El discurso “La Casa Dividida”, pronunciado por Abraham Lincoln cuando aceptó su nominación como candidato republicano al Senado por el estado de Illinois (1858), se basó en un pasaje del Nuevo Testamento (Mateo 12-25). El sentido era reclamar la necesidad de la unión. La semilla de este discurso llegó en 1850 cuando, en medio de un debate, el político Sam Houston utilizó la frase: «Una nación no puede dividirse contra sí misma». José Rafael Herrera define a los miembros de una nación como los habitantes de un mismo territorio, de una misma lengua, cultura, economía e historia. Un modo de ser y pensar a partir de la cual se va conformando, más que una conciencia social, el Espíritu de un pueblo, su Volksgeist. Thomas Stearns Eliot, escribió un poema que cambiaría radicalmente la historia de la literatura del siglo XX titulado The Waste Land: La tierra desolada. Se trata de la más nítida expresión de la desorientación de una época al borde, precisamente, de la inminente desolación, amenazada por el desvanecimiento de los trazos principales del desarrollo de la cultura hasta entonces conquistada. “Más que la desmemoria, el olvido es uno de los confluentes que precipitan el desgarramiento y la fragmentación”.
Haciendo una analogía con Venezuela podemos ver con claridad todos los caminos truncados, los puentes rotos que separan a unos líderes de otros y que generan grandes pérdidas o derrotas que nos impiden superar las atrocidades que vivimos, que nos oprime y que ha expulsado a millones de sus hogares.
El pasaje más conocido del discurso de Lincoln es el siguiente: “Una casa dividida contra sí misma no puede sostenerse. Creo que este gobierno no puede soportar, de forma permanente, la mitad esclavo y la mitad libre. No espero que la Unión se disuelva. No espero que la casa caiga. Espero que deje de estar dividida”.
La percepción que reafirmo cada vez más es reconocer que en Venezuela se ha dado en el último año un proceso único en toda América Latina, reconocer que quienes participaron en los dos últimos procesos electorales fueron fundamentalmente las clases populares, los más pobres, quienes expresaron su opinión política de una manera clara y contundente, una afirmación que se torna más evidente cuando sabemos que la clase media venezolana es un sector totalmente debilitado, constituyen un gran componente de la diáspora y los que aún permanecen en el país lo hacen en condiciones de desamparo y desventaja total. Los sectores populares expresaron nítidamente su opinión política y esto es una realidad inobjetable.
Basado en estos argumentos históricos se percibe de forma evidente que cuando utilizamos la imagen de negociación o de acuerdo, en primera instancia estamos aludiendo a nosotros mismos, no se puede negociar la vida con quien no cree en ella, pero siempre es posible bajar las banderas que nos separan entre nosotros.
El reto entonces emerge muy claro, proponernos ahora que avancemos en una confrontación por objetivos comunes entre nosotros mismos, sin olvidar que lo primero que hay que hacer es lograr los acuerdos básicos que se constituyan en el piso del liderazgo. No podemos ingresar en un tiempo confrontativo entre grupos, partidos o personalidades sin habernos unido en torno a un proyecto basado en el consenso. Unir no es la tarea que le tocaría a un nuevo liderazgo, es el antecedente para luego reforzar, para transmitir toda nuestra energía que permita reconocer a quienes estarán en la cabeza para luchar por los objetivos compartidos.
Abraham Lincoln, al pronunciar el discurso de “La Casa Dividida”, terminó por convertir esta alusión en un símbolo de la inestabilidad y amenaza que produce la desunión entre el Norte y el Sur de Estados Unidos, derivada de opiniones adversas sobre lo que la esclavitud llegaría a ser para la nación.
Entre nosotros se trata de derrotar la idea de reconocer un liderazgo sin acuerdos de base, una invitación a caer una vez más en la farsa de creer que se puede ir o seguir en una confrontación sin acuerdos mínimos, sin que se resuelvan o atemperen las argumentaciones que han provocado el fraccionamiento de las fuerzas del cambio:
- ¿Estamos de acuerdo en acordar una estrategia para lograr una unidad que podría ser casi total como mostraron los últimos actos electorales?
- El terreno de negociación está en nuestro lado, podemos hablar directamente con quienes creen ciegamente en el poder del voto sin tener los mecanismos para validar resultados.
