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Alejandro González Iñárritu: “Amores perros nos cambió la vida a todos”

Lágrimas, anécdotas, emociones, balance y copia restaurada para celebrar en el Festival de Cannes el aniversario de una de las películas más emblemáticas del cine mexicano actual
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Por Janina Pérez Arias

Cuando Alejandro González Iñárritu llegó al Festival de Cannes por primera vez no se imaginó el futuro que le deparaba. En el año 2000 Amores perros, su debut en la dirección, había sido seleccionada en la Semana de la Crítica, una sección que bien sirve como lanzadera para nuevos talentos.

Convertido en uno de los cineastas más importantes de México, Latinoamérica y el mundo, González Iñárritu retornaba a la cita francesa para celebrar los veinticinco años de Amores perros, “una película que nos cambió la vida a todos los que la hicimos”, diría en la presentación junto a su protagonista, Gael García Bernal.

 

 

El cineasta mexicano es un habitual en el Festival de Cannes; en el certamen francés ha competido por la Palma de Oro con Babel y Biutiful, y en 2019 presidió el jurado de la competición oficial. Pero esta proyección en el marco de la sección Cannes Classics, en la abarrotada sala Agnés Varda, todo era diferente.

Esa noche se convirtió en una celebración especial y entrañable, en la que Gael lloró abrazándose a su pareja, la productora Marta Sosa se emocionó, y un apasionado Alejandro González Iñárritu, como buen director que es, construyó una atmósfera de cercanía con el público presente a través de un emotivo discurso.

“Estar aquí el día de hoy es un proceso mental que hay que ir asimilando porque 25 o 20 años, como diría Gardel no son muchos, pero sí lo son, es un cerrar de ojos pero al mismo tiempo son tantas cosas”, afirmaba en español después de un improvisado referendum.

A la pregunta de si hablaría en inglés o en castellano, desde el público se alzó un coro pidiendo su idioma materno, a lo que el cineasta con una sonrisa acató con un gesto de triunfo alzando el micrófono. Entonces se produciría una de las tantas ovaciones de la noche.

Durante casi diez minutos Alejandro González Iñárritu tomó la palabra para contar de aquella primera vez en Cannes, de sus sensaciones, además una anécdota cuyo protagonista era el director italiano Bernardo Bertolucci. Pero también hizo algo de balance.

Amores perros cambió muchas cosas en la percepción del cine mexicano en aquel momento”, afirmó, para luego esbozar el contexto. “No había posibilidad prácticamente de hacer una película de joven, había sindicatos muy fuertes, tener una a carrera era casi imposible, en cuanto a la percepción a nivel mundial, era difícil de penetrar en los festivales. La película abrió puertas a todos y a mucha gente detrás de nosotros. Eso es un hecho”.

Para “El Negro” es también incontestable “una película que 25 años después nos tiene a Gael y a mí aquí hablando, en un mundo tan efímero en el que vivimos, donde lo más que te puede pasar es ser la película de la semana en un teléfono, es un regalo tener una película que siga tocando a gente, a nuevas generaciones”.

“La película es un caballo que sola corre, pusimos todo el corazón, todos los intestinos, y va evolucionando, hablando de diferente manera, cuestionando ciertas cosas, haciendo preguntas de la naturaleza humana violenta, frágil y rota que tenemos”, discernía el director. "Es acerca de eso, de la paternidad, del amor, de la pasión, son temas humanos, una exploración humana sin respuestas, y eso creo que la ha mantenido”.

El director recordó que Amores perros fue posible gracias a “un acto colectivo hermosísimo de gente que había trabajado conmigo muchos años antes y de gente nueva que se sumó”,  como también alabó el guion de Guillermo Arriaga, con quien había mantenido una fructífera relación creativa que se diluyó en 2006, después de rodar Babel, que obtuvo siete nominaciones al Oscar.

Con pericia de cuentacuentos, Alejandro González Iñárritu narró la anécdota del estreno hace 25 años en la sala Miramar. Con él estaban su esposa María Eladia, Guillermo Arriaga con su mujer Maru, así como el actor Emilio Echeverría, recientemente fallecido. Revivió sus nervios ante una sala vacía a pocos minutos para la proyección. “Me fumé una cajetilla de cigarros entera”, contaba riendo. Si bien la sala se llenó, luego se fumaría otra cajetilla más cuando transcurridos 50 minutos del filme, la gente se empezó a salir.

A Bertolucci, que presidía el jurado de la Semana de la Crítica aquel año, González Iñárritu le confesaría el terror experimentado durante el estreno. “Le dije ‘qué maravilla poder ser Bernardo Bertolucci y presentar una película ya sin miedo, sin incertidumbre’”, relató el mexicano.

“Bertolucci tomaba un martini, se me queda viendo a los ojos, y cuando acabé mi diatriba, me dijo: ‘Alejandro, te tengo una mala noticia: después de la primera película todo es peor’”, concluye riendo.

Amores perros se llevó el premio de la Semana de la Crítica, se vio en muchos países, representó a México en los Oscar, lanzó al estrellato a Gael García Bernal. Como diría Thierry Frémaux (director artístico del Festival de Cannes) antes de darle la palabra a González Iñárritu:“Ya es una película clásica del cine mexicano, pero también de la cinematografía mundial”.

El público joven presente en la sala Agnès Varda vio por primera vez en pantalla grande  la cinta restaurada y con nueva mezcla, un trabajo arduo, financiado por Criterion Collection y que el mismo González Iñárritu junto al director de fotografía Rodrigo Prieto supervisaron al detalle incluyendo el color, que “debe ser fiel al que se vio en el año 2000 en una sala de cine”, mostraba el realizador su ya legendaria meticulosidad.

Que hacía también más de dos décadas que no veía la película completa, confesaría el mexicano que actualmente está rodando con Tom Cruise. Todo top secret, claro está.

Vuelta a ver aquella noche Amores perros, hay que afirmar que ha envejecido bien, que sigue siendo el peliculón que al menos esta cronista recordaba, y eso a pesar de que la mirada desde 2025 puede que sea más implacable que nostálgica.

“Me sorprendió en muchas cosas, no nos quedó nada mal”, admitía Alejandro González Iñárritu después de la proyección, micrófono en mano, de pie al lado de la butaca que ocupó durante 150 minutos, con el público rodeándole. Al confesarse afectado al ver la dedicatoria a su hijo Luciano, una pérdida que se aborda en su película Bardo, se volvió a emocionar.

Al pedirle a Gael García Bernal que tomara la palabra, un coreo pidió “¡que cante, que cante!”. Tras recordar a las personas y a los perros que desaparecieron en todo este tiempo transcurrido, el intérprete quiso lanzar “un abrazo cósmico, de la manera en que sea posible, a quienes fuimos en ese momento porque es hermoso”.

Un cuarto de siglo después de aquella primera vez en el Festival de Cannes, de aquellas cajetillas de cigarros fumadas, de lidiar con un maremoto de emociones y a punto de atravesar el umbral de lo que se convertiría en una extraordinaria carrera artística, Alejandro González Iñárritu, en esmoquin, y a sus 61 años, comprobaría desde su butaca, que esta vez absolutamente nadie abandonó la sala.

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