
“La naturaleza desbordante lo impregna todo, con su flora y esa fauna tan característica de caimanes y babas, corocoras, tembladores, rayas, los caribes que dejan a un cristiano en huesos, las garzas. La delicia de los sonidos del Llano que prácticamente podemos escuchar en cada página: rumores, mugidos del ganado, el rasgueo del cuatro, los rebuznos, el croar de los sapos en las charcas, los grillos, el silencio hondo…”
Por MARÍA DEL MAR RAMÍREZ ALVARADO (1)
Tengo un recuerdo del Llano venezolano fijado en mi memoria. Trabajaba yo en la Asociación de Planificación Familiar y colaboramos en un operativo militar en la frontera con Colombia, por la zona de Barinas. Una de las imágenes más bellas que he visto en mi vida fue desde el helicóptero Hércules del ejército en el que nos desplazamos: aquella espectacular extensión, el río serpenteante, la luz brillante del sol. Fue entonces cuando la chica caraqueña tan joven que era yo probó por primera vez carne de chigüire con arepas y escuchó joropo en Elorza.
Vivo en España desde hace muchos años y participo en un club de lectura en el que cada mes uno de sus miembros se encarga de proponer dos obras para elegir una. Hace un par de meses me correspondió a mí hacer la propuesta. Le di muchas vueltas sopesando obras y autores favoritos. ¿Qué podía aportar yo a una lectura conjunta? La vuelta al terruño. Así que llevé dos obras destacadas de la literatura venezolana: Doña Barbara de Rómulo Gallegos (mi hermana cuenta que la leyó con trece años en el colegio y que fue la novela que le despertó la pasión por la lectura…) y Lanzas Coloradas de Arturo Uslar Pietri. Ganó la señora del Llano.
La relectura de Doña Bárbara, en el tiempo y en la distancia, produjo en mí una enorme sacudida. También el retorno a Rómulo Gallegos (Caracas, 1884), quizá el novelista venezolano más destacado del siglo XX. Profesor de Educación Secundaria, Gallegos se inició en la literatura como cuentista siendo su primera obra importante la que nos ocupa. Se cuenta que Juan Vicente Gómez leyó la novela con tal enorme entusiasmo que propuso al autor como senador, precisamente, por el estado Apure. Gallegos renunció a tan inesperada designación y, casi por precaución, decide exiliarse.
En 1935 muere el dictador y Rómulo Gallegos regresa a Venezuela. Poco a poco abandonará la literatura para dedicarse a la política. Primero fue elegido diputado y, cuando el general Eleazar López Contreras asumió la presidencia, le acompañará como ministro de educación. En 1947 tuvieron lugar las primeras elecciones generales libres del país y allí Gallegos es elegido presidente siendo candidato por el partido Acción Democrática, del cual fue miembro fundador. Pero el paso por este cargo fue breve: ostentó el mandato por apenas nueve meses, convirtiéndose en el primer presidente del siglo XX elegido de manera directa, secreta y universal por el pueblo venezolano. Ha sido, además, el candidato que ha obtenido el mayor porcentaje de votos a su favor en elecciones celebradas en el país, con más del 74% del total. Fue derrocado en noviembre de 1948 en un golpe militar que interrumpió el desarrollo democrático por una década instaurándose el gobierno de facto de una Junta Militar compuesta por Carlos Delgado Chalbaud, Marcos Pérez Jiménez y Luis Felipe Llovera Páez. Rómulo Gallegos se exiliará en México.
Dejamos al Rómulo político y nos acercamos al Gallegos autor de Doña Bárbara, cuyo inicio es de los grandes de la literatura. Con ese “bongo que remonta el Arauca bordeando las barrancas de la margen derecha”, primitivo medio de transporte fluvial previo al uso de lanchas de motor, empieza esta obra con la que arranca una brillante época para toda la novelística latinoamericana: la de las grandes historias autóctonas que muestran conflictos fundamentales transversales, cuyo eje se constituye a partir de sucesos y personajes salidos de entornos apenas conocidos como el altiplano, los Andes, el llano y las enormes selvas del continente. Se sabe, por ejemplo, que Gabriel García Márquez conocía la obra de Rómulo Gallegos (lo menciona en Vivir para contarla, 2002) y que la misma influyó en su escritura.
