
“Ese visitante se llamó Isidoro Laverde Amaya. Las observaciones de su recorrido las publicó un par de años más tarde bajo el título de Viaje a Caracas (1885)”
Por MIRLA ALCIBÍADES
Cuando José Martí zarpó de La Guaira con destino a New York, en julio de 1881, comenzó a consignar unos recuerdos de viaje. Los tituló Un viaje a Venezuela. No voy a detenerme mayormente en los contenidos de esas páginas, sólo las traigo a colación para recordar su asombro ante la desenvoltura de la mujer caraqueña. «Se habla con ellas ante las ventanas abiertas» –decía–; «las volvemos a encontrar en las calles, en el teatro, en el paseo» –agregaba.
De sus observaciones podemos concluir que esa conducta de las venezolanas no era habitual en los medios donde se había desenvuelto en los Estados Unidos. El asunto no es para ser desestimado porque nos está hablando del sentido de sociabilidad que se había instalado en Venezuela al interior de determinados sectores urbanos.
En 1883 llegaron varios visitantes. Algunos fueron enviados por sus respectivos gobiernos; otros, tomaron la decisión de asistir por voluntad propia a los actos celebratorios en ocasión del centenario natal de Simón Bolívar. Igual que el cubano, hubo un visitante procedente de Bogotá que también dejó registro de costumbres femeninas venezolanas.
Ese visitante se llamó Isidoro Laverde Amaya. Las observaciones de su recorrido las publicó un par de años más tarde bajo el título de Viaje a Caracas (1885). Es cierto que en 1889 salió de imprenta Un viaje a Venezuela, pero por lo pronto me detendré en el primero de los dos volúmenes recordados.
También este visitante manifestó asombro ante ciertas conductas de las caraqueñas. Por lo pronto, me detengo a destacar dos de ellas. La primera de esas observaciones es ésta: «Las señoritas salen solas con frecuencia a la calle, y siempre van muy elegantemente vestidas». Añadía que las ropas femeninas eran confeccionadas por modistas francesas. Sin dudas ese comentario nos dice que las bogotanas no salían solas a la calle y no cuidaban la elegancia francesa en el vestir.
Otro detalle que observó pudo presenciarlo en una tertulia caraqueña. En determinado momento llegó a la reunión un grupo de señoritas. Para su asombro, todas «abrazaban cariñosamente a los que ya estaban en la sala, y les imprimían un ruidoso beso en las mejillas o en la frente, que inmediatamente era devuelto con usura». Significa que las señoritas besaban a hombres y mujeres.
Admito que cuanto leí ese pasaje de Laverde Amaya me sorprendí. De inmediato me planteé el reto de averiguar cuándo se había iniciado la práctica femenina de repartir besos entre ellos y ellas. En realidad han transcurrido muchos años desde entonces y todavía no tengo respuesta a mi pregunta.
Sin embargo, algo he adelantado. Una vez estaba leyendo prensa del estado Zulia. De repente me topé con una noticia que hablaba de la conducta femenina en la iglesia. Era 1856 y decía así: «Estas se besaban unas á las otras, reian i se abrazaban».
Ahora sé que las venezolanas ya habían adoptado el beso como saludo entre ellas cuando coincidían en lugares públicos. Sigo indagando cuándo comenzaron a aplicar besos inocentes a los hombres.