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Ensayo sobre el impacto de Lilo y Stich

  Lilo y Stich puede marcar una era en la historia desigual del live action de Disney, al haber superado los principales problemas del género de cara a las demandas de la audiencia. La película acaba de ser el mejor debut de Disney en mucho tiempo, alcanzando 341 millones de dólares en todo el mundo, […]
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Lilo y Stich puede marcar una era en la historia desigual del live action de Disney, al haber superado los principales problemas del género de cara a las demandas de la audiencia.

La película acaba de ser el mejor debut de Disney en mucho tiempo, alcanzando 341 millones de dólares en todo el mundo, durante su primer fin de semana.

Una cifra altísima que coloca a la cinta por encima de toda la taquilla de Snow White y de quinto lugar en 2025. Pronto veremos si escala hasta el primer puesto, desbancando a Minecraft.

En cuanto a la tendencia, las brechas entre Lilo y Blancanieves son enormes.

La primera no cambia la raza de la protagonista, como la segunda, para adaptarse al patrón del wokismo en los tiempos de Biden.

Lilo y Stich se posiciona como un filme bisagra, que mantiene la fidelidad con la marca original y la franquicia de la niña hawaiana, mientras atempera sus ideas más transgresoras en cuanto a diseño de secundarios.

En tal sentido, la original es más políticamente incorrecta, en su forma de mirar y representar a los extraterrestres desde enfoques posmodernos.

La versión Live Action conserva la carga de incorrección política de Stich, como encarnación de un migrante benévolo a la manera de ET y Alf, contrastando con la doctrina de seguridad nacional en la actualidad.

Por tanto, se trata de un largometraje que marca distancia con las políticas xenofóbicas de Trump, al tiempo que parece afirmar su lectura conservadora de las adaptaciones infantiles, dejando por fuera elementos progresistas de corrección política.

Así que estamos ante un ejemplo del Disney contemporáneo, buscando lidiar con las distintas esencias del contexto, las del pasado, las de su presente y las del posible futuro de la compañía en los próximos años.

Cuestiones de mercado que se refrendan en la filosofía del guion, cuyo subtexto vuelve a plantear el concepto hawaiano de Ohana, según el cual la familia se extiende y amplía para abarcar nuevos integrantes díscolos como Stich, una especie de Patito Feo en el cuerpo de un mutante salvaje del espacio que se domestica por el poder del amor familiar. Es la moraleja más evidente.

El diseño de los gráficos en 3D ha logrado actualizar el trazo noble del primer Lilo y Stich, el que posiblemente sea el último gran largometraje animado de la Disney en dos dimensiones, con ciertas experimentaciones en gráficos por computadora.

Aquella pieza de 2002 sorprendió a propios y extraños, al metaforizar una narrativa de encuentro acerca del abandono y la adopción, al margen y en la periferia isleña del pacífico de Estados Unidos. Por ende, se enviaba un mensaje puro de no dejar a ningún niño atrás, a pesar de sus divergencias y dificultades de adaptación.

El mejor Disney es aquel que, como en Lilo y Stich, nos contaba una historia simple, con buena factura, para enseñarnos una bonita lección de autoayuda en un plano muy del new age milenario.

Así los mensajes de la subcultura hippie de los sesenta y setenta, se convertían en relatos de la cultura mainstream, en misiones de empresas del capitalismo tecnológico.

Hoy vivimos en una saturación del tema, del storytelling, en cuanto todas las marcas luchan desesperadamente por ser trascendentes y empáticas, forzando una humanidad, de Love Mark, de la que carecen en realidad.

Hablamos de emprendimientos de comportamiento hostil y tóxico, que creen que suavizan su imagen con una ristra de posquerendones y cool.

Por su lado, Disney ha refrendado su poder de lo cuqui, sus años en el negocio, su experiencia, al diseñar una de las mejores campañas del año, en la que Stich se va de gira como animatrónico, aparece en carritos y combos, siembra su caos controlado y brinda oportunidad de momentos virales.

Por ahí es que pasa la verdadera conexión. La película es parte de una experiencia poscinematográfica, que engloba una operación a escala global.

Lilo y Stich no es perfecta, siendo honestos. Pero sí que corrige los defectos del Live Action y nos ofrece un entretenimiento digno, que nos permite reivindicar el lugar de los otros y de los demás que se quedaron varados, que no tienen casa, y que necesitan una oportunidad para conocer el idioma y la cultura.

Stich no es muy diferente del exiliado y deportado, que solo quiere comprensión, afecto y la solidaridad de las Lilos del mundo.

Por consiguiente, la película me tiene de su lado.

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