
Evito caer o precipitarme en la nostalgia porque es una vieja trampa del Tiempo para anclarnos en el pasado e impedir que nos escapemos de él para asentarnos brevemente en el presente y volcarnos hacia el futuro que nos espera porque somos el amor. Pero el Tiempo es astuto y sagaz. Se detiene o se impulsa a su antojo. Cuando entramos a la adolescencia queremos salir de ella cuanto antes, deseamos ser adultos mañana mismo, acostarnos esta noche y amanecer adultos, liberados de los castigos paternales o de los reiterados consejos de la madre o de la necia tía solterona adormilada por el propio tiempo en la mecedora bajo la gran lámpara de la sala. Pero el Tiempo voluntariamente se hace lento y altera mis nervios porque decide vigilarme y permanecer a mi lado con abusiva parsimonia y me hace gritar desesperado ¿por qué tardo tanto en hacerme hombre?
Se burla de mí y se solaza al saber que debido a mi avanzada edad siento que me encuentro en la recta final y doy al andar cortos y vacilantes pasos de niño que me acercan cada vez más a la señora del sudario y el Tiempo se voltea, me mira con torva sonrisa y saluda al lento intelectual que soy mientras se complace en considerar a sí mismo como invicto campeón de atletismo.
No siempre manifiesta su mala conducta porque a veces, cuando reina la paz, le gusta mecer dulce y suavemente el trigo de Ucrania para que los poetas comunistas regados por el mundo lo enaltezcan en sosos poemas mediocres o acariciar la copa de los árboles para que el monje Zen pueda consignar lo contrario en uno de sus más difíciles ejercicios: escuchar el rumor de los árboles cuando no sopla el viento.
Conocí su furia cuando a bordo del Auriga, un piroscafo italiano, crucé el océano en mi primer viaje a Europa, embistió al barco con una fuerza descomunal que yo desconocía, apoyado en una tempestad llena de malos presagios, porque el barco estuvo a punto de naufragar. Dos días más tarde, cuando el espanto había cesado, el capitán seguía repitiendo en italiano las palabras "barco hundido" y "naufragio" y le temblaban las manos.
Desde entonces guardo hacia el Tiempo el respeto que debemos a los mayores. Y cada vez que miro al mar, así sea en alguna despejada mañana azul, pido a la Providencia que el Tiempo no lo vaya a azotar con la ferocidad de las cadenas con las que el despiadado Jerjes lo golpeó al culparlo de su fracaso militar.
Hay quienes pretenden que el tiempo se hizo lineal desde el nacimiento de Cristo cuando, por el contrario, es circular y la cosmología hindú lo ordena en una sucesión de kappa, constituyendo cada uno de ellos, dice Jean Bies en su libro Recurrencias del espíritu en un tiempo de destrucción, un ciclo total de manifestación. Hay una ley según la cual "el infinito no se repite jamás". Cada Kalpa se divide en catorce Manvantara con una duración de 64.800 años humanos cada uno. Y estos a su vez se subdividen en cuatro Yuga. El primero es de equilibrio y armonía; el segundo y las primeras alteraciones de la atmósfera; el que sigue conserva los caracteres espirituales de las Edades precedentes y finalmente, el cuarto es de lenta degradación, la "abominación de la desolación" en la que se prepara el nacimiento de un nuevo Kalpa.
Mi mujer Belén escuchó en la noche de Jerusalén al oscuro y estremecedor sonido del viento del desierto y supo que en él se podía leer la historia que se remueve dentro del Muro de las Lamentaciones y al oírlo pudo imaginar los cuerpos de los creyentes oscilando reverentes, mientras colocaba sus mensajes de amanecer en las grietas del Muro que conservan intactos siglos de sagrada soledad.
Y el Tiempo me saluda cada mañana al despertar cuando abro los ojos y lo veo frente a mí amable y generoso, pero esperando la culminación de mi vida con adorable serenidad.