Cuando vi la película Amor y misericordia, estrenada en 2014, sentí que también era nuestra historia como venezolanos. La vida de Brian Wilson, con sus altibajos, su genialidad y su sufrimiento, me recordó lo que hemos vivido como pueblo. La historia de este músico visionario, su ascenso en los años sesenta y su lucha contra el abuso psicológico y el control de Eugene Landy en los ochenta, es una metáfora de nuestra propia resistencia ante la opresión. Su música, el amor y la compasión fueron su salvación. Su viaje de recuperación y triunfo, a pesar de todo, me hace creer que, al igual que él, nosotros también nos levantaremos. Hoy, a los 82 años, Wilson ha logrado superar su tormento y sigue siendo un símbolo de éxito y resiliencia. Y así como él salió adelante, nosotros también lo haremos.
La vida de Brian Wilson, líder y genio musical de los Beach Boys, relatada en la película Amor y Misericordia en su título en inglés Love and Mercy, es un testimonio de lucha, dolor, superación y redención. En ella, vemos a un hombre destruido por su entorno, por la explotación de su talento y por la opresión de figuras que, en teoría, debían protegerlo. Su viaje es uno de resistencia y resiliencia, en el que la música y el amor terminan siendo su salvación. Al analizar esta historia con la mirada de la Venezuela contemporánea, encontramos un paralelismo profundo con el sufrimiento de nuestro pueblo, que durante décadas ha soportado el peso de la opresión, la desilusión y la lucha por la libertad. Como Wilson, hemos atravesado un camino de pruebas, donde la paciencia y la resiliencia se han convertido en nuestros más grandes aliados.
Brian Wilson fue un niño prodigio. Desde temprana edad, mostró un talento excepcional para la música, construyendo armonías que desafiaban los límites del pop y el rock de los años sesenta. Sin embargo, su sensibilidad también lo hacía vulnerable. Su padre, Murry Wilson, lo sometió a una crianza dura, llena de exigencias y abusos. Más adelante, en su adultez, sufre el control absoluto de Eugene Landy, su "terapeuta", quien bajo el disfraz de ayudarlo lo mantiene sumido en una prisión psicológica y emocional. Esta situación no nos es ajena. Durante décadas, la sociedad venezolana ha sido sometida a dos infames gobiernos que, con promesas de progreso, han sumido a la nación en una crisis constante, anulando derechos y bienestar. Como Wilson, hemos sido manipulados, reprimidos y explotados. Nietzsche, en su obra Así habló Zaratustra, habla del "último hombre", aquel que ha sido domesticado por la comodidad del conformismo, que ha perdido su voluntad de poder. Sin embargo, nuestra gente no ha sido domesticada. Ha resistido en medio de la adversidad, demostrando que, al igual que Wilson, tiene la capacidad de romper con las cadenas que lo atan.
Brian Wilson encontró en la música un escape. Su álbum Pet Sounds es un grito de anhelo y vulnerabilidad, una obra maestra nacida en un periodo de crisis personal. Su arte era su resistencia. En Venezuela, el arte, la literatura y la música han sido refugios similares. Poetas como Andrés Eloy Blanco o músicos como Aldemaro Romero han canalizado el sentir colectivo en sus obras. Simone Weil, en La gravedad y la gracia, expresa que el sufrimiento puede transformar el alma si se canaliza hacia la belleza y la justicia. Así, la música de Wilson y nuestra resistencia cultural son expresiones de un mismo espíritu resiliente.
La película muestra cómo el amor de Melinda Ledbetter, su futura esposa, fue clave en la liberación de Wilson del yugo de Landy. Fue su paciencia y su fe en él lo que le permitió recuperar su autonomía. Hemos encontrado fuerzas similares en la solidaridad y el amor que nos une. A pesar de la crisis, hemos aprendido a sostenernos mutuamente, a no dejarnos caer, y hemos encontrado una líder, María Corina Machado, tan enamorada de Venezuela y con tanta confianza en nosotros, que se ha convertido en nuestra Melinda Ledbetter.
Hannah Arendt, en La condición humana, señala que la acción humana solo tiene sentido cuando se enmarca en la pluralidad y la comunidad. La resistencia de nuestro pueblo se fortalece en la unidad, en el afecto mutuo, en la certeza de que esta lucha no es individual sino colectiva.
En Venezuela, la enfermedad del dolor no surgió de la nada. Fue un proceso paulatino de deterioro institucional, corrupción y populismo. Hannah Arendt describe en Los orígenes del totalitarismo cómo los sistemas autoritarios van cercenando las libertades progresivamente hasta hacerlas parecer irrelevantes. Desde finales del siglo XX, hemos visto cómo los valores democráticos fueron erosionados por discursos mesiánicos y la concentración de poder. Como Brian Wilson en manos de Landy, la nación quedó atrapada en un ciclo de manipulación, miedo y represión.
La resiliencia de nuestro pueblo se ha manifestado en múltiples ocasiones. Durante los años más oscuros de la crisis, han surgido líderes comunitarios, activistas y artistas que han mantenido viva la esperanza. La historia reciente ha visto episodios de resistencia como las protestas de 2014, 2017 y nuestra contundente victoria del 28 de julio 2024, en las que miles de ciudadanos salieron a elegir a Edmundo González Urrutia como el nuevo presidente de la República. Esta historia nuestra, marcada por una lucha incansable, refleja la voluntad de una sociedad que se niega a rendirse, tal como lo hizo Wilson al decidir recuperar su voz y su autonomía.
El trabajo que tendremos para levantarnos no es menor. El deterioro de nuestra realidad no es solo político, sino también social y emocional. La diáspora venezolana, que ha llevado a millones a dejar su hogar en busca de mejores oportunidades, es testimonio del costo humano de la crisis. Albert Camus, en El hombre rebelde, sostiene que la lucha por la libertad y la dignidad es inherente a la condición humana. Cada exiliado, cada persona que resiste desde adentro, es un eco de esa rebeldía que sigue latiendo.
A pesar de todo, el país sigue resistiendo. La reconstrucción de Venezuela no será tarea fácil, pero la historia nos ha demostrado que los pueblos pueden superar sus crisis más profundas. Alemania, después de la Segunda Guerra Mundial, y Suráfrica, tras el apartheid, lograron renacer de sus cenizas con procesos de reconciliación y reconstrucción institucional. Venezuela no será la excepción. La clave estará en recuperar la confianza en la sociedad, reconstruir las instituciones y fomentar una nueva generación que valore la democracia y la libertad. Eso lo haremos a través de la educación como motor del progreso individual.
Terminé viendo la película y, al cerrar los ojos con fuerza, sentí ese nudo en el alma, como quien detiene un llanto que está a punto de brotar. Entonces susurré para mí mismo: "La historia de Brian Wilson es la historia de Venezuela". Es la historia de aquellos que, sometidos al dolor, no han perdido la esperanza. Como Wilson, hemos sido silenciados, reprimidos y sometidos, pero seguimos cantando. Porque, como diría Albert Camus en El mito de Sísifo, "la lucha misma hacia las alturas es suficiente para llenar un corazón humano". El dolor es una enfermedad que, a algunos como Wilson, le hizo hacer grandes canciones, otros, hacemos poesía. Nuestra tierra, como Brian Wilson, seguirá luchando hasta encontrar su redención. ¡Hasta el final!