Apóyanos

Reverón: luz y sombras del arte

    El 10 de mayo de 1889 nació en Caracas Armando Reverón, un pintor cuyo nombre se convertiría en sinónimo de revolución artística, no solo en Venezuela, sino en toda América Latina. Su obra marcó un antes y un después en el panorama del arte latinoamericano, dejando una huella imborrable en la cultura visual […]
  • X
  • Facebook
  • Whatsapp
  • Telegram
  • Linkedin
  • Email
  • X
  • Facebook
  • Whatsapp
  • Telegram
  • Linkedin
  • Email

 

Armando Reverón junto a la cineasta Margot Benacerraf

 

El 10 de mayo de 1889 nació en Caracas Armando Reverón, un pintor cuyo nombre se convertiría en sinónimo de revolución artística, no solo en Venezuela, sino en toda América Latina. Su obra marcó un antes y un después en el panorama del arte latinoamericano, dejando una huella imborrable en la cultura visual del país. En el aniversario de su natalicio, cabe preguntarse: ¿cómo el cine, ese arte de lo intangible, ha logrado capturar la complejidad de su vida y su genio?

La vida de Armando Reverón fue, en sí misma, una película: un drama de soledad y genialidad, de creación y aislamiento, que se refleja en cada una de sus obras. Considerado no solo uno de los pilares del arte latinoamericano del siglo XX, sino también un precursor del arte conceptual, Reverón construyó una obra profundamente única, nutrida por el resplandor tropical y la búsqueda del alma humana, que aún resuena en la cultura visual venezolana. Para el cine, su historia representa un desafío fascinante: traducir al lenguaje visual a un hombre que pintaba con la luz y luchaba contra sus propias sombras.

La primera incursión cinematográfica relevante en este universo se dio en 1938, cuando el cineasta Edgar Anzola realizó un documental de 14 minutos sobre la vida cotidiana de Armando Reverón. Radicado en Macuto junto a su compañera Juanita, Reverón aparece en este retrato con una cercanía única, gracias a la relación amistosa que lo unía al realizador. Este testimonio no solo registró su vida diaria, sino que develó facetas íntimas de su carácter y proceso creativo, hasta entonces desconocidas para el público. En 1945, bajo la dirección de Roberto Lucca, se estrenó un segundo documental homónimo, que ahondó en su universo personal con una mirada más audaz, aunque el enigma Reverón seguía intacto.

En 1952, Margot Benacerraf, figura clave del cine venezolano y primera directora en llevar una película a Cannes con su cortometraje Reverón (1953), logró capturar la esencia del pintor como nadie antes. El filme, postulado al festival francés en 1953, marcó un hito pese a no entrar en la competencia oficial. Su enfoque visual innovador exploró la relación del artista con la luz y la naturaleza, alejándose de lo convencional para adentrarse en los claroscuros de su psique. Pese a la contribución clave de figuras como Henry Nadler y Boris Doroslovack, sus roles fueron opacados —síntoma de una época en que el cine venezolano buscaba su voz y el trabajo colectivo rara vez recibía su debido crédito.

En 1975, Ángel Hurtado presentó El taller mágico de Armando Reverón, un cortometraje que elevó la figura del pintor a categoría de leyenda. Más que un documental, fue una inmersión sensorial en ese espacio sagrado donde Reverón se fundía con sus creaciones. Hurtado, él mismo pintor y cineasta, comprendió que su obra exigía ser vivida, no solo vista. La luz —ese obsesivo leitmotiv del maestro— se convirtió aquí en protagonista absoluta.

En 1978, Diego Rísquez abordó nuevamente al artista en A propósito de la luz tropical, rodado en Super-8 —formato cuya textura granulada y paleta saturada recrean la atmósfera onírica que Reverón perseguía—. Lejos de la biografía tradicional, el cortometraje se centró en la obsesión lumínica del pintor, retratando la luz no como elemento físico, sino como entidad metafísica que habitaba su mente.

El diálogo entre Reverón y el cine encontró su expresión más ambiciosa en 2011, cuando Rísquez revisitó al artista en el largometraje Reverón, con Luigi Sciamanna encarnando no solo al hombre, sino al mito. La cinta trasciende lo biográfico para convertirse en una meditación sobre el acto creativo, la locura y la soledad que suele acompañar al genio.

Más que un recorrido cronológico, estas películas son ventanas a un mismo enigma: ¿cómo capturar la esencia de un hombre que convirtió la luz en materia y la sombra en verdad? Desde el registro documental de Anzola hasta la aproximación sensorial de Rísquez, el cine venezolano ha demostrado que Reverón no cabe en una sola mirada, pero puede iluminarse desde múltiples ángulos.

Las películas sobre Reverón no son meros registros: son espejos que devuelven su luz. Trascienden lo biográfico para convertirse en diálogos entre cine y pintura, donde la obsesión del artista por la luminosidad se vuelve puente entre su genio y nuestra mirada. Estos filmes no retratan una vida; exploran un mito: el del creador atrapado entre el resplandor tropical y las sombras de su psique. Como espectadores, heredamos más que imágenes; recibimos el legado de un hombre que pintó con el alma y que el cine ha inmortalizado con la suya.

 

Relacionadas