Del hambre a la opulencia, en dictaduras y democracia, el petróleo marcó la vida venezolana en casi todo el siglo XX. Los juegos políticos entre los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, libres, prohibidos o vigilados dependían del mene, cuya producción y venta segura acabó con el país monocultivador “de los grandes cacaos”, redujo en mucho el paludismo y el analfabetismo hasta posibilitar la subida lenta de las clases sociales en su lucha y reclamo por los derechos constitucionales, adversar lacras del parasitismo burocrático, del golpismo militar y la subversión guerrillera, ganar, perder, exigir justas mejoras laborales y la preservación de básicos derechos humanos.
Al no existir un sistema de gobierno perfecto en ningún lugar del globo, ese período repleto de logros y fracasos ofrece un saldo altamente positivo desde 1923, cuando se descubre la gran mina negra. Lo registra una testimonial narrativa impregnada del bautismo petrolero. Mancha de aceite por César Uribe, Guachimanes de Gabriel Bracho Montiel, Sobre la misma tierra de Rómulo Gallegos; dos novelas, Mene y Casandra, de Ramón Díaz Sánchez; Oficina Número Uno y Casas muertas, ambas de Miguel Otero Silva, junto a otros escritores durante la centuria. Juan Pablo Pérez Alfonzo, fundador de la OPEP, primer ministro de Minas de la Venedemocracia, en Hundiéndonos en el excremento del diablo (1976) analizó los contra y pro de su buen y mal manejo. Su retiro final a un poblado agrario dio el ejemplo de lo luego predicado como “Sembrar el petróleo” por Arturo Uslar Pietri.
Aquella nueva nación, caótica y rentable, a su vez engendra el segundo ciclo del cambio por una población rural desplazada hacia la urbe llena de conflictos físicos y emocionales. El provinciano aislado en los márgenes y parroquias de la ciudad padece nostalgia por el lugar que se dejó y su trauma se presenta en los relatos de Gustavo Díaz Solís, Oscar Guaramato, Oswaldo Trejo, Alfredo Armas Alfonzo. Es angustia central en las obras de Guillermo Meneses y Salvador Garmendia preguntando ¿qué soy aquí, cuál es mi ser individual y comunitario?
Las reacciones violentas de militantes revolucionarios impacientes, frente a un petróleo desigualmente repartido por la corrupción particular y pública, quedan resumidas en el País Portátil de Adriano González León seguido por una generación a la vez partícipe y crítica de la sociedad culturalmente petrolizada. Son los testimonios novelizados de José Balza, Francisco Massiani, David Alizo.
La respuesta esencial que atañe al país menelizado es de José Ignacio Cabrujas en toda su dramaturgia, que es la marca de sus paisanos aquí, allá, donde sea, sangrante pero libertaria latente. En el título de su profética telenovela El día que se acabó el petróleo (1979) describe tamaño cataclismo. Por desgracia, su pasional esperanza en que el castrochavismo daría solución para sanar daños y errores cometidos por la democrática Menelandia, lejos de resolver, conduce a su corrupción sistemática por medio del crimen militarizado. Si no es combatido por fin, ya, con armas de todas las procedencias materiales y conceptuales, Venezuela libre será borrada del mapamundi asimilada por la narcotiranía castrochavista.
Por ahora es Cubazuela, todavía riquísima en minerales y fuentes naturales, por eso mismo víctima de los imperios siglo XXI que la exploran y saquean para nutrir sus tesoros en dólares, rublos y yuanes. Bolívar Libertador, el criollo blanco, desapareció junto con la moneda que usurpó su nombre de pila. Hoy es un maquillado militar zambo, ícono manipulado por el poder criminal castrense.
Pero Venezuela nunca fue ni será fijo paisucho bananero ni paisito. Aún existe una reserva ética en sus fuerzas armadas secuestradas, el puro pueblo sometido por el degenerado generalato y será ese preciso sector un protagonista vital en el próximo ciclo renovador. No hace falta ser adivino ni astrólogo para entender que a la dura, productiva y aleccionadora experiencia diaspórica moderna le tocará gran parte de ese resucitar. Tal como sucedió en 1958, precisamente por la acción de militares con sentido de sana pertenencia constitucional que comandaron el 23 de Enero.
No es el “sueño americano” estadounidense hoy en suspenso peligroso, es la dimensión del venezolano ancestral, generoso y pacifista. La tortura y otros delitos criminales no forman parte de su ADN histórico, incluso en sus indígenas hubo una extraña fusión, aguerridos cuando era necesario, pero mansos frente a sus invasores no agresivos. Por su paisaje y la conducta de esos habitantes, el almirante Cristóbal, su primer colonizador, la calificó Tierra de Gracia, genéticamente afable, desde hace un cuarto de siglo envenenada por la tiranía de ambiciosos psicópatas cuyo reino está muy cerca del colapso, sola o bien apoyada, sin la ayuda de la Corte Penal Internacional de La Haya, que por su silencio largo y tendido ante la visible tragedia venezolana es otra de las instituciones que necesita urgente actualización de sus normas fundacionales.
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