- ¿Es posible depositar las esperanzas en una incursión-coalición salvadora desconocida o en la responsabilidad de los ciudadanos?
- ¿Quiénes son los interlocutores válidos para decidir el gran acuerdo? ¿Habrán excluidos o todos participarán?
- La dependencia es del mundo externo o de nuestra voluntad ciudadana.
- ¿Es imprescindible construir una base previa entre los que representan posiciones distintas o de lo contrario nada cambiará?
Antes de elegir cualquier representación de la unidad tenemos que superar el síndrome de la Casa Dividida, como dicen nuestros hermanos de Norteamérica: «Todo reino dividido contra sí mismo, es asolado; y toda ciudad o casa dividida contra sí misma no permanecerá». José Rafael Herrera continúa haciendo un llamado a los que enarbolan banderas que nos separan y que nos convierten en una sociedad a punto de reventar. Era imprescindible llevar adelante el tenaz esfuerzo de “apuntalar” las “ruinas”, sirviéndose de los mismos “fragmentos” de una Kultur moribunda. No para presuponer o prefijar la “nueva totalidad”, sino para atreverse, para decidirse a cambiar por completo el rumbo, delineando posibles, relativas, innovadoras y aún problemáticas formas de reconocimiento y reconciliación ciudadanas. Se trata de una vívida y penetrante experiencia de la conciencia, surgida, justamente, de la desolación dejada por una pretendida transformación que, en nombre de la venganza y del ajuste de cuentas, terminó desatando las peores pestes del resentimiento, la criminalidad, el parasitismo, la desidia, en fin, la bancarrota de una nación. Evidentemente, los límites morales de quienes tienen el poder son endebles, no se sonrojan frente a sus hijos. Pretenden borrar que 7 millones de venezolanos han huido desesperados, arrojados por el fracaso y la sequía de oportunidades para seguir existiendo decentemente. Olvidan o intentan hacer olvidar que sus actos los han llevado a amasar grandes fortunas sepultadas en destinos desconocidos.
Es necesario borrar las barreras que impiden derrotar la Casa Dividida tal como afirman algunos, anclados en argumentos que señalan que la gente tiene cuatro opciones: marcharse del país, no participar en nada “aunque la política te va a llegar”, con nosotros no contarán, o continuar tercamente en la participación electoral.
“Las elecciones, para nosotros, son un principio de vida. Los partidos políticos existen para materializar las demandas de la población. Y el ciudadano se expresa a través del voto”, señaló recientemente un dirigente de UNT.
Cada vez que hay elecciones “se activa un movimiento social en relación con el proceso”, lo que no sucede con la abstención, comparó.
José Guerra cree que la abstención es la parálisis, la abstención es la nada y se ha probado en Venezuela y en el mundo que la abstención no lleva a ninguna parte, proclama el dirigente de PJ en el exilio.
La democracia “se recupera y se trabaja con las herramientas de la misma democracia: el voto, el diálogo, la participación ciudadana”.
Es menester reconocer que las últimas elecciones nos dejaron el corazón partió, se generó un clima de desconfianza y una tristeza colectiva porque la voluntad y ganas de cambiar no se vieron materializadas-
No podemos operar con las mismas reglas de juego de quienes han destruido el país y nuestras vidas, ignorar la realidad de la ruina económica y endulzarnos con una ficción de recuperación que finja salvar a la infancia de la desnutrición y la hambruna y que no detiene a los venezolanos de seguir huyendo por cualquier rendija que encuentren abierta.
Empecemos por el gran esfuerzo de unir la Casa Dividida, para que el liderazgo, que “sabemos existe”, que está allí, sea una realidad tangible, capaz de iluminar el camino y alcanzar un triunfo que pueda ser un logro para todos. Hay que clausurar la “Casa Dividida”. El liderazgo que podamos elegir será legítimo si habita en “la Casa de todos”.
“Jesús, sabiamente nos dijo:
Si los habitantes de un país se pelean entre ellos, el país quedará destruido. Si los habitantes de una ciudad se pelean unos contra otros, la ciudad quedará en ruinas. Y si los miembros de una familia se pelean entre ellos mismos, se destruirá la familia. Todo reino dividido contra sí mismo, es desolado; y toda ciudad o casa dividida contra sí misma, no permanecerá”.
Urgente acabar con la Casa Dividida, toca construir la casa de todos, sin subterfugios ni mentiras, es la gran esperanza.