
Todo un detalle esa nota publicada en la revista Resumen el 1º de febrero de 1976. Todo un detalle la crónica escrita por Rafael Pineda sobre una gran velada en la Navidad de 1975 en la Embajada de Venezuela en México. El embajador era Francisco Herrera Luque, y lo que allí ocurrió bien vale la pena recordarlo
Por JUAN CARLOS ZAPATA
Menos mal que Rafael Pineda escribió la crónica. Rafael Pineda no solo era columnista y colaborador de la revista Resumen. Era un hombre de la cultura. Poeta. Escritor. Un periodista culto e informado. Conocía a Francisco Herrera Luque. Conocía a Gabriel García Márquez. Conocía a algunos más de los invitados a la fiesta de Navidad de 1975 en la Embajada de Venezuela en México. Era una casa recién comprada en Lomas de Chapultepec. Menos mal que paró el oído y oyó la conversación entre García Márquez y el embajador de los Estados Unidos, Mr. Joseph Jova, y nos legó ese testimonio. Rafael Pineda en realidad se llamaba Rafael Díaz Sosa. Hermano de otros dos grandes periodistas, Carlos Díaz Sosa y Pedro J. Díaz Sosa, el cronista social de El Nacional por años, responsable de la columna La ciudad se divierte. Carlos había sido de los primeros en entrevistar a García Márquez cuando apenas despuntaba su fama. Se habían conocido en París. Y cuando García Márquez aterrizaba en Caracas, Carlos siempre tenía acceso a él. En la foto que acompaña la crónica de la edición de Resumen del 1º de febrero de 1976 y que lleva en portada a Pierre Trudeau, primer ministro de Canadá, Rafael Pineda tiene más cara de funcionario que de poeta, crítico literario o escritor. Lo cual no está lejos de la verdad. En 1973, a mediados del último año del gobierno de Rafael Caldera, ocupaba el cargo de secretario general del Premio Rómulo Gallegos, siendo el encargado de pronunciar el discurso de entrega a Gabriel García Márquez por Cien años de soledad. Memorable discurso. En 1976 era el presidente de la Asociación Internacional de Críticos de Arte, capítulo Venezuela, y director del Museo de Ciudad Bolívar.
García Márquez ese 1975 había publicado El otoño del patriarca y con la nueva novela había confirmado su genialidad. A mediados de ese mismo año había vuelto a Cuba después de más de una década de no ir, y publicado un reportaje en tres entregas, titulado Cuba de cabo a rabo, propaganda pura y dura, que le sirvió de pasaporte para que en abril de 1976 lo recibiera Fidel Castro, por primera vez. En ese tiempo era vicepresidente del II Tribunal Russell, que abogaba por los presos políticos de las dictaduras del Cono Sur. Ese mismo 1975, Henry Kissinger, secretario de Estado de los Estados Unidos, había declarado que le gustaba Cien años de soledad pero que no compartía las ideas del escritor, y Kissinger, al parecer, lo había citado mal, pero, el embajador Jova creía lo contrario y así se lo hizo saber a Kissinger, en contra de la opinión de sus asesores. Anota Rafael Pineda que, aun así, a García Márquez se le concedió la visa para ingresar al país en marzo de 1976 con el fin de hablar de literatura en la Universidad de Columbia, de la cual había recibido un doctorado Honoris Causa en Letras en 1971. Antes de esta oportunidad, García Márquez no visitaba los Estados Unidos desde mediados de 1961, cuando fungía, en Nueva York, de jefe de la oficina de Prensa Latina, la agencia fundada por el régimen castrista con el fin de defender la revolución cubana. Los cuerpos de espionaje de México lo espiaban. Y, sin duda, la CIA de los Estados Unidos. Kissinger era un blanco de ataque de García Márquez, quien había escrito sobre el papel de la CIA en el golpe de Estado contra Salvador Allende. Pero aquella noche de Navidad, allí estaba él hablando con el embajador Jova, quien, para más señas, según Rafael Pineda, era “nieto de cubana”, y por tal condición podía meterse más de lleno en Cien años de soledad, en inglés y español, y corregir a los consejeros de Kissinger.
