
Se dice que A Different Man es la versión masculina de The Substance y que ambas exponen el dilema actual del culto a la belleza. Pero lo cierto es que las dos derivan de El retrato de Dorian Gray y de su análisis sobre el ideal de la imagen enfrentado a la corrupción del cuerpo y de la mente.
Por tanto, las dos cintas resignifican el argumento de la novela de Oscar Wilde, un epítome de la crítica estética a finales de siglo XX, cuando los conflictos visuales estaban por explotar con el nacimiento del cine.
El autor británico expone la decadencia de su dandismo socialité, de su pretensión de inmortalidad y lozanía, al transformarlo en una historia de terror que anticipa el desarrollo de las nuevas carnes de Cronenberg y el posterior género del body horror.
Dorian se gratifica en el espejo de un retrato suyo, en movimiento como el séptimo arte y los experimentos de cronofotografía de la época, cuyo envejecimiento y progresiva enfermedad permiten mantener joven al protagonista, mientras comete una serie de atrocidades.
En tal sentido, la novela radiografía la relación del hombre con su reflejo narciso en un poderoso símbolo de trascendencia histórica, pues sirve para sintetizar el problema de la muerte del celuloide y del arte, de la pintura y el retrato, a merced de la utopía de un espectador confiado y prepotente que considera que el tiempo no irá por él, que está más allá del bien y del mal, porque la tecnología y el medio proveerán.
En The Substance tales asuntos se adaptan por el camino de la literalidad, en un guion de ciertos subrayados explícitos que polarizan. Parece que, por algún momento, el tema y el ánimo mesiánico del shock de manifiesto feminista en Hollywood, se tragan el espíritu de la tragicomedia, volviéndola más una sátira pagada de sí misma que un filme logrado.
Puede que el exceso del autorismo contemporáneo le pase factura a una película que se torna decrépita y menos innovadora de lo que se piensa, por su real contenido de reciclaje de tantas fuentes escritas y audiovisuales, como el fantástico gótico de Lynch.
Al respecto, The Substance me encuentra del lado de su directora, a quien respeto y admiro. Pero estimo que sin Dorian y Wilde la película no existiría.
Pasa lo mismo con A Different Man, por otras vías y tramas. En el caso del socorrido largometraje del actor de El soldado de invierno, el director también se vale de una estrella en busca de un Oscar, para hacer un juego meta de falsos semblantes y guiños al espectador, como antes resultaba más rupturista y genuino en Spike Jonze y Charlie Kaufmann, al trabajar sobre los delirios egonomaníacos de John Malkovich y sus fanáticos, nosotros pobres audiencias que nos peleábamos por entrar a su cabeza y ver desde sus ojos por unos segundos.
Aquellas experiencias de otrora, como Dorian y el indie de Being John Malkovich, fueron definitivamente proféticas del mundo de hoy, en el que cada ser gris aspira a la inmortalidad y la fama por siempre, a costa de sus miles seguidores en redes sociales.
De modo que Wilde predijo que viviríamos en la contradicción entre imagen y retrato, firmando un pacto con el demonio que a la postre va por nosotros, ayer en la forma de una condena a la ambición desmedida, hoy en el peligro y el riesgo de ser cancelados, por sacar a la luz cualquier detalle oscuro del influencer que como Gray oculta sus taras en el closet, a la vez que engaña con su aparente belleza y nobleza de joven por siempre en red.
De todo ello va A Different Man a su modo, pero en un tono más underground que The Substance, una suerte de regreso a lo que hacía Scorsese en After Hours o Warhol con Trash.
Por ahí vemos los lugares comunes del Off Broadway, de los callejones e intelectuales de escaso brillo que supieron inmortalizar Allen y Cassavetes con sus actores de método que improvisaban a gusto, pequeñas historias del absurdo cotidiano en la Gran Manzana.
En A Different Man queda la esencia de aquel tiempo mejor, que pasó volando y que se extraña por la nostalgia de A24, una factoría del último indie de los hipsters, un reducto de los llamados bohemios burgueses que rumian sus quejas y malas conciencias en la pantalla, porque pueden y gozan de su privilegio de contratar a actores de renombre, a cambio de la posibilidad de recibir reconocimientos y nominaciones.
Lo mejor de A Different Man es la relación de Sebastián Stam con Adam Pearson, demostrando que sigue habiendo una grieta en la sociedad que se quiere inclusiva y buena con los diferentes, con los divergentes, con los anómalos. Como Gray, Sebastián se somete a una operación estética, para ser bello y joven por siempre. Pero de repente le surge la competencia de un hombre diferente, como era él, que vive con su máscara de Hombre Elefante, con menos trauma y complejo que Oscar Wilde.
Ahí está el detalle. Ahora Sebastian se encuentra insatisfecho con su nueva imagen y marca personal, pues carece de la fuerza y autenticidad de su doble desfigurado, del recuerdo de su retrato enfermo. Por tanto, el bello quiere destruir al feo, cual remake de Oscar Wilde, tributando la gracia y el humor negro del irlandés.
Lo que lleva al punto de inicio: hoy tenemos más copias que retratos de Dorian Gray. Imagínense cómo será con el avance de la AI. Veremos que el espíritu mesiánico decretará que las reproducciones son más auténticas y legítimas, jóvenes y lozanas, que los originales enfermos que estaban muriendo en sus cuadros y museos.
Pero a mí no me sacan de la cabeza que hay un origen en autores y artistas como Wilde, que no podrán ser superados por 1 millón de copias en inteligencia artificial.