Ben Affleck vuelve al cine de acción física con El Contador 2, una secuela de una película original sobre un personaje neurodivergente con una condición de trastorno obsesivo.
El actor parece sentirse cómodo al interpretar a un protagonista silencioso en un thriller despojado y algo abstracto, medio tragicómico hacia su desarrollo, como de un Clint Eastwood fundido con el péndulo de Takeshi Kitano, oscilando entre la contemplación y el estallido inesperado de violencia.
Un poco me recuerda a Brother, aquella extraña incursión del autor nipón en tierras norteamericanas.
En efecto, la estrella comparte cartel con uno de sus hermanos de ocasión, Jon Berntall, quien goza de una merecida fama y de un segundo aire, tras el éxito de la serie El oso, donde precisamente incorpora a la figura de un “Brother” con el que el protagonista mantiene una relación de tensión, de amor y odio, después de su muerte.
Affleck ha dominado el arte de la buddy movie, de la película de amigos y hermanos, desde su debut en Good Will Hunting con su primer aliado del cine indie, Matt Damon.
A su vez, Ben compite sanamente con su verdadero hermano, Casey, que lo ha superado en registros interpretativos y valoraciones como actor.
Pero el hermano mayor ganó el Oscar en mejor película por su trabajo en Argo, de modo que se le considera el realizador de la familia.
Recuerdo el extraño andar de Ben Affleck, cuando estrenó Argo en el Festival de San Sebastián, con un porte distante de “Contador” embutido en un traje y rodeado por un séquito de escoltas, durante una calculada y tensa rueda de prensa.
Por el tema político del largometraje, se le recomendó al actor blindar su anillo de seguridad y responder diplomáticamente a nuestras preguntas.
Por ende, se dificultó la labor del periodismo ante las respuestas taquigrafiadas del director, sumergido en una de sus caras de póker como mecanismo defensivo.
Desde ahí, El Contador 2 puede entenderse como una extensión del histrionismo autista que profesa el creador al límite de una obra de Bresson, de un performance de Buster Keaton.
No en balde, la película saca provecho del alto contraste de los hermanos, para producir gracia y humor negro, en medio de una clásica trama de Rambo y Sonido de libertad, buscando desarticular una red de tráfico de personas en la frontera caliente con México.
Tema de absoluta vigencia y un guiño a la gestión de Trump, según los mecanismos del género de la venganza y el rearme moral que levantaron el ánimo del pueblo americano, luego de las derrotas de los años setenta.
Así, Ben Affleck incorpora al mito y al arquetipo del blanco salvador, propio de innumerables westerns y cintas ochenteras con bajada de línea conservadora.
Hoy en tiempos de alt right, la tendencia cobra nueva carta de naturaleza, desde enfoques ambivalentes, un rato con la oposición y otro con el gobierno.
Por tanto, El Contador 2 destaca en el lote de la última doctrina de seguridad en Hollywood, por ofrecer una mirada problemática al asunto, desde los diferentes lugares enunciativos de los antihéroes, todos ellos díscolos y neurodivergentes, de pronto una metáfora de la regencia de los tecnofeudales autistas que han conquistado la Casa Blanca con sus aplicaciones y empresas tecnológicas.
Una extraña forma de vigilancia y control, que El Contador 2 expone secretamente, a través de su estructura semiótica de glorificación de cómic de DC, en modo Batman y sus superamigos que desmantelan a las mafias de los villanos de una sola pieza, valiéndose de estrategias al margen de la ley.
Algo que generalmente huele a versito de apología libertariana, de narrativa de un estado de ley que es mejor saltarse, para patear a los malos y ponerlos tras las rejas, en el combate mano a mano, porque con terroristas no se negocia.
El director de verdad, Gavin O'Connor, no refrenda semejantes potes de humo y muñecos de paja porque, primero, sabe contar una historia con cierta intensidad y, segundo, porque siempre nos recuerda que vemos una película, no una propaganda del Pentágono disfrazada de causa justa.
Evidentemente, el argumento de la migración es más complejo que El Contador 2 y por la política exterior que existe en la actualidad merecerá mayor profundidad en futuras entregas del cine.
Yo Capitán de Mateo Garrone lo expone con los ojos del migrante que llora sangre, por ejemplo.
El Contador 2 cumple con instrumentarlo para una película de acción que asume un punto de vista etnocéntrico, con conciencia del dolor de los demás y disposición a comprender el trauma de las víctimas de la trata en América Latina.
La película se las arregla para salir airosa de su trámite espinoso en virtud de los oficios del director y del actor.
Usted véala y encuentre las diferencias con la dura realidad que se vive en las fronteras.