Hermosa velada, recuerda Lupita Ferrer, una de las invitadas por Herrera Luque y su señora María Margarita Terán Austria de Herrera Luque. Lupita y García Márquez no se conocían. A pesar de que el cine mexicano los unía. Lupita había actuado junto a Mario Moreno Cantinflas, Ignacio López Tarso, Jacqueline Andere y Rodolfo de Anda, y García Márquez escrito libretos para diversas producciones. Lupita señala que ella tuvo la suerte de vivir la época de oro del cine en México, y García Márquez también, en el periodo de los 60. Por ejemplo, Un Quijote sin mancha es una producción de 1969, cuyos protagonistas son Mario Moreno Cantinflas y Lupita. A Lupita Ferrer la había llevado a México el zar del cine, don Gregorio Walerstein. En virtud de que Venezuela era fundamental para el cine mexicano, querían una actriz joven, con imagen, con pegada, que ayudara a consolidar la posición de mercado y la escogieron a ella. “Tuve dos etapas en México” y de México saltó a Hollywood. “Antes la televisión no era importante. En cambio, el cine y el teatro eran otra cosa”. De los periodos en México evoca los rodajes cortos de películas. A Herrera Luque y señora los conocía desde una década atrás cuando había comenzado a actuar en obras de teatro en el Ateneo de Caracas, y conocía a Miguel Otero Silva y a María Teresa Castillo de Otero Silva, que era la presidenta de la institución. Todavía era una adolescente cuando se subió a las tablas en Caracas con el papel de Ofelia, en Hamlet, montada por Horacio Peterson. En el Ateneo se familiarizó con la élite intelectual. “El Ateneo de Caracas era el centro activo de la intelectualidad del país”, señala. De modo que en la Navidad de 1975 era una artista reconocida en México y Venezuela. Recién el 6 de diciembre había cumplido 28 años, y estaba por esos días pasando vacaciones en México, y había recibido la oferta, escribió Rafael Pineda, para la película Los hijos de Sánchez, la cual no vería luz sino tres años más tarde. A ella le proporcionaría la oportunidad de trabajar con una leyenda del cine, Anthony Quinn, y ganar un esposo, Hall Bartlett, el director del film. “Se enamoró de mí”, recuerda Lupita. “Todo comenzó en plan de amistad. Él también ganó una esposa”, señala la actriz, quien este marzo de 2025, a medio siglo de aquella Navidad, prepara su regreso a la pantalla chica. Esta vez en Telemundo.
Herrera Luque era médico siquiatra y escritor. Había publicado en 1972 su bestseller, Boves el Urogallo, y repetido en noviembre de 1975 otro éxito de ventas, En la casa del pez que escupe el agua. Era amigo del presidente Carlos Andrés Pérez y del excanciller Efraín Schacht Aristeguieta; había apoyado a Pérez en la campaña de 1973 y, según la versión de un ministro de ese periodo, quería una embajada donde investigar y seguir escribiendo sin las perturbaciones del trabajo diario de siquiatra. De acuerdo con Pineda, el autor recibía por esa fecha los primeros ejemplares de En la casa del pez que escupe el agua, y de ser así, nos imaginamos que habrá regalado y firmado algunos para sus invitados. Entre otros, Roberto Lovera de Sola, Chela Atencio, Graciela Henríquez y Aníbal Nazoa. Rafael Pineda también señaló que Herrera Luque ya contaba con el título provisional de su nueva obra: Los amos del valle. Terminó siendo el definitivo.
Herrera Luque, el embajador Jova y García Márquez se sentaron juntos. Todos asistieron a la velada con sus respectivas parejas. E incluso con sus niños, quienes tuvieran. Los dos de García Márquez y Mercedes Barcha, Rodrigo y Gonzalo. Había otro salón donde los menores compartían y disfrutaban de sus regalos recién abiertos. “El hecho de que Gabo prefiriera la Navidad venezolana a la posada mexicana fue considerado como una manera de aproximarse lo más posible a Colombia, en una fecha que, quieras que no, siempre joroba al más pintado”, comentó Rafael Pineda. Y apuntó que había quienes se abrían paso para saludar a García Márquez, y una de esas personas fue la señora Jova, inglesa de origen. Al integrar el grupo, el propio embajador Jova se presentó como “nieto de cubana”, y uno de los primeros comentarios que hizo, quizá con el propósito de preparar el terreno para una grata conversación, fue, en referencia a Herrera Luque.
—Ser siquiatra es muy peligroso —dijo.
Ante ello, García Márquez tuvo una salida de las suyas que provocó carcajadas:
—Más peligroso es ser embajador.
Rafael Pineda recogió este breve intercambio de palabras entre García Márquez y Mrs. Jova. En la crónica, la redacción presenta otra estructura. Aquí le damos la siguiente forma. La alusión a la Universidad de Columbia se debe a que García Márquez pronto viajaría a Nueva York.