Doña Bárbara gira y se mueve con una enorme potencia descriptiva sobre un espacio fascinante, el de la llanura venezolana. En ese primer pasaje conocemos la existencia de una mujer terrible, capitana de bandoleros, que hace con los hombres lo que se le antoja, iniciada en su tenebrosa sabiduría por una caterva de brujos. La llaman la Cacica del Arauca, la mujerona, hechicera, la devoradora de hombres.
Se comenta siempre que Doña Bárbara escenifica la vieja oposición entre civilización y barbarie mediante la simbolización de personajes y ambientes. Y es cierto que los ejes dramáticos están estructurados con claridad y son de gran eficacia narrativa: la enemistad entre los Luzardos y los Barqueros, la contraposición Altamira / El Miedo, la relación de Doña Bárbara con su entorno, la pasión civilizadora de Santos Luzardo y el efecto que esta produce. También la presencia de Lorenzo Barquero (alcoholizado, el espectro de la Barquereña) y la relación de Doña Bárbara con su abandonada hija Marisela, a quien ni siquiera quiso ver al nacer. En el trasfondo se encuentra ese episodio de violación vivido en su juventud por la trágica guaricha (“el festín de su doncellez”). Y el impacto que este sufrimiento tiene en esta alma mestiza en la que, finalmente, se confunden una sensualidad desbordante con el “tenebroso aborrecimiento al varón”. Tal era Doña Bárbara, explica Gallegos: lujuria y superstición, codicia y crueldad, unión de “fibras femeniles con hábitos de marimacho”.
Todos estos elementos, rebosantes de una depurada fuerza lírica, giran sobre el espacio fascinante de la llanura venezolana. Esa descripción del paisaje del Llano no es ornamental ni cargada de ripios sino que adquiere una emocionante intensidad y una gran riqueza en sinestesias. La naturaleza desbordante lo impregna todo, con su flora y esa fauna tan característica de caimanes y babas, corocoras, tembladores, rayas, los caribes que dejan a un cristiano en huesos, las garzas. La delicia de los sonidos del Llano que prácticamente podemos escuchar en cada página: rumores, mugidos del ganado, el rasgueo del cuatro, los rebuznos, el croar de los sapos en las charcas, los grillos, el silencio hondo… Y el “olor a vacadas y a boñiga” que impregna toda la novela, como decía su propio autor.
Es notable el uso del lenguaje que hace Gallegos y la transcripción de la jerga del Llano. Por una parte, la presencia de refranes: Dios los cría y el diablo los junta; desde ayer está como perro con gusano; conforme el pez ansina tiene que ser el guaral; mi soga está más tiesa que pelo e negro. Por otro lado, la presencia del habla popular: como si juera, asina, haiga, dispertó, semos, miajita. Las contracciones y la sustitución de la F por la J: salga pa juera. La sustitución de la R por la L y supresión de la C: dotol. El catálogo de expresiones asociadas a las labores del Llano obligó incluso a su autor a incorporar un glosario final de términos.
Pueden entenderse también, a través de la pluma de Gallegos, algunas de las expresiones que en el habla popular venezolana provienen de los Llanos. Por ejemplo, rochela…: “Volvieron las cimarronas y las yeguadas a los alegres retozos de sus rochelas”. Desorden y bullicio del ganado… ¿quién no recuerda el programa de humor Radio Rochela? La palabra “vale”, un coloquialismo usado para referirse a un amigo de confianza (“mi vale Carmelito”), que ha evolucionado en su uso a una interjección exclamativa, para enfatizar o expresar conformidad. Y los llaneros “manguarean” cuando le roban tiempo al trabajo.
