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Día del Trabajador en Venezuela: entre salarios de hambre y la esperanza de libertad

Cada Primero de Mayo el mundo conmemora el Día Internacional del Trabajador, una jornada que honra la dignidad del trabajo, la conquista de derechos laborales y la aspiración universal de un futuro mejor. Sin embargo, en Venezuela esta fecha se ha convertido en una dolorosa ironía: celebramos el trabajo en un país donde trabajar no […]
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Cada Primero de Mayo el mundo conmemora el Día Internacional del Trabajador, una jornada que honra la dignidad del trabajo, la conquista de derechos laborales y la aspiración universal de un futuro mejor. Sin embargo, en Venezuela esta fecha se ha convertido en una dolorosa ironía: celebramos el trabajo en un país donde trabajar no garantiza comer, ni vivir, ni prosperar.

En Venezuela, el salario mínimo oficial es de apenas 130 bolívares mensuales, lo que equivale a poco más de 3 dólares al cambio oficial. Ni siquiera cubre el 1% de la canasta básica alimentaria, que, según cifras independientes, supera ampliamente los 500 dólares. Esto no es solo una cifra fría: es el retrato diario del sufrimiento de millones.

Carlos, obrero de una empresa estatal en Guayana, cuenta que lleva años sin recibir aumentos reales: “Trabajamos como esclavos modernos, sin seguro, sin beneficios y con una arepa al día”. Mariana, enfermera en un hospital de Caracas, relata que debe vender tortas y hacer turnos extra como cuidadora para alimentar a sus hijos: “No vivo de mi profesión, sobrevivo a pesar de ella”.

Así, la pobreza laboral se ha institucionalizado. Trabajar ya no es sinónimo de bienestar, sino de subsistencia. Se ha instalado la trampa de la “normalización del hambre”, donde los sueldos de miseria son maquillados con bonos temporales que no tienen impacto en prestaciones, pensiones ni derechos adquiridos. El venezolano trabaja sabiendo que el Estado lo explota mientras finge reconocerlo.

Y, sin embargo, el venezolano no se ha rendido. La fuerza laboral del país, a pesar de los embates, sigue siendo uno de los principales símbolos de resistencia. A lo largo de los últimos años, hemos visto cómo obreros, enfermeros, maestros, empleados públicos y jubilados se han volcado a las calles, exigiendo dignidad, justicia salarial y libertad sindical. Son voces que, aunque intentan ser silenciadas con represión o chantajes, no han dejado de rugir.

El éxodo de millones de venezolanos también es una forma de protesta: una diáspora forzada por la necesidad de buscar dignidad fuera de nuestras fronteras. Pero también dentro del país, cada jornada laboral mal pagada es una forma de rebeldía. El hecho de seguir enseñando, curando, limpiando, construyendo, aunque no se tenga para el pasaje, aunque no haya almuerzo en casa, es una afirmación clara: “No han logrado quebrarnos”.

En cada hogar venezolano, la nevera vacía se ha convertido en el símbolo más claro del fracaso de un sistema que ha destruido el valor del trabajo. No es solo la falta de comida: es el testimonio cotidiano de salarios que no alcanzan para lo más básico, de sueldos que, en lugar de dignificar al trabajador, lo condenan a la miseria. Miles de hombres y mujeres, que día a día cumplen con sus responsabilidades laborales, regresan a casa con las manos vacías y el corazón cargado de incertidumbre. Trabajar en Venezuela, hoy, es una hazaña de resistencia ante la humillación impuesta por quienes convirtieron el empleo en un camino hacia el hambre.

Esta lucha no es solo económica. Es existencial. Porque sin libertad no hay salario digno, ni sindicatos autónomos, ni contratos colectivos, ni justicia social. La dictadura ha reducido al trabajador a una pieza prescindible dentro de un modelo fallido, pero es el mismo trabajador el que hoy alimenta el anhelo de cambio.

En cada protesta, en cada jornada extenuante, en cada madre que trabaja tres turnos y aún encuentra tiempo para educar a sus hijos en valores, se construye una Venezuela distinta. Una Venezuela donde trabajar vuelva a ser motivo de orgullo, y no de humillación. Donde el talento y el esfuerzo sean recompensados, no castigados.

Hoy, más que celebrar, reconocemos la valentía de quienes siguen de pie. Porque detrás de cada obrero, docente, enfermero o comerciante, hay una historia de lucha. Y detrás de esa lucha, hay una esperanza que no se apaga: la esperanza de libertad.

Es por ellos, por todos nosotros, que seguiremos avanzando. Porque solo en una Venezuela libre, el trabajo recuperará su valor y el trabajador su dignidad.

Hoy, más que nunca, el 1° de mayo en Venezuela no puede ser solo una fecha para recordar promesas incumplidas. Es un día para reafirmar que no nos rendiremos, que seguiremos trabajando, resistiendo y soñando con una tierra de gracia verdadera, donde el esfuerzo honesto sea recompensado y la libertad sea el derecho de todos. Porque solo conquistando la libertad, podremos construir una Venezuela rica no solo en recursos, sino en dignidad, en justicia y en esperanza. La nevera volverá a llenarse, las sonrisas regresarán a nuestros hogares, y el trabajo volverá a ser el orgullo de un pueblo que jamás se dejó vencer.

¡El venezolano trabaja con hambre, pero lucha con hambre de libertad! ¡Venezuela volverá a ser Tierra de Gracia!


Xiomara Sierra es abogada y dirigente política venezolana

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