
El lunes en la mañana nos dejó el papa Francisco. Resulta providencial que haya muerto el lunes de Pascua, al día siguiente del Domingo de Resurrección: día en que Jesús vuelve a la vida tras su amarga pasión.
El Papa Francisco era un pastor de almas, un hombre que olía a las ovejas, como diría alguna vez a los sacerdotes refiriéndose a lo que debían ser. Estaba pendiente de los desplazados, de los migrantes, de los más pobres, de los considerados como poca cosa en este mundo. Francisco nos deja un legado de compasión, de humildad, de comprensión hacia los más necesitados, pues en la Iglesia “caben todos”.
La misericordia también es parte de su legado. Dios, como decía, “lo perdona todo, todo, todo”. La Iglesia, por otra parte, es un Hospital al que necesitamos acudir todos, pues todos, hasta el Papa, tenemos miserias que curar.
La fraternidad, las relaciones humanas sanadas por el perdón, por la reconciliación entre todas las personas y los pueblos, era otra gran inquietud que lo movía. Quería hacer del mundo un mejor lugar para vivir: un lugar donde reinara la paz y la justicia.
Francisco fue, por otra parte, controversial en su estilo. De eso no hay duda. Los venezolanos, en concreto, esperábamos una postura más firme ante nuestros problemas. Esperábamos, tal vez, una actitud más fuerte en relación, por ejemplo, a la violación de los derechos humanos en nuestras cárceles, lugares por los que sentía gran predilección. Particularmente pienso que necesitamos, mientras vivía, de su voz intercesora.
Esta actitud solo se entiende desde la perspectiva de un pastor: de ese hombre que, como a Jesucristo, le interesan todas las almas. Él iba en busca de esa oveja que se escabullía del rebaño, de ese pecador odiado tal vez por muchos -como era el caso de Mateo, el recaudador de impuestos-, de ese agresor que hería a los inocentes, de esos jueces injustos, a los que Jesús perdonaba y a los que despedía con la frase “no peques más”. Supongo que, tal vez, no quería traspasar la delgada línea de la frontera con la política.
Quede, no obstante, Francisco, como un padre bueno y fiel que nos instó a experimentar la misericordia del Padre en toda circunstancia. Que Dios dé descanso a su alma y que su ejemplo de pastor de todas las ovejas sea modelo para los sacerdotes y fieles que siguen a Jesucristo.