Apóyanos

La voz de Luis Ramón

Luis Ramón Arévalo nació en Ocumare de la Costa, luego vivió en Maracay, donde vio en repetidas ocasiones a Juan Vicente Gómez, y jugó con sus hijos. A los 6 años, en 1931, se muda con sus padres a Los Flores de Catia. Él estudió en diversos planteles y fue compañero de clases de José […]
  • X
  • Facebook
  • Whatsapp
  • Telegram
  • Linkedin
  • Email
  • X
  • Facebook
  • Whatsapp
  • Telegram
  • Linkedin
  • Email

Luis Ramón Arévalo nació en Ocumare de la Costa, luego vivió en Maracay, donde vio en repetidas ocasiones a Juan Vicente Gómez, y jugó con sus hijos. A los 6 años, en 1931, se muda con sus padres a Los Flores de Catia. Él estudió en diversos planteles y fue compañero de clases de José Joaquín “Papá” Carrillo. También estuvo en la Escuela de Artes Plásticas y Aplicadas, que dirigía Antonio Edmundo Monsanto; y recibió clases de Tito Salas y Armando Reverón.

Luego fue aprendiz de sastre. También animador de espectáculos, al punto de que cuando Pérez Prado visitó Venezuela para actuar en la Feria Exposición en 1951 tuvo a cargo las presentaciones. Luego lo hizo con Los Chavales de España, quienes le piden integrarse a la orquesta como animador para ir a México y luego trasladarse con ellos a España. Por razones familiares declinó. Más tarde será activista político, inicialmente con URD, para luego integrarse a la resistencia adeca contra Pérez Jiménez. 

Luis Arévalo, al caer la dictadura, se incorporó de lleno a la militancia en Acción Democrática, en particular en la zona del 23 de Enero. Él fue el artífice del triunfo de ese partido en esa parroquia en las elecciones presidenciales de 1973. Más tarde se retiraría asqueado de la vida política. Con él tuve largas conversaciones que fui grabando, fueron más de cien horas recolectadas en cintas, con las que ahora estoy trabajando en un libro que espero concluir antes de fin de año. De sus palabras quiero compartir dos fragmentos que me parecen interesantes, por decir lo menos, en un momento como el que vive el país.

“Para hablar de la caída de Pérez Jiménez hay que comenzar a hablar del año 57, ¿por qué? Porque en el 58 se le vencía el periodo, y en el 57 ellos están buscando un modo. El ministro de Relaciones Interiores, Vallenilla Lanz, inventa un plebiscito, una aparente forma democrática de decirle a Pérez Jiménez “quédate”. El voto azul era: “No te vayas, quédate”; y el rojo: “Pedimos que te vayas”. Cuando se inventa eso comienza a moverse Caracas y sale a flor un resentimiento oculto por mucho tiempo. Son nueve años largos, estoy hablando de septiembre-octubre de 1957. (…) en la gente comienza la rebeldía, a reverdecer la esperanza. (…) Se hace el plebiscito que fue el domingo quince de diciembre. Los empleados públicos y los que trabajaban, en una u otra forma, con el gobierno, tenían que llevar la tarjeta roja como muestra que habían votado azul, si no, no cobraban. No pagaron el viernes la quincena, ni la semana, sino que lo rodaron al lunes después de las elecciones. Una manera democrática de ganar unos comicios. Sin embargo, el pueblo es una vaina seria. ¿Quién fabricó tantas tarjetas rojas? No sé, pero todo el que pedía una en la calle la conseguía, alguien se la daba. (…)  Se hizo el plebiscito, nunca se dio un resultado exacto, sino que anunciaron: “Pérez Jiménez ganó por amplia mayoría”. A partir de ahí las manifestaciones parecían arena del mar, no se acababan nunca. Empezaron a aparecer, manejados por La Junta, los manifiestos. El de los abogados, el de los médicos, el de los intelectuales, que se regaban en Caracas y nadie sabía cómo, pero cada uno tenía un puño en el bolsillo y lo repartía. Yo me cansé de repartirlos. Te llegaban de diferentes maneras, alguien te los daba en la calle, porque era una cosa espontánea.”

Más adelante sigue explicando: “Hasta que la Junta Patriótica comienza a publicar unos papelitos: “Huelga, 12 del día, el 21 de enero, Huelga General 21 de Enero”. Pero esto se extendió, fue nacional. Cómo lo hicieron, no sé. Comenzaría con las iglesias que iban a tocar campanas, los carros tenían que sonar la corneta, en fin, se iba a armar un escándalo ese día. Llega el 21, era martes para ser exactos. Yo no me podía perder el 21 en el centro de Caracas. Me llevo un pedazo de cabilla de este tamaño, de unos veinte centímetros, la idea era hacer sonar un poste con ella. Mucha gente se llevó un trozo de hierro, un martillo, lo que consiguió, un pedazo de palo, lo que fuera, la cuestión era armar el escándalo. ¡Dan las doce del día! Comienzan a sonar las campanas en Catedral. Coño, aquella vaina era emocionante... Todo suena. No hay un solo silencio. Todos tocábamos corneta, golpeábamos los postes, los pipotes, lo que fuera y Caracas toda es un solo ruido, un solo grito contra El Tarugo. Carajo, hay que ver que la libertad cuando habla retumba bonito. ¡Suena sabrosa!”

Releo sus palabras, consciente de que hay más de 60 años de diferencia. No logro imaginarme a Fabricio Ojeda, Guillermo García Ponce, Silvestre Ortiz Bucarán o Enrique Aristeguieta Gramcko, como candidatos en unas elecciones convocadas por Pérez Jiménez. Ni hablar de imaginar en tales menesteres a Santos Yorme –el irremplazable Pompeyo Márquez–, mientras veo una legión de paniaguados llamando a participar en el sainete convocado por Maduro-Cabello-Amoroso. Candidatos de dermis muy sensible, tanto que parecen novicias de la congregación de las carmelitas descalzas con pantaletas plásticas de paseo por un museo, que se revuelven con furia digna de mejores causas cuando se les dice que ya se votó el 28 de julio. 

Cierro con una frase del viejo Arévalo, al referirse a la muerte del que fuera presidente de la Junta Patriótica: “Fabricio, que fue un héroe, murió como nunca debió morir, ni él ni Leonardo Ruiz Pineda, jamás debieron terminar de esa manera, se habían ganado otro final para sus vidas. Pero es volver a lo de siempre, Venezuela parece no saber poner en el lugar que le toca a los mejores y le encanta llenarse de lo peor…” 

© Alfredo Cedeño  

http://textosyfotos.blogspot.com/

alfredorcs@gmail.com

Relacionadas