—En la Universidad de Columbia tendrá muchos admiradores.
—No lo sé. Clientes sí.
—Do you mean customers?
—Sí, los que compran mis libros.
Como se sabe, García Márquez entendía el inglés. No lo hablaba. En 1957, antes de llegar a Caracas el 23 de diciembre, había viajado de París a Londres, donde pasó alrededor de seis semanas. Sus hijos estudiaban en colegios bilingües en México. Rodrigo, nacido en 1959, era el autor de las fotos del reportaje Cuba de Cabo a rabo y de la foto para una de las dos primeras ediciones de El otoño del patriarca. Hoy Rodrigo, el hijo mayor, es cineasta, director de cine. Con exitosas producciones en inglés y español. Y con Netflix acaba de montar la serie Cien años de soledad. Privilegio que el destino le guardaba a él. Lupita está pendiente de ver la serie. Conoce la obra.
El embajador Jova era todo un personaje. Murió en 1993. Más de una década atrás, García Márquez había obtenido el Premio Nobel, y el embajador habrá recordado la Navidad de 1975 al verlo, en 1982, en aquella fotos, laureado y vestido de liqui-liqui, en Estocolmo. El embajador, veo su foto en Wikipedia, era un hombre de amplia sonrisa. Amigo del presidente John F. Kennedy. Antes de México, había sido embajador en Honduras y la OEA, y mucho antes, consolidado una amplia carrera diplomática, comenzando desde abajo, en Chile, Portugal, Medio Oriente. De modo que conocía bien la política continental e internacional. Su familia tuvo una posición relevante en Cuba, en la industria del azúcar. Egresado de la prestigiosa Darmouth College. En calidad de autor, ese 1975 había publicado Private Investment in Latin America: Renegotiating the Bargain. Al final de su vida, hubo quienes lo señalaban como un gran conocedor de la actividad política y social en Washington. En 1977, El País reseñó que posiblemente fuera designado embajador de Estados Unidos en España. Era “jovial y generoso”, leo en una nota en Internet. Y jovial su comportamiento esa noche de Navidad en la embajada. Para muestra este intercambio de palabras con García Márquez, que he editado de la crónica de Rafael Pineda. Es Jova quien pregunta.
—¿Cuánto tiempo lleva en México?
—Dieciséis años. (La cuenta no es correcta).
—Mmmm.
—Yo creía que los servicios de información de los Estados Unidos eran los mejores.
—No sirven para nada.
El pequeño grupo quedó perplejo ante la respuesta del embajador Jova. Pero no así García Márquez, que mediante consultas a Caracas, se había enterado de algunas cosas, y las iba a reflejar en el reportaje que tenía en mente y cuyo proyecto iba a convencer a Fidel Castro de recibirlo en abril de 1976: Operación Carlota, Cuba en Angola. No sería desafortunado apostar que alguna pregunta tuvo que hacerle a Carlos Andrés Pérez, su amigo desde agosto de 1973, y quien le confiaría aspectos de la entrevista que, un mes antes de la velada en México, había sostenido con Henry Kissinger. La expresión atribuida a Kissinger que solo Pérez, el canciller y los traductores pudieron haberla escuchado, vale su peso en oro y con ella abría el texto, pues además de favorecer a Cuba y a Castro, dejaba mal parada a la inteligencia de los Estados Unidos.
“Por primera vez en una declaración oficial, los Estados Unidos revelaron la presencia de tropas cubanas en Angola, el 24 de noviembre de 1975. Calculaban entonces que el envío había sido de quince mil hombres. Pocas semanas después, durante una breve visita a Caracas, Henry Kissinger le dijo en privado al presidente Carlos Andrés Pérez:
—Cómo estarán de deteriorados nuestros servicios de información que no nos enteramos de que los cubanos iban a Angola sino cuando ya estaban allí.
Mr. Jova y García Márquez también hablaron de literatura. El embajador preguntó sobre los autores más relevantes del siglo XX, y García Márquez no dudó en señalar a William Faulkner en Norteamérica y a Juan Rulfo en Latinoamérica. Antes de la cena Mr. Jova preguntó a García Márquez en qué nuevo libro andaba metido.
—La cultura de la necesidad.
—¿De qué se trata?
—De la cultura creada en Cuba por el bloqueo norteamericano, y cuyo primer producto ha sido el ingenio, todo el ingenio de la isla hasta convertirse en uno de sus principales rasgos característicos.
