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La paz esquiva: cuando la diplomacia choca con la obsesión bélica

Al cumplirse el primer cuarto del siglo XXI, el mundo se deteriora ante dos conflictos que, aunque distantes geográficamente y de orígenes muy disímiles, comparten una brutalidad desoladora y una obstinación que desafía la razón y la moral: la invasión rusa a Ucrania (desde febrero de 2022) y la ofensiva israelí en Gaza (desde octubre […]
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Al cumplirse el primer cuarto del siglo XXI, el mundo se deteriora ante dos conflictos que, aunque distantes geográficamente y de orígenes muy disímiles, comparten una brutalidad desoladora y una obstinación que desafía la razón y la moral: la invasión rusa a Ucrania (desde febrero de 2022) y la ofensiva israelí en Gaza (desde octubre de 2023). A la fecha, ambas son guerras de desgaste, gravemente implacables en su agresión contra civiles inocentes y flagrantes violaciones del derecho internacional.

Estos enfrentamientos bélicos a gran escala -con la invasión terrestre como un telón de fondo- reflejan dimensiones de ideologías extremistas y complejos choques geopolíticos entre potencias e intereses internacionales. En su esencia, sobresalen la defensa a ultranza de retóricas nacionalistas e históricas, el rechazo a cualquier aspiración moral y el rol primordial que la seguridad nacional sigue jugando en la esfera de influencia regional. 

Rusia, bajo el eufemismo de "operación militar especial", ha justificado su intervención en Ucrania como una respuesta a la expansión de la OTAN en Europa del este, anexionando Crimea (2014) y alegando la protección de rusoparlantes en el Donbass de supuestas "humillaciones y genocidios". Por su parte, Israel, tras el ataque de Hamás el 7 de octubre de 2023, ha escalado violentamente sus operaciones y ataques terrestres de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) en la Franja de Gaza, contra los miembros de la organización palestina Hamás, calificada de terrorista, y que ha estado gobernando este territorio desde 2007, un territorio minúsculo de poco más de 360 kilómetros cuadrados y densamente poblado, en una respuesta que la comunidad internacional ha calificado de desproporcionada contra civiles inocentes.

El costo humano de estas guerras es doloroso. En Gaza y los territorios palestinos ocupados, la matanza inicial de 1.200 israelíes por parte de Hamás y el secuestro de 251 rehenes han desencadenado una devastación sin precedentes. Más de 50.000 víctimas por lesiones traumáticas, según la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de Naciones Unidas (la revista científica The Lancet destaca que la cifra asciende a un escalofriante total de 64.260 muertos hasta junio de 2024), de los cuales cerca de 70% son mujeres y niños. 

En Ucrania, desde febrero de 2022, se han confirmado más de 12.700 civiles fallecidos y 30.000 heridos, a lo que se suman 31.000 militares ucranianos muertos, según el presidente Volodimir Zelenski. Más de 6 millones de ucranianos han huido del país y otros 4 millones son desplazados internos, reduciendo la población del país en una cuarta parte desde el inicio de la invasión. 

Para el mundo estas cifras no son simples números, sino consecuencias devastadoras presentes y futuras: pérdida de vidas y lesiones, desplazamiento forzado y refugios, hasta daños e impactos en la salud mental y física; la destrucción de infraestructuras de ciudades y servicios básicos, e impacto en la economía y medio ambiente.

Ante esta barbarie, los líderes del mundo libre –Reino Unido, Francia, Alemania, Estados Unidos, España, entre otros– han condenado enérgicamente ambos conflictos, exigiendo un alto al fuego inmediato, negociaciones y la liberación de prisioneros y rehenes. 

Sin embargo, tanto Rusia como Israel han rechazado estas propuestas, demostrando la ineficacia de la diplomacia tradicional, que se ha centrado en la negociación, la comunicación y la construcción de confianza. 

Las sanciones impuestas a Rusia por Estados Unidos y la Unión Europea, que abarcan desde restricciones comerciales hasta la desconexión bancaria del sistema Swift, han tenido un alcance limitado. Las sanciones contra Israel, por su parte, han sido principalmente individuales y comerciales restringidas, con propuestas de embargo de armas que no han logrado una unidad en la UE, ni han mermado el fuerte apoyo de Estados Unidos a Israel. 

La ausencia de mecanismos vinculantes para hacer cumplir las resoluciones internacionales ha dejado a la diplomacia maniatada. La Corte Penal Internacional busca juzgar al primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, por crímenes contra la humanidad, solo para encontrarse con la oposición y sanciones de Estados Unidos, lo que destaca la compleja red de intereses que obstaculiza la justicia para los crímenes de lesa humanidad cometodos.

No hay soluciones fáciles ni inmediatas para estas guerras de desgaste. Pero, evidentemente el mundo no ha permanecido indiferente ni indolente. La frustración internacional es evidente, incluso en voces que antes parecían inamovibles. 

El desgaste ya está incluso colmando al presidente Donald Trump al reprochar contra Putin el pasado domingo 25 de mayo: "¿Qué demonios le ha pasado? Está matando a un montón de gente", soltando posteriormente en redes sociales que está "completamente loco".

Por eso, el mundo entero, con una voz fuerte y clara, les grita a Vladimir Putin y Benjamin Netanyahu: ¿Qué demonios les ha pasado?

@darringibbs

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