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Ojos bien abiertos

  Baby Girl mereció más amor del Oscar. Pero obvio, evidencia la involución  puritana que sufre el premio, bajo control de su nuevo código de censura y corrección política. En años recientes, la prensa ha estudiado el fenómeno, exponiendo la problemática de la audiencia del milenio, para procesar escenas y secuencias que tengan que ver […]
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Baby Girl mereció más amor del Oscar. Pero obvio, evidencia la involución  puritana que sufre el premio, bajo control de su nuevo código de censura y corrección política.

En años recientes, la prensa ha estudiado el fenómeno, exponiendo la problemática de la audiencia del milenio, para procesar escenas y secuencias que tengan que ver con la ley del deseo.

Libros y teóricos han concluido que la meca, a efecto de evitarse inconvenientes con las audiencias, prefiere cargar las tintas sobre la violencia, en lugar de abordar la evolución del cuerpo y sus relaciones. Al respecto, Domenec Font publicó un libro esencial.

Por igual contamos con los estudios de Ramón Freixas y Román Gubern, acerca de las patologías de la imagen, del régimen de lo visto y no visto, según el texto esencial de Peter Burke.

En tal sentido, Baby Girl supone no solo una aguda reflexión sobre el tema, sino una película endiablada y divinamente dirigida, por la holandesa Halina Reijn, quien reclama para sí el trono conquistado por Paul Verhoeven como rey del erotismo en el cine de los países bajos.

Puede que ella siga los pasos de él, porque el maestro sigue vivo, activo y dando batalla.

No olvidar que nos cautivó en el 2016 con Elle, amén de la musa de la provocación europea, madame Isabelle Huppert, cuya huella se reencontraba con su versión más atormentada y kamikaze de La pianista al servicio del genio oscuro de Michael Haneke.

¿Cuál es la diferencia entre ellos y la brillante Halina Reijn?

Respuesta muy simple y a la vez compleja: ella le ha aportado una perspectiva millennial, de generación femenina de relevo, a los asuntos y dilemas que trabajaron sus antecesores de culto.

Es así como primero nos sorprendió con Bodies, bodies, bodies, narrando una comedia negrísima y sexy, exponiendo a unas chicas privilegiadas ante un juego peligroso, como de challenge de red social, que detonaba su falsa apariencia de unidad.

En Baby Girl ha dado un paso más allá, contando con los oficios de dos talismanes y emblemas del género del erothriller más vanguardista y parteaguas.

Por un lado, Nicole Kidman encarna una presencia poderosa en la pantalla, al invocar su papel para el filme testamentario de Stanley Kubrick, Ojos bien cerrados, nada más y nada menos.

Baby Girl parece una continuación de aquella, pero desde la visión alucinada no de un Tom Cruise culposo, sino de una Nicole que ha terminado siendo la CEO de una compañía del big tech como Amazon. Una diosa del reparto a casa, que bebe un vaso de leche, a petición de su Alex De Large en un bar como de La Naranja Mecánica y el hotel de El Resplandor.

Los guiños y las indirectas son claras.

El filme retrata los límites del control y su pérdida, como diría el experto en Kubrick, Hernán Schell.

Solo que invirtiendo los roles de poder de Eyes Wide Shut y de la tendencia que literalmente vino a cerrar a finales de los noventa, es decir, el cine de las atracciones fatales y las dominatrix que vehiculaban la angustia y el miedo de Hollywood frente al ascenso de las mujeres en la industria.

Las películas de entonces reflejaban tropos y prejuicios, propios de su tiempo, generando un clima polarizante de guerra de sexos que terminaba por satanizar al eslabón más débil en la cadena, que era la mujer, siempre retratada como una heroína dueña de su relato y su físico, que acababa por sucumbir a sus instintos más básicos, como una clásica bruja desatada del medioevo, como un cliché novelero de “la loca mala” que sube y cae, producto de sus demonios de vamp.

Baby Girl no pretende ser una corrección moralista y progresista de dicho género, sino una actualización candente que reclama una realizadora lo suficientemente dotada y talentosa, para sortear los imperativos y obstáculos de la era de la cancelación, saliendo airosa.

Por tanto, la película no va del sermón molesto y pacato de una directora que quiere posar de ofendida y víctima ante sus ancestros.

En efecto, Halina Reijn goza al narrar su historia con Nicole Kidman, permitiendo que la inteligencia del espectador sea respetada y elevada con una trama de infinitos matices.

Así que la Nicole Kidman de Ojos bien cerrados se rescata y redime, abriendo sus pupilas a un estado de conciencia que la aterriza sin sentir remordimiento por sus pensamientos, sin ser condenada o castigada en un final trillado de folletín.

Algo de ello sucedía en el ambiguo último Kubrick.

Sin embargo, Baby Girl lejos de buscar superar la angustia de su antecedente, comprende que el mundo ha cambiado y que admite una lectura distinta, que sea cónsona con la realidad política y cultural que vivimos.

Por ende, sorprende que la cinta planteé un comentario sobre los juegos de poder en el mercado liberal, a partir del enfoque de diversos miembros de su pirámide, empezando por la jefa y culminando en el típico pasante, que trastoca la normalidad con su imagen de Ángel destructor, en una remembranza de los teoremas de Pasolini.

Ni hablar de los links con Bella de día de Buñuel, adelantada a su época.

En cuanto al bueno de Banderas, decir que su reivindicación nos recuerda su rol para Átame de Pedro Almodóvar, aunque en un siglo XXI que ha avanzado en materia de representación de las ansiedades de la mujer.

Antonio no es el latin lover de otrora, tampoco el complaciente y debilucho marido que gusta tanto en las series woke de hoy en día. Acaso cumple con ser el aliado perfecto, el compañero adulto que logra entender las necesidades de su esposa, para superar juntos una crisis.

Por tanto, si tu matrimonio anda frío, si quieres divertirte y conversar con tu pareja al calor de una cena, te invito a que veas Baby Girl de A24.

No es una plan para el domingo con los chicos, es para que salgan de la rutina y hablen luego, como lo hacíamos antes, cuando íbamos al cine y veíamos Nueve semanas y media, como algo normal en la programación de las salas.

He aquí una rara avis, directa a mi lista de 2025, que fabrica una gema con los residuos de Adrian Lyne y los polvos prefabricados de 50 sombras de Grey.

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