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Francisco

La condición humana es compleja como ninguna otra. Al producirse el fallecimiento de un conocido y ser querido por supuesto habrá consternación por la ausencia física y aflorarán –generalmente– toda clase de reconocimientos, reflexiones y elogios del fallecido. Iniciamos así esta columna para intentar aproximarnos con objetividad a una figura emblemática y de impronta universal […]
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papa Francisco salud
Foto: EFE

La condición humana es compleja como ninguna otra. Al producirse el fallecimiento de un conocido y ser querido por supuesto habrá consternación por la ausencia física y aflorarán –generalmente– toda clase de reconocimientos, reflexiones y elogios del fallecido. Iniciamos así esta columna para intentar aproximarnos con objetividad a una figura emblemática y de impronta universal o ecuménica como fue Jorge Mario Bergoglio. 

No pretendemos hacer apología, ni una biografía, ni nada parecido alrededor de una figura que sin dudas es susceptible de ser abordada desde diversas aristas, y que por supuesto, no pasa debajo de la mesa o inadvertida para el mundo católico.  

El papa Francisco, aparte de ser el primer Papa latino, argentino y de formación jesuita, representó tal vez no un sisma, pero sí un proceso de revisión, transformación y modernización de ciertos cánones y concepciones “ortodoxas” de la Iglesia Católica y curia romana. Y a propósito del cónclave que se inicia este miércoles 7 de mayo de 2025, cuando saldrá publicada esta columna que me concede el diario El Nacional, el cónclave integrado por 133 cardenales que les corresponderá constituirse e iniciar el proceso de meditación y evaluación que concluirá con la elección del Papa 267. 

No necesitamos ser teólogos o con una larga carrera en filosofía y letras para comprender que el colegio cardenalicio en su seno tiene dos grandes tendencias o corrientes, y que la tendencia que resulte favorecida, y especialmente el nuevo pontífice sucesor de Pedro, definirá el sendero de la Iglesia Católica en las próximas décadas, con una huella e impronta del nuevo Papa, como sucedió hace más de una década con la elección del papa Francisco, prelado a quien le correspondió promover algunas reformas y tomar decisiones puntuales, decisiones y acciones que causaron admiración para unos y rechazo y condena para otros.

El papa Francisco de alguna manera profundizó y materializó las líneas maestras del Concilio Vaticano II (Medellín 1968) en promover una iglesia sensible, la opción por los pobres, una iglesia que baja, una iglesia que se curte e imbrica de pueblo, del sufrimiento, de las injusticias, una iglesia que denuncia los tratos degradantes a la condición humana, una iglesia que renuncia al boato y lujo, una iglesia que promueve a que sus pastores sean pescadores de hombres y vayan en busca de sus ovejas y rebaños esparcidos y a veces alejados de nuestra Iglesia Católica.    

El papa Francisco constituye un pontífice, personalidad y pontificado que recién corresponderá estudiar y analizar en profundidad, con amplitud y sin fanatismos. Es decir, en toda sus aristas y dimensión. No lo podemos estudiar con el tamiz del fanatismo o con miopía sino de manera integral, y lo digo porque a muchos católicos, incluyendo a quien suscribe estas líneas, nos costó mucho comprender o procesar en lo personal su vinculación y admiración por una figura controversial como Fidel Castro. Tal vez tarde entendí que el sumo pontífice es ante todo un ser humano más, y después comprender que no podemos evaluar su carrera, magisterio religioso, trayectoria y papado por una fotografía abrazando al dictador cubano, aspecto -reitero- que no le resta toda su sensibilidad, su humildad, su arduo pontificado en función de los pobres y desprovistos del mundo.

El legado del papa Francisco tal vez no lo habíamos valorado en su justa dimensión y como ocurre a veces con otros personajes, cobra una mayor valoración justo después de su fallecimiento. Vivimos unos tiempos muy complejos y la Iglesia Católica, milenaria, romana, apostólica se encuentra en una disyuntiva o encrucijada que pudiésemos catalogar como reforma o contrarreforma, flexibilizar no implica relajar, reformar implica avanzar pudiendo albergar esas reformas nudos o retrocesos, porque las reformas en cualquier ámbito no son lineales sino ondulatorias. Lo otro es apostar por una Iglesia muy conservadora, ortodoxa y rígida en una época, como dije, “compleja”. 

Cada Papa tiene su impronta. Juan Pablo I no pudo hacer nada por su corto y truncado pontificado. Juan Pablo II fue el Papa más universal desde el punto de vista de haber ido a los lugares más recónditos de la tierra, haber sido una figura emblemática en plena bipolaridad, fin de la Guerra fría, caída del Muro de Berlín, reunificación alemana, y los procesos de transición de los países de Europa del Este. Benedicto XVI, el papa de mayor formación intelectual y con encíclicas. Benedicto XVI, por cierto, es el único Papa que en la historia de la curia romana no concluyó su pontificado por fallecimiento sino por renuncia y admitir no tener la fortaleza necesaria para emprender una cruzada de reformas y transformaciones exigidas a la Iglesia romana. 

Al papa Francisco le correspondió una etapa signada de denuncias y escándalos, inició un proceso gradual de apertura y transformaciones del que apenas estamos palpando sus alcances y efectos. Y corresponderá al nuevo pontífice avanzar en reformas pendientes, o iniciar un proceso de revisión y vuelta a los cánones de la iglesia conservadora y ortodoxa en un mundo exageradamente “complejo” y “mutante”.

Que el Espíritu Santo interceda en la responsabilidad que tiene sobre sus hombros cada cardenal de manera individual y el colegio cardenalicio en colectivo, en la elección del sucesor del papa Francisco. Sin duda, los retos de nuestra Iglesia Católica, romana y apostólica son monumentales y recaerán en el nuevo pontífice. Cerramos estas líneas evocando al papa Francisco en su convocatoria del año jubilar: “Debemos mantener encendida la llama de la esperanza que nos ha sido dada, y hacer todo lo posible para que cada uno recupere la fuerza y la certeza de mirar al futuro con mente abierta, corazón confiado y amplitud de miras”. 

rivasleone@gmail.com       

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