—Pero el sufrimiento purifica.
—Claro que purifica. Eso era lo mismo que llevaba a los primeros cristianos a enfrentarse a los leones en el circo romano. ¿Usted no cree, Mr. Jova, que a los Estados Unidos le hacen falta unos cuantos leones y un poco de sufrimiento?
Habrá que imaginarse la cara de los invitados que compartían grupo. El rostro de los que estaban más cerca. Rafael Pineda comentó que “fue la primera vez, en toda la noche de Navidad, que la zona del duelo y la espada pertenecieron enteramente a García Márquez. Pineda le oyó decir a este:
—Este Mr. Jova es muy digno del nombre que lleva.
Pineda tituló la crónica en Resumen con Un nuevo libro de Gabriel García Márquez. El libro nunca fue escrito. García Márquez se refirió en varias entrevistas a ese libro que estaba escribiendo, pero terminó descartándolo. Aunque del “ingenio de la necesidad” ya había adelantado algunos párrafos en el reportaje Cuba de cabo a rabo.
A la medianoche, los invitados fueron convocados a cenar. Comieron hallacas y dulce de lechosa, “que esa misma tarde habían llegado de Caracas”, escribió Rafael Pineda. Lupita Ferrer no recuerda el menú. Ha pasado mucho tiempo.
Contexto con censura
Ese 1975 había sido el año de la nacionalización del petróleo, y Resumen le había dedicado la portada del primer ejemplar de 1976 a Carlos Andrés Pérez, HOMBRE DEL AÑO 1975, tituló. Adentro, una entrevista de varias páginas a CAP hecha por Jorge Olavarría. Entonces Juan Pablo Pérez Alfonzo ya escribía sobre el plan de desastre nacional. También comenzaba a hablarse de las condiciones de Luis Piñerúa Ordaz para alzarse con la candidatura presidencial de AD, y eso que todavía faltaban casi tres años para el evento electoral. De Luis Herrera Campins se decía que era quien presentaba mejores condiciones para ser presidente de la República. No se equivocó Olavarría que lo llevó en portada el 18 de enero de 1976 y con una imagen que semejaba un afiche electoral, LA ALTERNATIVA VERDE, titulaba. “A la luz de todas las evidencias disponibles, Luis Herrera Campins es el hombre que tiene más posibilidades de ser presidente de la República… fuera de la órbita de AD y del gobierno…”, comentaba en el sumario. Luis Herrera y García Márquez habían coincidido en 1958 en la redacción Momento. García Márquez va a ser un crítico acérrimo de la política exterior de Luis Herrera en Centroamérica. Al dejar la Presidencia en 1984, a Luis Herrera le gustaba recordar al García Márquez flaco y fumador de 1958 y 1959 en Caracas, recalcando todo lo que se había superado y alcanzado en la vida. En ese contexto del primer trimestre de 1976, resaltaba un reportaje en la edición del 25 de enero, en cuya portada se anunciaba NACIÓ EL SELA. El reportaje era contra la censura. Y remitía a un comunicado del Bloque de Prensa que protestaba la publicación, el domingo 11 de enero en el Papel Literario del diario El Nacional, de un cuento de Salvador Garmendia. NO A LA CENSURA, titulaba Resumen. Al Bloque de prensa, el cuento, “El Inquieto Anacobero”, le había parecido escandaloso, pues, según el comunicado, contenía “expresiones” que lesionaban “los principios morales de la sociedad venezolana y, por ello” las condenaba “de manera absoluta”. Es un cuento de un par de amigos que hablan en el funeral de otro, y lo van recordando, y recuerdan un mundo de prostíbulos, vicio, drogas, sexo y violencia. Corre el whisky, y se habla sin tapujos de putas y cocaína. Daniel Santos es un hilo conductor de la historia. Una historia de esos seres de Garmendia. Se consultó la opinión del propio Salvador Garmendia, Domingo Miliani, Enrique Izaguirre, Rafael Pineda, Aquiles Nazoa y Adriano González León. Garmendia decía que el comunicado del Bloque de Prensa era torpe, un acto de censura, intromisión en el hecho creador, y una expresión de “santurrona hipocresía”. Agregaba que “los señores del Bloque de Prensa deberían vivir horrorizados con las páginas de espectáculos de sus periódicos y revistas, sin olvidar la enorme cantidad de publicaciones de carácter amarillista y pornográfico que están representadas en ese Bloque”.