para la Mujer… pero en la Sierra, la brecha entre el papel y la vida es un abismo. Como dice Dianela Parra, presidenta del Colegio de Médicos del Zulia: «El parto humanizado empieza desde la consulta prenatal. Pero sin agua, sin insumos, sin condiciones dignas es una quimera. Antes de humanizar el parto, hay que humanizar al Estado».
Mientras tanto, el parto sigue siendo un desafío aún más en la ruralidad. Y, en medio del olvido, son las parteras indígenas quienes, con manos sabias y corazones firmes, sostienen la vida en el instante exacto en que todo puede romperse o renacer.
El mejor ejemplo de esto es Ana María, quien lidió con el personal médico y defendió sus tradiciones para que la mujer yukpa, que llegó más temprano a la emergencia del Hospital II Nuestra Señora del Carmen, pariera un sano bebé varón.