La trayectoria y tránsito a la eternidad de José Francisco Javier Pío Hernández Urdaneta recibirá por siempre la más calurosa evocación de quienes fuimos sus primos, compañeros, relacionados, conocidos y cercanos colaboradores. Ocurrente como ninguno, jocoso a su manera, servicial y hacendoso, profesional responsable, cumplidor de su palabra, amigo y familiar excelso —siempre presente en los momentos decisivos—, carácter de singular bonhomía, Pío nunca pasó desapercibido en cuanto le vimos hacer o decir siempre.
Recibió sus primeras letras en el Colegio La Salle y en el San José de Los Teques, para seguir después sus estudios de Derecho en la Universidad Católica Andrés Bello, donde se graduó de abogado de la República. Completó su formación académica en Babson College, institución de educación superior situada en Wellesley, Massachusetts, Estados Unidos de América, especializándose en finanzas —la que será su definitiva vocación profesional—. Compartió sus responsabilidades profesionales con la que fue para él una pasión acendrada por la ganadería bovina, aferrándose en ello a una dilatada, ejemplar y exitosa trayectoria familiar en el campo agropecuario venezolano.
El Banco Venezolano de Crédito, institución ya casi centenaria que un 4 de junio de 1925 abrió sus puertas al público —en un sencillo local situado entre las esquinas de Sociedad y Traposos de la vieja Caracas—, será el motivo de sus mayores desvelos a lo largo de una estable, extensa y meritoria carrera bancaria. Tuvo a su cargo la gerencia de sucursales y agencias, avanzando sobre otras áreas de actividad dentro de la institución, una de ellas y por sus más que aventajados conocimientos, la del crédito agropecuario. Fue igualmente integrante de la Junta Directiva del banco. Y es que, como hemos anotado en líneas anteriores, de abolengo le venía a José Pío una vasta cultura ganadera, fraguada en las experiencias y enseñanzas de su abuelo don Jesús María Hernández Delgado y de su padre, el recordado doctor Asdrúbal Hernández Vásquez. No menos importante fue el influjo que recibió de su madre, nuestra querida prima Mercedes Urdaneta de Hernández Vásquez —de tan grata memoria—, abogada y ganadera de acrisolados méritos que decorosamente compartía con sus oficios en el hogar doméstico y la formación cristiana de sus hijos. La quinta Sarare de San Bernardino —la casa paterna de los Hernández Urdaneta, Asdrúbal, Alcira, José Jimeno, Pío, Juan y Ezequiel—, ha estado presente en mi memoria familiar desde que abrí los ojos al mundo.
Era de ver a José Pío entusiasmado y diligente como piloto avezado de la aviación civil, recorriendo el país en sucesivas visitas a las sucursales y agencias bancarias, en un consagrado afán de verificar el cabal cumplimiento de los servicios ofrecidos por la institución, y al mismo tiempo interactuar con clientes y elementos distinguidos de las comunidades de negocios regionales. El crédito agrícola otorgado a los agentes económicos dedicados a las actividades relacionadas con la producción primaria, la transformación industrial y la comercialización de bienes originarios del sector agroalimentario, contó en el Banco Venezolano de Crédito con el decidido apoyo del abogado, banquero y ganadero que fue José Pío Hernández Urdaneta. Para ello se valió no solo de sus conocimientos del sector productor pecuario, sino además de sus amplias relaciones personales con numerosos ganaderos y agricultores a lo largo y ancho del país, a quienes apoyó en la adquisición de insumos, semovientes, maquinarias y equipos. Igualmente concurrió en su función bancaria, en decidido apoyo a la siembra, mecanización, transporte y almacenamiento de productos diversos, así como también a su comercialización en los mercados nacionales —y extranjeros, cuando fue procedente—.
Junto con Maribel Álvarez constituyó una familia honorable, reafirmada en sus hijos Fabiana, Juan Pío y Rodrigo Hernández Álvarez, y Karen Aguirre de Hernández, quienes se van sobre la memoria de José Pío y los tiempos vividos en concierto, como una palpitación de alborozo y devoción perdurable. Y a nosotros, sus parientes cercanos y camaradas de juventud y de cariño, a sus numerosos cooperantes y favorecidos de su ejercicio profesional, de su buen corazón y don de gentes, nos quedará igualmente la grata reminiscencia de tantos ratos compartidos y ante todo del privilegio de su amistad.