Hizo Rómulo Gallego una extraordinaria labor de documentación etnográfica en muchos aspectos (vida cotidiana, costumbres) que va entrelazando la ficción pero sin llegar a ser una novela costumbrista. La presencia de la música: la guarura, el cuatro, las maracas, las coplas llaneras (“una copla para cada sentimiento tiene el llanero”). Joropo zapateado y tonadas alegres que apaciguan el rebaño: “Lucerito e la mañana, préstame tu claridad, para alumbrarle los pasos, a mi amante que se va…”. El contrapunteo y la improvisación: Florentino y el Diablo, que pierde la apuesta de quién improvisaba mejor.
Ese trabajo de documentación llega también a la arquitectura (las casas de bahareque y palma, el caney, las chozas, la distribución de cercas y espacios…) y a la descripción de alimentos y comidas: yuca, topochos, carne asada, frijoles, mazorcas, chicharrones, aguardiente, el siempre presente café tinto y oloroso (placer predilecto del llanero…), las viandas en totuma. Por una parte, “mascada, tapara y chinchorro, bajo el techo de palma, hacen que el llanero se sienta feliz”; pero, por otra, “de la voluntad de pasar trabajos le viene al llanero su fuerza”. Incluye Gallegos también relatos y supersticiones populares como los de la Llorona, la Sayona, las almas en pena y los aparecidos, mandinga y la presencia del Socio con quien Doña Bárbara tiene un pacto y dialoga de tú a tú.
Más allá de la complejidad emocional y humana de Doña Bárbara y de Santos Luzardo, la construcción de personajes secundarios los ha convertido en clásicos de la literatura. La fina ironía y el humor manifiesto en el bachiller Mujiquita o en Míster Danger (así llamó Chávez a Bush…). La inocencia de Juan Primito y sus rebullones. El jefe civil Ño Pernalete, de quien Gallegos nos advierte que tenía lo que se necesitaba para ser jefe civil de pueblos como aquel: “Una ignorancia absoluta, un temperamento despótico y un grado adquirido en correrías militares”. Balbino Paiba, los tres Mondragones, el Brujeador, Pajarote, el propio Santos Luzardo: todos los llaneros llevan un centauro dentro, el centauro de la barbarie. En oposición, la evolución de Marisela como símbolo de redención y, en esta línea, el cambio experimentado por la propia Doña Bárbara.
Episodios novelescos y prácticamente cinematográficos abundan en la novela: la doma y el rodeo, el traslado de reses, el sometimiento del toro Cotizudo, la caza del caimán tuerto del Bramador, la picardía del “cachapeo” (hacer desaparecer el hierro original de una res para venderla como propia), los conflictos por las tierras y las trampas en los límites de los hatos. Precisamente, esta manera de ficcionar se trasluce en el éxito de transmedialidad de Doña Bárbara. La obra ha sido adaptada en muchas ocasiones a diversos formatos de cine, radio y televisión e, incluso, a una ópera estrenada en el Teatro Municipal de Caracas en 1966 con la presencia del propio Gallegos. Las versiones en telenovela (más de once en países como Venezuela, Cuba, Perú o México) forman parte de la cultura popular más arraigada.
Doña Bárbara da cuenta del porqué su autor es considerado uno de los innovadores de la narrativa del siglo XX recibiendo por ello numerosas distinciones. Rómulo Gallegos regresó en 1958 a Venezuela ya apartado de la vida política. Falleció el 5 de abril de 1969 a los 84 años.
Vuelvo a la reunión de nuestro club de lectura con Doña Bárbara como santo y seña, a la que asistí llevando tequeños y mi cuatro. Fue un encuentro muy interesante en pleno corazón de Sevilla, ciudad en la que vivo. La primera edición de la obra es de la Editorial Araluce (Barcelona, España). Apareció en febrero de 1929 y en septiembre de ese año fue elegida como la mejor novela del mes publicada en España. Se vendió al precio de cinco pesetas. Uno de mis compañeros logró comprar este tesoro de coleccionista… y tuvo el hermoso detalle de regalármelo aquella noche.
“Llanura venezolana, tierra de horizontes abiertos, donde una raza buena ama, sufre y espera”.
1 Catedrática de la Universidad de Sevilla. Consejera del Consejo Audiovisual del Andalucía. X @marramirez – IG @marramirez0.