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Delirio Americano de Carlos Granés

Por LISSETTE GONZÁLEZ (i) El año pasado me encontré por azar en Scribd Salvajes de una nueva época. Me resultó muy provocadora esa mirada sobre la política en relación con las propuestas artísticas porque para una socióloga como yo, dedicada por años a la medición de las condiciones de vida y desigualdad, es un muy atípico […]
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Por LISSETTE GONZÁLEZ (i)

El año pasado me encontré por azar en Scribd Salvajes de una nueva época. Me resultó muy provocadora esa mirada sobre la política en relación con las propuestas artísticas porque para una socióloga como yo, dedicada por años a la medición de las condiciones de vida y desigualdad, es un muy atípico punto de partida.

Delirio americano tiene 730 páginas. Narrar la historia del siglo XX en América Latina es un desafío por la amplitud de la tarea, pero más aún si se quiere conciliar en un mismo relato la historia del arte y la literatura con la historia política del continente. El libro cumple bien con ese cometido. La narración va de un país a otro, de una corriente a la contraria y así va avanzando hasta llevarnos desde la muerte de José Martí a la de Fidel Castro, con la cual para Granés concluye el siglo XX latinoamericano. El texto atrapa y emociona. A veces también molesta, cuando en ese paso veloz por más de cien años de historia, algún libro que fue importante lectura resulta cuestionado en apenas unas líneas. Pero el argumento del proyecto, que los latinoamericanos no somos especialmente víctimas de nada y que abandonar ese papel es necesario para convertirnos en verdaderos actores de nuestro futuro, lo comparto plenamente. Es un libro que recomiendo.

El origen y la importancia del antiimperialismo

Después de la amplitud de este trabajo, me ha parecido importante conectar con preocupaciones que han sido recurrentes: la poca solidaridad de los movimientos progresistas de la región frente a las violaciones de derechos humanos en los gobiernos autoritarios que se definen de izquierda, como Cuba, Venezuela y Nicaragua. Sobre esto varios autores venezolanos han entrado al debate, como Rafael Uzcátegui con su libro La rebeldía más allá de la izquierda (2021) y Gisela Kozak con Parque en ruinas (2023).

La interrogante es por qué líderes políticos y sociales que, habiendo sido también víctimas de gobiernos autoritarios, no eran capaces de empatizar con el sufrimiento de las víctimas en estos países. No se ha ahondado en la causa de esta solidaridad automática con algunos gobiernos por su ideología. Me parece que encontré la respuesta en Delirio Americano.

El libro comienza con un breve perfil de José Martí, a quien llama el último romántico y el primer modernista, que luchó contra España y también prefiguró el riesgo que significaba para América Latina el imperialismo estadounidense.

Cuando Estados Unidos participa en la guerra de independencia, derrota a España, logra tomar Puerto Rico y dominar Cuba, el pensamiento y la literatura latinoamericanas se centrarán en definir la identidad de la región en oposición al poderoso vecino del norte. A lo largo del libro vamos viendo el desarrollo del pensamiento político latinoamericano que, pese a sus diferencias ideológicas o nacionales, tendrán en su origen común este antiimperialismo de inicios del siglo XX.

Entonces, no importan las calamidades que puedan sufrir quienes viven en estos países revolucionarios. No importa que allí no se apruebe el matrimonio igualitario, el aborto o la identidad trans, o que siga habiendo pobreza. La solidaridad de los movimientos de izquierda no es por los logros en derechos e inclusión; lo central es el discurso antiimperialista.

La noción de víctima

El libro de Daniele Giglioli Crítica de la víctima (2018) propone que la víctima es el héroe de nuestro tiempo, cuyo testimonio es inobjetable. Por ello, definirse como víctima puede tener gran rendimiento político puesto que a la víctima todo le es permitido.

En Delirio americano no se trata de víctimas concretas de la violencia o las violaciones de derechos humanos, que hay muchas en América Latina, sino de la construcción del pueblo (o los indígenas, o las mujeres, o los afrodescendientes) como víctimas y el uso político de estas identidades por parte de experimentos populistas y autoritarios de toda índole durante el siglo XX. Incluso, este victimismo se extendería luego a toda la región. Dice Granés sobre el pensamiento de los años setenta: “Por todas partes parecía haber sogas, cadenas y yugos; dependencias, opresiones y sometimientos. (…). Empezaba la victimización generalizada del continente entero, la aparición del latinoamericano víctima”.

El trabajo no niega la desigualdad y la exclusión que efectivamente existen; lo que Granés cuestiona es la postura victimista que, en consecuencia, excusa cualquier acto que busque reivindicar a quienes han sufrido. Así hemos justificado los desmanes del caudillo populista de turno.

La noción de sacrificio heroico

Algo que me incomodaba durante las protestas de 2014 y 2017 en Venezuela fue el discurso que ensalzaba el sacrificio para recuperar la democracia. Entender como héroes a los jóvenes asesinados en las protestas. Me resultaba perturbador. Delirio americano muestra que este es también un factor común del continente. Dice Granés:

“Porque detrás de Martí vendrían muchos otros poetas, visionarios y utopistas dispuestos a liberar el continente una y otra vez, eternamente, de los molinos de viento que lo atenazaban. Altruistas y desmesurados, quisieron arrastrar a América Latina a mejores puertos, a tierras alumbradas por sus fantasías y sus más extraordinarios, salvíficos y en ocasiones sangrientos delirios”.

Esta visión de que el progreso político tiene como condición una revolución que todo lo limpie para crear un nuevo orden no solo genera un ciclo interminable de violencia, sino que impide ver la capacidad de la política para construir paulatinamente a partir de los logros pasados. Pero los caudillos de turno, cualquiera sea su ideología, quieren verse como los salvadores del pueblo.

El populismo en los países desarrollados

Las últimas páginas del libro relatan el ya conocido debilitamiento de las democracias en Europa y Estados Unidos como si fueran resultado de la expansión de las prácticas populistas latinoamericanas, de Perón a Chávez. Si bien es interesante el paralelismo, me parece un tanto excesivo hablar de “latinoamericanización”.

Es importante recordar el aumento de las desigualdades en los países más desarrollados: la desindustrialización por efecto de la globalización y, sobre todo, la pérdida de la esperanza en un futuro mejor que sí tenían los trabajadores europeos y norteamericanos de los años de posguerra. Hay un cambio material y, desde mi punto de vista, ese es el principal factor asociado al declive democrático. Sin eso, ningún performance populista, por bien diseñado que estuviera, podría hacer mella en unas democracias consolidadas.

Así que, si hay una latinoamericanización, es en las sociedades de esos países, que hoy también contienen amplios sectores excluidos de la promesa de bienestar. Y, con esa realidad social, que es la nuestra, la política ha tomado también por los caminos que ya nosotros hemos transitado y conocemos.

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