Arabia Saudí, Qatar y los Emiratos Árabes, recientemente visitados por Donald Trump, no son como otros Estados. Pueden describirse como cleptocracias, es decir, el reino de los ladrones. En una cleptocracia, los gobernantes no dirigen el Estado, sino que lo poseen y utilizan para enriquecerse a sí mismos y a sus allegados. El hecho de que estos estados se hayan convertido en algunas de las cleptocracias más ricas del mundo no tiene nada que ver con la cultura local ni con la religión musulmana. Es simplemente una cuestión de azar. Esta región, rica en gas y petróleo, cercana al mar y por tanto fácil de explotar, estuvo antaño habitada por poblaciones nómadas en el golfo Pérsico o por urbanitas en lo que hoy es Arabia Saudí. Las poblaciones eran pobres y obviamente desconocían la democracia liberal. Sólo hace aproximadamente un siglo que las poblaciones sedentarias y nómadas de Oriente Próximo descubrieron que sus ciudades y campamentos estaban situados en futuros pozos de gas y petróleo. Las caravanas que tradicionalmente habían sido la principal fuente de prosperidad dejaron de cruzar los desiertos y levantaron sus tiendas. Los británicos se encargaron de trazar las fronteras, que son su especialidad, para evitar disputas vecinales entre beduinos.
Los jefes tribales se convirtieron, naturalmente, en autoproclamados jefes de Estado. Simplemente se apropiaron de los ingresos del petróleo y el gas que casualmente estaban bajo sus tiendas. Lo que es inmoral es el uso que dieron a su fortuna, que no cayó del cielo, sino que surgió de la tierra. ¿Han hecho feliz a su pueblo? No, porque en realidad no hay pueblo. La población original de estos países es muy pequeña y el trabajo duro no forma parte de su tradición cultural. Por eso, Qatar, los Emiratos y Arabia Saudí han confiado sus operaciones cotidianas a inmigrantes, educados, para dirigir la administración, o menos educados, para realizar tareas serviles y arduas. Sabemos que estos inmigrantes –por ejemplo en Qatar, donde multiplican por ocho a la población original– son tratados más como siervos que como asalariados. ¿Beneficia el oro de estos países al resto del mundo árabe? Ni por un momento. Nos desespera no encontrar la más mínima solidaridad entre, por ejemplo, los ricos saudíes y los pobres de Gaza. El oro árabe, para los que lo tienen, se invierte en estilos de vida fastuosos y en la compra de propiedades en Europa y Estados Unidos.
Hay otro uso para este oro, claramente revelado durante la visita de Donald Trump: comprar seguros de vida para los cleptócratas. Estas cleptocracias árabes descansan sobre cimientos frágiles. Si el petróleo y el gas dejaran de ser útiles, estas cleptocracias se hundirían: los príncipes y otros emires quedarían desnudos. Esta, me parece, es la razón principal por la que estos líderes árabes se han comprometido a invertir sumas considerables en la economía estadounidense, inversiones que deberían garantizarles unos ingresos para un futuro incierto. Hay que señalar, de paso, que los compromisos adquiridos con Donald Trump fueron hechos por cleptócratas que no hacen distinción entre el dinero del Estado, el dinero de las empresas y sus propias cuentas. Estas inversiones en Estados Unidos y el gran afecto mostrado hacia Trump, más allá de la fragilidad económica de la región, son también un seguro político contra cualquier convulsión que pudiera poner en tela de juicio estos regímenes. En 2011, saudíes, cataríes y emiratíes, al igual que el Rey de Marruecos, se vieron muy sacudidos por lo que entonces se conocía como la Primavera Árabe. Los cleptócratas descubrieron que su pueblo existía, que podía manifestarse e incluso derrocarlos.
Es lo que ocurrió en Túnez, Egipto y Siria. Es difícil imaginar que los cataríes se rebelen contra sus príncipes. Pero, imagínense. Y los millones de inmigrantes de India, Filipinas, Bangladés, Kenia y los países del golfo Pérsico, ¿tolerarán ser tratados como esclavos indefinidamente? Allí donde los autóctonos son más numerosos, en Arabia Saudí, ¿se conformarán eternamente con ser –en cierto modo– cuidados por la monarquía reinante, sin más derechos que los de ser alojados, alimentados y vagamente educados?
Los cleptócratas temen lo que podría ser otra Primavera Árabe: el fracaso de la primera no excluye la posibilidad de una segunda, mejor organizada y aún más reivindicativa. ¿Deberían entonces los príncipes huir, como hizo el presidente de Túnez, o dejarse encarcelar, como hizo el expresidente de Egipto, o derrocar, como hizo el dictador de Siria? Para escapar a tan trágico destino, los cleptócratas cuentan con Estados Unidos para proteger su 'statu quo'. El Ejército estadounidense está sobre el terreno en vastas bases militares; en caso de una segunda Primavera Árabe, ¿permanecerían neutrales este Ejército y el presidente de Estados Unidos? ¿Apoyarían una demanda democrática? Trump se anticipó a ello, declarando 'in situ' que su país ya no exportaba democracia ni derechos humanos. En otras palabras, Trump apoya y apoyaría una cleptocracia en la que se reconoce y con la que simpatiza. Las inversiones prometidas por los estados del Golfo y Arabia Saudí son, al igual que las inversiones más económicas, un seguro contra las revoluciones, una garantía de continuidad en el poder para las dinastías y sus hijos.
No he leído en ningún sitio, pero quizá sea un descuido por mi parte, que las llamadas inversiones árabes en Estados Unidos no fueran más que la adquisición de una póliza de seguro contra las incertidumbres de la economía y la política. La ventaja de una cleptocracia es que sus dirigentes pueden permitirse comprar una póliza, por cara que sea, y en el régimen de Trump han encontrado una aseguradora dispuesta a cubrir todos los riesgos. No, Estados Unidos ya no exporta democracia: se ha convertido en la aseguradora de último recurso para todos los regímenes, legítimos o no, dispuestos a pagar. Las relaciones internacionales, por su propia naturaleza, no son pacíficas y rara vez morales; pero tenemos que escarbar profundamente en nuestra memoria para encontrar tal grado de cinismo y corrupción compartidos entre Oriente y Occidente.
Artículo publicado en el diario ABC de España