
El destino de Francisco ha sido el de un Papa marcado por una palabra: Esperanza (Hope). Desde el inicio de su pontificado, se ha presentado como el Pontífice de los gestos, el hombre que no se cansó de repetir que la Iglesia debía estar "en salida", que su ministerio sería de misericordia. Y sin embargo, en los últimos días de su vida, postrado en un hospital, su pontificado parece haber quedado reducido a la imagen misma de lo que algunos vieron en él desde el principio: un Papa puesto allí para servir de hombre hueco, un anillo de poder sin contenido real.
La huella de Malaquías en el Pontificado de Francisco
La historia de su destino, en clave profética, comenzó en Filadelfia en 2015, cuando su viaje a Estados Unidos coincidió con el encargo por parte de la arquidiócesis de Philadelphia de la realización de un inmenso mural dirigido por el muralista César Viveros, quien había ganado el concurso de propuestas coordinado entre la Archidiócesis de Philadelphia con el ahora Arzobispo emérito Charles Chaput y la Mural Arts Foundation de la ciudad norteamericana. Fue de la mano de mi ya amigo mexicano César (hermano, nos llamamos) que recorrí su obra, capturando en una fotografía la magnitud de su visión. Una mañana de octubre de 2016, retraté a Viveros frente al mural, en una imagen que forma parte del testimonio visual que dio origen a la publicación de mi libro sobre su recorrido vital, y la muerte de su adorada esposa a una edad tan temprana y muy poco después de esos acontecimientos históricos. En nuestras conversaciones en 2015 y 2016, Viveros me explicó que incluyó una única palabra en la gran obra que fue su mural para la posteridad: ESPERANZA (ver la fotografía). Él intuyó que era el término más resaltado y notorio en los mensajes del Papa durante su visita a Estados Unidos de América, una palabra que encapsulaba la esencia de su mensaje.
San Malaquías, sucesor de San Patricio y el profeta de los últimos papas, había trazado con su enigmática lista el destino de los pontífices hasta llegar a Petrus Romanus, el último en la sucesión antes de un gran cambio. El mural de Filadelfia, con su palabra central, Esperanza, fue una de las tantas señales que conectaban a Francisco con la profecía. ESPERANZA, inscrita en la fachada de la escuela de San Malaquías, ahora resulta una ironía para un Papa que, en sus últimos momentos de vida terrenal, está rodeado no por los fieles, sino por aquellos que lo usaron como un símbolo para vaciar la Iglesia de su sustancia. Y todo ello durante el año 2025, a diez años del viaje a los Estados Unidos y su primer Encuentro Mundial de las Familias 2015.
Desde aquel mural en 2015 hasta hoy, los actores de su propio destino se han revelado con claridad. Francisco fue puesto en el trono para servir a una causa que no era la suya, como una figura de transición que allanaría el camino hacia una nueva era eclesial. Y esa "nueva era" se materializó en el Sínodo de la Sinodalidad, un concepto ambiguo que se presenta como un llamado a la inclusión y al diálogo, pero que muchos ven como la espina dorsal de una reforma que arrastra la Iglesia hacia un modelo protestantizado.
El camino sinodal, anunciado como una senda de la renovación, es en realidad una espada de doble filo. Se trata de un discurso que abre las puertas al relativismo teológico, donde la estructura de la Iglesia deja de sostenerse sobre la Verdad revelada y comienza a tambalearse sobre un equilibrio de fuerzas humanas. La Sinodalidad, tal como se promueve hoy, busca reducir la autoridad petrina a un modelo de gobierno horizontal, despojando a la Iglesia de su raíz apostólica en favor de un consenso que ya no es católico, sino ecuménico, en el peor de los sentidos.

Francisco, que alguna vez creyó que su legado sería el de un Papa de la Esperanza, ha sido testigo de cómo su propio nombre y su pontificado han sido utilizados para debilitar el trono de Pedro. El mural de Filadelfia sigue en pie, con su palabra tatuada en la piedra. Pero la pregunta que queda es: ¡esperanza en qué, y para quién?
La profecía cumplida, el fin de la Iglesia como la hemos conocido
San Malaquías, sucesor de San Patricio, fue llamado el Gran Reformador, título que coincide con la biografía de Francisco escrita por el biógrafo del Papa, Austen Ivereigh, titulada El Gran Reformador. Malaquías murió en brazos de San Bernardo de Claraval mientras peregrinaba por segunda vez a Roma desde Armagh, Irlanda, buscando la aprobación papal para las reformas que consolidaran la independencia de la Iglesia en Irlanda del control de los príncipes paganos. Su legado no solo fue estructural, sino también profético.
El libro Petrus Romanus: The Final Pope Is Here, escrito por Tom Horn y Cris Putnam, fue publicado el 1 de mayo de 2012, casi un año antes de la renuncia de Benedicto XVI y once meses antes de la elección del papa Francisco, anticipando que el próximo pontífice sería el último de la lista de San Malaquías. En su análisis, Horn sostiene que la Profecía de San Malaquías indicaba el fin de la Iglesia como la hemos conocido, con un último Papa que presidiría la disolución de la estructura tradicional.
Por su parte, la periodista Silvia Betancourt Alliegro había explorado en diversos artículos la dimensión escatológica de esta profecía, destacando cómo los cambios en el Vaticano han coincidido con las advertencias de Malaquías sobre una Iglesia debilitada desde su interior. Así lo muestro, todo ello, en mi libro Amoris Laetitia 5.3. Pope Francis y San Malaquías en América. Relato en el libro, al hilo de las conversaciones con César en 2015 y 2016, que la escuela donde se “tatuó” el mural es la escuela de San Malaquías en Philadelphia. Está ubicada en la demarcación de la parroquia católica de San Malaquías. César, cuando ya había empezado a pintar algunos de los personajes del mural, fue preguntando ya con más tranquilidad los nombres de los niños y papás que aparecen. No se sorprendió, porque no cayó en la cuenta, pero tres niños se llamaban Malachy, y un papa también. Más tarde descubrí que el nombre de la calle donde me hospedé en 2015 y en 2016 en Philadelphia, llamada de Saint Bernard, llevaba el nombre de San Bernardo; pero el de Claraval, en brazos de quien había muerto San Malaquías en el trascurso de su segundo viaje a Roma.
Para comprender más a fondo la filosofía tras la vía ignaciana del camino sinodal, puede consultarse mi entrevista en El Nacional con Austen Ivereigh, quien fue nombrado experto del Sínodo con la misión de moderar una mesa de lengua inglesa. Ivereigh realizó su tesis doctoral en Oxford sobre la historia de la Iglesia en Argentina y fue secretario de comunicación del arzobispo de Westminster, Cormac Murphy-O’Connor, quien participó en las reuniones secretas en San Gallen, Suiza, organizadas bajo la dirección del cardenal Carlo Maria Martini, cuyo objetivo era influir en la elección del sucesor de Juan Pablo II para que se votara a Jorge Bergoglio. Pero salió Benedicto XVI, Gloria Olivae en la lista de San Malachías, precediendo a Petrus Romanus.
Estamos viviendo un punto de no retorno. Lo que está en juego no es solo una cuestión disciplinar o pastoral, sino el mismo fundamento doctrinal del catolicismo. Si la Profecía de San Malaquías se está cumpliendo, no significará el fin de la fe, sino el fin de una era en la que la Iglesia ha sido faro de verdad y tradición. Y después de Francisco, ¿qué queda? Me lo sugería Joaquín Navarro Valls en una entrevista en 2014. Hablaré de ello en breve.
@JordiPicazo